Garc¨ªa M¨¢rquez y el rastro de su nacimiento a lo largo de su obra
El escritor habr¨ªa cumplido hoy 6 de marzo 90 a?os Empiezan los homenajes por medio siglo de 'Cien a?os de soledad', 70 de su primer cuento y 35 de la concesi¨®n del Nobel
¡°?Var¨®n! ?Var¨®n! ?Ron, que se ahoga!¡±, relampague¨® la t¨ªa Francisca por el corredor de las begonias florecidas. Su voz angustiada se abri¨® paso entre el diluvio ensordecedor que ca¨ªa sobre el techo de la casa. El cord¨®n umbilical enredado en el cuello del reci¨¦n nacido amenazaba su vida. Las mujeres revolotearon por el caser¨®n con imploraciones a Dios y a la virgen. Cuando lo liberaron del cord¨®n, y en espera de un milagro, no se arriesgaron a que el beb¨¦ muriera sin ser bautizado y corrieron a hacerlo con agua bendita. Nadie sab¨ªa qu¨¦ d¨ªa era, as¨ª es que le pusieron Gabriel, por el padre, y Jos¨¦, por el patrono de Aracataca. Era el domingo 6 de marzo de 1927. Eran las nueve la ma?ana pasadas como hab¨ªan anunciado ahogadas, entre el aguacero, las campanas de la iglesia.
As¨ª es como bajo un diluvio que parec¨ªa echar el cielo abajo, gritos de mujeres aterradas, nueve campanadas n¨¢ufragas, sus propios resuellos de reci¨¦n nacido sin aire, el sabor del ron resucitador y clamores de milagros vino al mundo Gabriel Jos¨¦ Garc¨ªa M¨¢rquez. 87 a?os, un mes y 11 d¨ªas vivi¨® el Nobel colombiano tras fallecer el 17 de abril de 2014. Hoy hubiera cumplido 90 a?os.
Hijo de Luisa Santiaga y Gabriel Eligio, aquel ni?o naci¨® en casa de sus abuelos maternos Tranquilina Iguar¨¢n Cotes y el coronel Nicol¨¢s Ricardo M¨¢rquez Mej¨ªa. Con ellos vivi¨® hasta los ocho a?os. Con ella, t¨ªas y dem¨¢s mujeres de la casa, creci¨® rodeado de historias de ultratumba y con ¨¦l, su abuelo, pas¨® la mayor parte del d¨ªa, lo trataba y le hablaba como a un adulto, iba con ¨¦l a todas partes y le contaba episodios tr¨¢gicos del rosario de guerras de Colombia. Naci¨® entre ellos una complicidad secreta que ayud¨® a crear en la cabeza y el coraz¨®n del ni?o un territorio nuevo entre el mundo real del abuelo y el imaginario de la abuela. Con ¨¦l nacieron muchas cosas.
En las calles hechas polvo por el sol caribe?o y las sombras de la noche de Aracataca jaspeadas de luci¨¦rnagas nacieron las principales historias de uno de los escritores m¨¢s universales del siglo XX. Lo confirm¨® el propio Garc¨ªa M¨¢rquez en Vivir para contarla (2002). Unas memorias en las que hay puertas y ventanas para apreciar la maestr¨ªa de la sublimaci¨®n de la realidad en ficci¨®n en las novelas La hojarasca (1955), El coronel no tiene quien le escriba (1957), La mala hora (1961), Cien a?os de soledad (1967), El oto?o del patriarca (1975), Cr¨®nica de una muerte anunciada (1981), El amor en los tiempos del c¨®lera (1985), El general en su laberinto (1989), Del amor y otros demonios (1994) y Memorias de mis putas tristes (2004). Su mirada de periodista que funde rigor y relato se lee en grandes reportajes como Relato de un n¨¢ufrago (1955) o Noticia de un secuestro (1996), mientras sus art¨ªculos de prensa, tambi¨¦n piezas literarias, est¨¢n recogidos en Obra period¨ªstica completa (1999). Pero todo ese universo de grandes t¨ªtulos est¨¢ desperdigado en sus cuentos. En esos relatos anidan esas historias en su forma y fondo, sobre todo en los primeros, agrupados bajo los t¨ªtulos Ojos de perro azul (1955), Los funerales de la Mam¨¢ grande (1962) y La irresistible y triste historia de la c¨¢ndida Er¨¦ndira y de su abuela desalmada (1972). Luego, en 1992, publica Doce cuentos peregrinos. (La obra de Garc¨ªa M¨¢rquez la edita en Espa?a y Sudam¨¦rica Literatura Random House, mientras en M¨¦xico, Am¨¦rica Central y el Caribe la publica Diana, del Grupo Planeta).
Noventa a?os despu¨¦s de aquel nacimiento, m¨¢s que hablar de su vida y trayectoria este es un recorrido por el rastro que dejaron en su obra literaria las caracter¨ªsticas de su nacimiento: el d¨ªa domingo, el duelo librado entre la vida y la muerte, los gritos de angustia y peticiones a Dios, la lluvia torrencial y las campanas de iglesia. Hechos reales que reviven en las palabras literarias de Gabriel Garc¨ªa M¨¢rquez que todo lo pueden.
Nacimiento El espejo literario de su llegada al mundo lo escribi¨® en Cien a?os de soledad:
¡°Aureliano, el primer ser humano que naci¨® en Macondo, iba a cumplir seis a?os en marzo. Era silencioso y retra¨ªdo. Hab¨ªa llorado en el vientre de su madre y naci¨® con los ojos abiertos. Mientras le cortaban el ombligo mov¨ªa la cabeza de un lado a otro reconociendo las cosas del cuarto, y examinaba el rostro de la gente con una curiosidad sin asombro. Luego, indiferente a quienes se acercaban a conocerlo, mantuvo la atenci¨®n concentrada en el techo de palma, que parec¨ªa a punto de derrumbarse bajo la tremenda presi¨®n de la lluvia. ?rsula no volvi¨® a acordarse de la intensidad de esa mirada hasta un d¨ªa en que el peque?o Aureliano, a la edad de tres a?os, entr¨® a la cocina en el momento en que ella retiraba del fog¨®n y pon¨ªa en la mesa una olla de caldo hirviendo. El ni?o, perplejo en la puerta, dijo: ¡®Se va a caer¡¯. La olla estaba bien puesta en el centro de la mesa, pero tan pronto como el ni?o hizo el anuncio, inici¨® un movimiento irrevocable hacia el borde, como impulsada por un dinamismo interior, y se despedaz¨® en el suelo. ?rsula, alarmada, le cont¨® el episodio a su marido, pero este lo interpret¨® como un fen¨®meno natural¡±.
Un muerto vivo En septiembre de hace 70 a?os Garc¨ªa M¨¢rquez public¨® su primer cuento. Fue en el diario bogotano El Espectador. Un relato que parece capturar la angustia del instante de su nacimiento, bajo el incesante ruido diluvial en que en su ser se debatieron en duelo la vida y la muerte y todos pensaron que no vivir¨ªa. Lo titul¨® La tercera resignaci¨®n:
¡°All¨ª estaba otra vez ese ruido. Aquel ruido fr¨ªo, cortante, vertical, que ya tanto conoc¨ªa; pero que ahora se le presentaba agudo y doloroso, como si de un d¨ªa a otro se hubiera desacostumbrado a ¨¦l. (¡) Hab¨ªa sentido ese ruido ¡®las otras veces¡¯, con la misma insistencia. Lo hab¨ªa sentido, por ejemplo, el d¨ªa en que muri¨® por primera vez. Cuando -ante la vista de un cad¨¢ver- se dio cuenta de que era su propio cad¨¢ver. Lo mir¨® y se palp¨®. Se sinti¨® intangible, inespacial, inexistente. (¡) Estaba en su ata¨²d, listo para ser enterrado, y sin embargo, ¨¦l sab¨ªa que no estaba muerto. (¡) Hac¨ªa tiempo que el m¨¦dico hab¨ªa dicho a su madre, secamente: -Se?ora, su ni?o tiene una enfermedad grave: est¨¢ muerto. Sin embargo -prosigui¨®-, haremos todo lo posible por conservarle la vida m¨¢s all¨¢ de la muerte. Pronto empez¨® a crecer dentro de la caja, de tal manera que cada a?o pod¨ªan sacarle un poco de lana a la almohada extrema para darle margen al crecimiento. Hab¨ªa pasado as¨ª media vida. Dieciocho a?os. (Ahora ten¨ªa veinticinco)¡±.
Lluvia macondiana La lluvia con su estruendo tropical que acompa?aron su llanto al nacer no amainaron en la memoria del Nobel colombiano. Su resonancia ocupa un lugar esencial en sus obras. En uno de los episodios fundacionales de su universo literario el escritor junta lluvia, domingo y ecos de iglesia, como el d¨ªa en que naci¨®. Es cuando Macondo, en 1955, se revela por primera vez en el cuento Mon¨®logo de Isabel viendo llover en Macondo:
¡°El invierno se precipit¨® un domingo a la salida de misa. La noche del s¨¢bado hab¨ªa sido sofocante. Pero a¨²n en la ma?ana del domingo no se pensaba que pudiera llover. Despu¨¦s de misa, antes de que las mujeres tuvi¨¦ramos tiempo de encontrar un broche de las sombrillas, sopl¨® un viento espeso y oscuro que barri¨® en una amplia vuelta redonda el polvo y la dura yesca de mayo. Alguien dijo junto a m¨ª: ¡°Es viento de agua¡±. Y yo lo sab¨ªa desde antes. Desde cuando salimos al atrio y me sent¨ª estremecida por la viscosa sensaci¨®n en el vientre. Los hombres corrieron hacia las casas vecinas con una mano en el sombrero y un pa?uelo en la otra, protegi¨¦ndose del viento y la polvareda. Entonces llovi¨®. Y el cielo fue una sustancia gelatinosa y gris que alete¨® a una cuarta de nuestras cabezas¡±.
Domingos de toda estirpe M¨¢s all¨¢ del dominical big bang macondiano, el domingo es un d¨ªa muy presente en los relatos de Garc¨ªa M¨¢rquez. Si Dios, como dice la Biblia, descans¨® un domingo, en el mundo de Garc¨ªa M¨¢rquez ese es el d¨ªa en que bulle m¨¢s la vida. Muchas cosas suceden en sus domingos. Buenas, malas, regulares¡ Nunca es un d¨ªa quieto. D¨ªa de comienzos de historias, d¨ªa de finales de historias. Como la que sucede al final de esa breve obra maestra El coronel no tiene quien le escriba:
¡°Trat¨® de tener los ojos abiertos, pero lo quebrant¨® el sue?o. Cay¨® hasta el fondo de una sustancia sin tiempo y sin espacio, donde las palabras de su mujer ten¨ªan un significado diferente. Pero un ¡®instante despu¨¦s se sinti¨® sacudido por el hombro. ¡ªCont¨¦stame. El coronel no supo si hab¨ªa o¨ªdo esa palabra antes o despu¨¦s del sue?o. Estaba amaneciendo. La ventana se recortaba en la claridad verde del domingo. Pens¨® que ten¨ªa fiebre. Le ard¨ªan los ojos y tuvo que hacer un gran esfuerzo para recobrar la lucidez. ¡ªQu¨¦ se puede hacer si no se puede vender nada ¡ªrepiti¨® la mujer. ¡ªEntonces ya ser¨¢ veinte de enero ¡ªdijo el coronel, perfectamente consciente. El veinte por ciento lo pagan esa misma tarde. ¡ªSi el gallo gana ¡ªdijo la mujer. ¡ªPero si pierde. No se te ha ocurrido que el gallo pueda perder. ¡ªEs un gallo que no puede perder. ¡ªPero suponte que pierda. ¡ªTodav¨ªa faltan cuarenta y cinco d¨ªas para empezar a pensar en eso ¡ªdijo el coronel. La mujer se desesper¨®. ¡°Y mientras tanto qu¨¦ comemos¡±, pregunt¨®, y agarr¨® al coronel por el cuello de franela. Lo sacudi¨® con energ¨ªa. ¡ªDime, qu¨¦ comemos. El coronel necesit¨® setenta y cinco a?os -los setenta y cinco a?os de su vida, minuto a minuto¡ª para llegar a ese instante. Se sinti¨® puro, expl¨ªcito, invencible, en el momento de responder: ¡ªMierda¡±.
Otras obras con el rastro de aquellos sucesos del nacimiento se reflejan en novelas como El amor en los tiempos del c¨®lera y los cuentos La viuda de Montiel y Alguien desordena estas rosas. El eco de aquellos momentos Gabriel Garc¨ªa M¨¢rquez los revivi¨® con recuerdos reales y heredados para que el tiempo no los estancara y vivieran la eternidad en nosotros.
M¨¢s informaci¨®n en www.winstonmanriquesabogal.com
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