El orbe es una urbe (y desespera)
El campo no solo pierde habitantes sin cesar en todo el planeta; tambi¨¦n va perdiendo su lugar en el imaginario colectivo
Como vivimos en una civilizaci¨®n de la efem¨¦rides, simularon que pod¨ªan precisar el momento exacto en que sucedi¨®: el 23 de mayo de 2007, dijeron, fue el d¨ªa en que, por primera vez en la historia del mundo, m¨¢s personas vivieron en las ciudades que en el campo. Era un cambio hist¨®rico: 100 a?os antes, s¨®lo uno de cada ocho humanos era urbano. Hace 50 a?os ya eran un tercio; hace 10, cuando pasaron a ser m¨¢s de la mitad, la tendencia m¨¢s sorprendente de estos tiempos termin¨® de encontrar su s¨ªmbolo perfecto. Pero las cifras tienen esa forma idiota de gritar sin decir: la realidad sabe esconderse justo detr¨¢s de ellas. Yo, en esos d¨ªas, sol¨ªa trabajar para el Fondo de Poblaci¨®n de las Naciones Unidas: me propusieron que buscara historias que intentaran mostrarla.
Se trataba de conocer un poco m¨¢s sobre ese ¨¦xodo esperanzado a las ciudades; para eso cont¨¦ las vidas de 10 o 12 j¨®venes alrededor del mundo. Entre ellos estaba Bing, un muchacho de Fuping, en un conf¨ªn pobre de China, que lo hab¨ªa dejado para irse a Tianjin, donde hac¨ªa trabajitos confusos con la esperanza de montar, alguna vez, una tienda de carteras falsas y comprarse un Audi. Estaba Geeta, una chica de Karnatak, sur de India, que sus padres hab¨ªan llevado a Bombay para huir de la miseria y viv¨ªa bajo unos pl¨¢sticos negros en una calle del centro, pero empezaba a organizar a sus vecinos para vivir en casas de verdad ¡ªy seis a?os despu¨¦s, cuando volv¨ª a verla, lo hab¨ªa conseguido. Estaba Freddy, que lleg¨® a San Salvador desde un pueblito para caer en la tentaci¨®n de hacerse mara y que, todo tatuado, trataba de escapar a su destino de violencia porque hab¨ªa sido padre y quer¨ªa ver crecer a su hijo. Estaba Reham, la chica del delta del Nilo que, cuando su familia se mud¨® a El Cairo, sufri¨® la violencia sexual que campea en esas calles y termin¨® decidiendo que su mejor protecci¨®n ser¨ªa usar la t¨²nica tradicional isl¨¢mica, volverse religiosa. Estaba Angelo, el muchacho del Estado de R¨ªo de Janeiro que su familia trajo a una favela de la ciudad, donde mont¨® una escuelita de m¨²sica para ayudar a sus peque?os vecinos a pelear contra la tentaci¨®n del tr¨¢fico en unas calles donde muchos se pasean con ametralladoras a la espalda. Estaba Shimu, la chica de Natore, en Banglad¨¦s, que se fue de su pueblito cuando ten¨ªa 11 a?os para evitar que la casaran y cay¨®, en Daca, en la trampa de una de esas f¨¢bricas textiles donde las mujeres trabajan 12 horas por d¨ªa, seis d¨ªas por semana, por 30 euros al mes ¡ªy cuyos productos compramos tan contentos.
Dentro de 30 a?os dos tercios de los habitantes del mundo vivir¨¢n en ciudades
Eran intentos de mostrar de qu¨¦ est¨¢n hechos, c¨®mo funcionan, el vaciamiento de los campos y la atracci¨®n de las ciudades. Que no se detiene: dentro de 30 a?os dos tercios de los habitantes del mundo vivir¨¢n en ellas. Las ciudades se han vuelto la esperanza de tantos millones que se sienten olvidados en sus eras, que suponen que la historia pasa por otra parte. Salvo para algunos urbanitas desolados que sue?an con un regreso a las fuentes m¨ªticas, la ciudad ha ganado la batalla cultural ¡ªy la gran mayor¨ªa se imagina el futuro y sus futuros en un encuadre urbano.
A veces esos futuros se realizan; muchas, no. Pero lo cierto es que este mundo es ciudadano: que la ciudad es la unidad b¨¢sica social de nuestro tiempo, que nuestro orbe se ha vuelto una urbe. Hasta hace pocos a?os las ciudades eran interrupciones en el paisaje rural, que se pensaba como norma; ahora el campo es ese espacio vac¨ªo donde nadie ha construido todav¨ªa. Y ni siquiera: en los pa¨ªses de desarrollo reciente acelerado ¡ªCorea del Sur, digamos¡ª ya no se ve un paisaje rural que no est¨¦ interrumpido por racimos de torres de 25 pisos: incluso en el campo m¨¢s campo, la ciudad planta sus reales.
Y, para completarlo, el nuevo espacio donde vivimos, Internet, postula una ciudad ubicua, infinita: el imaginario del mundo virtual es ciudadano. Las redes cumplen funciones urbanas: el encuentro, la informaci¨®n, la burocracia, el mercado, ciertas maneras del trabajo. Internet crea la sensaci¨®n de una ciudad compartida a la distancia: una falsa plaza, un ¨¢gora en 300 MB.
Hace medio siglo, muchos en la literatura latinoamericana contaban historias campesinas. Hoy ser¨ªa impensable
Am¨¦rica Latina no escapa a esta tendencia. Hace 50 a?os ¨¦ramos 250 millones y la mitad viv¨ªa en ciudades; ahora somos 640 millones, cuatro ciudadanos por cada campesino. Pero el campo no s¨®lo fue perdiendo habitantes; tambi¨¦n perdi¨® su lugar en nuestro imaginario. Todav¨ªa hace medio siglo, en ese gran momento de la literatura sudaca que algunos confundieron con un estallido, muchos contaban historias campesinas; hoy resultar¨ªa entre impensable y caprichoso. Hoy lo que abunda, la imagen que se impone, son muertes, narcos, terrores varios y callejones sin salida. Que los mitos m¨¢s vendibles de Am¨¦rica Latina hayan dejado de ser frondosos y policromos, selv¨¢ticos y ut¨®picos, y se hayan vuelto violentos y drogones es un efecto de esta urbanizaci¨®n.
Es un cl¨¢sico: la ciudad, en la mayor¨ªa de sus representaciones, siempre fue escenario de la perdici¨®n, de sue?os rotos. Que la ciudad sea para tantos la ¨²nica esperanza quiz¨¢s explique ¡ªo ayude a explicar¡ª por qu¨¦ vivimos en una ¨¦poca que ya no sabe qu¨¦ esperar.
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