Un pedo y el silencio de Dios

El Diccionario de la RAE define pedo como ¡°ventosidad que se expele del vientre por el ano¡±, pero, tras ver el s¨¦ptimo largometraje de Rodrigo Garc¨ªa, alguien podr¨ªa definirlo, tambi¨¦n, como el ant¨®nimo de eso que denominamos el silencio de Dios. En una secuencia de esta pel¨ªcula que prefiere acercarse a la seducci¨®n de la paradoja que rendirse a la imposici¨®n del serm¨®n, Jesucristo escucha un pedo ajeno¡­ y se r¨ªe. Como humano que es. De hecho, si algo tiene especialmente claro ?ltimos d¨ªas en el desierto respecto al espinoso tema de la doble naturaleza del personajes es que de lo ¨²nico que se puede dar fe es de que Jesucristo era un hombre y, como tal, alguien capaz de corresponder a la zumbona injerencia de un pedo con una risa. Y alguien susceptible de ahogarse bajo el imponente silencio de Dios. Y alguien capaz de dialogar con su propio lado oscuro: quiz¨¢ el diablo no sea m¨¢s que el amigo imaginario que nos facilita nuestra psique para ser mejores. O peores, seg¨²n el caso. Otra de las ideas brillantes de esta pel¨ªcula con alma de par¨¢bola y, por tanto, estructurada en vers¨ªculos visuales y construida con elementos m¨ªnimos, es la de confiar la interpretaci¨®n de Jes¨²s y el Diablo al mismo actor: un Ewan McGregor que afronta el reto con dos leves cambios de temperatura de un mismo comedimiento.

En ?ltimos d¨ªas en el desierto, el Diablo desaf¨ªa a Jesucristo con la resoluci¨®n de un problema encarnado en una familia en proceso de asentamiento. Mientras el Diablo evoca la naturaleza terror¨ªfica de la divinidad y Jes¨²s se debate entre los actos y las palabras, la pel¨ªcula avanza hacia un ep¨ªlogo sint¨¦tico, resonante, terrenal y al tiempo enigm¨¢tico, que eleva el alcance de esta parad¨®jica pel¨ªcula laica sobre la fe.