Sopranos en el ring
El fabuloso espect¨¢culo de "Rodelinda" evoca la gloria y la tragedia de Francesca Cuzzoni
No voy a extenderme en el maravilloso espect¨¢culo de Rodelinda que han concebido Claus Guth e Ivor Bolton en el Teatro Real porque ya ?ha fijado doctrina Luis Gago en su estupenda critica, pero si voy a recrearme en la figura de la soprano que estren¨® la ¨®pera de Handel:?Francesca Cuzzoni.
Muri¨® pobre y desahuciada en un asilo de Bolonia donde entreten¨ªa el tiempo fabricando botones y recuerdos. Hab¨ªa sido una diva de aspecto discutible, de forja londinense y de entra?as dionisiacas. Su belleza era din¨¢mica, como dir¨ªa San Agust¨ªn. Quiere decirse que la plenitud est¨¦tica requer¨ªa la coartada del escenario y la dramaturgia del dolor en las arias de piet¨¤.
Tuvo una vida sentimentalmente desordenada, aunque el adjetivo debi¨® resultarle eufem¨ªstico a los polic¨ªas londinenses que encontraron el cuerpo de su marido envenenado. Sucedi¨® en 1737 y no fue posible interrogar a la soprano porque hab¨ªa escapado a Florencia como una forajida despechada.
Son algunos pormenores biogr¨¢ficos de la diva, aunque el retrato de la Cuzzoni, desdibujado en la paleta del sensacionalismo, el fetichismo y la leyenda, tambi¨¦n puede concebirse desde el antagonismo de Faustina Bordoni (1697-1781). Que era su rival. Su rival absoluta.
Tan bella parec¨ªa la Bordoni como poco agraciada resultaba la Cuzzoni. La aristocracia de la primera exageraba la llaneza de la segunda. Bordoni pose¨ªa una voz superdotada en t¨¦rminos de agilidad, de virtuosismo, de coloratura, mientras que la Cuzzoni destacaba en la hondura, en la oscuridad.
Le escrib¨ªan a la Bordoni los pasajes de una trapecista, entretanto que la Cuzzoni carec¨ªa de competencia en las arias solemnes. Eran como la Tebaldi y la Callas. La rubia y la morena. La apol¨ªnea y la dionisiaca. La perfecta y la imperfecta. La divina y la diab¨®lica, el anverso y el env¨¦s. La luz y la sombra, ya que hacemos en este blog acopio de manique¨ªsmo.
Hubieran formado ambas la cantante ideal, pero fue la diferencia el origen de su gloria, de su decadencia y de sus disputas. Empezando por aquella incendiaria funci¨®n de Astinatte programada en Londres en 1727.?La ¨®pera no ha sobrevivido. Tampoco lo ha hecho la fama del compositor, que se llamaba Ariosti, o Bononcini, seg¨²n otras versiones a discusi¨®n de los music¨®logos. S¨ª ha pasado a la historia la fecha exacta, 6 de junio, del mismo modo que consta la presencia en el palco de la atribulada princesa de Gales.
?Qu¨¦ sucedi¨® realmente? El apasionamiento y el cloroformo de la velada impiden una reconstrucci¨®n objetiva, pero las cr¨®nicas de la ¨¦poca, bastante pintorescas, coinciden en que Cuzzoni y Bordoni llegaron a las manos. Se pegaron y tiraron del pelo. Intercambiaron palabrotas y blasfemias. Necesitaron ambas asistencia m¨¦dica para remediar los moratones.
Tanto la una como la otra capitalizaron travestidas la batalla de los tendidos. De hecho, el origen de la trifulca estrib¨® en que los partidarios de la Cuzzoni abroncaron a la Bordoni nada m¨¢s verla aparecer en escena. Hicieron lo mismo los hooligans de la soprano rival respecto a la Cuzzoni, de tal manera que la contienda se traslad¨® finalmente a las cantantes y precipit¨® que ambas fueran expulsadas de la Royal Academy of Music.
Se hubiera adherido al escarmiento el propio ?Handel, compositor y empresario en la capital de su majestad, pero el maestro se percat¨® de que el contraste de las divas en las posteriores funciones de la temporada proporcionar¨ªa taquillazos nunca vistos en la historia de Londres.
La prueba est¨¢ en que la Cuzzoni y la Bordoni rivalizaron en las obras en boga que prodigaba el propio Handel. Era el caso de Riccardo Primo, de Siroe y de Tolomeo, todas ellas sometidas a cl¨¢usulas precursoras del star-system hollywoodiense porque las sopranos italianas exig¨ªan el mismo n¨²mero de arias cuando no la cifra exacta de compases.
Semejantes pretensiones hab¨ªan dado origen a la controversia de Handel con la Cuzzoni. Le hab¨ªa escrito el maestro un aria a medida de la vis pat¨¦tica,"Falsa imagine" se titulaba, pero resulta que se le antoj¨® sencilla, demasiado sencilla, a la insaciable musa parmesana.
"Madame, todos sabemos que usted es un demonio, pero sepa usted igualmente que yo soy Belceb¨², el jefe de los demonios", objet¨® el compositor germano antes de amenazar con arrojarla por la ventana. Se arroj¨® ella misma, poco a poco. Truncada definitivamente en 1728 la rivalidad con la hermosa Bordoni, la Cuzzoni itiner¨® con altibajos por los teatros italianos, comparti¨® escena con los grandes castrati de la ¨¦poca -Senesino estren¨® junto a ella la Rodelinda que ha recalado en el Teatro Real-, malgast¨® su fortuna en Centroeuropa y fue encarcelada en Holanda (1742) por no haber respondido a las deudas.
Trat¨® de sobreponerse en la corte de W¨¹rttemberg resign¨¢ndose a honorarios indecorosos, incluso se avino a participar en una crepuscular gira londinense en 1750 que obtuvo m¨¢s piedad que aplauso.?"Regres¨® pobre, fea y acabada", escribi¨® el cr¨ªtico Charles Burney con impostura de sepulturero. Era una venganza. Entre otras razones porque Burney, tambi¨¦n ¨¦l, hab¨ªa tomado partido por la Bordoni, ep¨ªtome del "stile brillante" y contrapeso triunfal a las desdichas que se procuraba la autodestructiva Cuzzoni.
Contrajo la Bordoni matrimonio con el poderoso compositor germano Johann Adolph Hasse y se convirti¨® en la prima donna de la ?pera de Dresde, aunque ni el uno ni la otra sospecharon que una emergente cantante italiana, Regina Mingotti, aspiraba a desbancar a la gloria veneciana. Para impedirlo, Hasse tram¨® una argucia y compuso una ¨®pera, Demofonte, que conten¨ªa unas cuantas arias a medida de la esposa y un pasaje infernal concebido para malograr a la pujante compatriota.
Sucedi¨® al rev¨¦s. Mingotti fue capaz de superar todas las piruetas, aunque Hasse le recomend¨® que se marchara al San Carlo de N¨¢poles, "no fuera a ocurrir que una desgracia se entrometiera en su brillante porvenir".
La Bordoni pudo haber inducido la treta de las amenazas, aunque fue ella la primera en comprender la oportunidad de la retirada. No quer¨ªa arrastrarse como hac¨ªa la Cuzzoni, de tal forma que su ¨²ltima actuaci¨®n se produjo en 1751, 30 a?os antes de morirse rica y serena en Venecia.
All¨ª hab¨ªa nacido en 1697. Proven¨ªa de una distinguida familia y hab¨ªa accedido a los mejores maestros de la ¨¦poca. Incluidos los compositores Alessandro y Benedetto Marcello, a quien la tradici¨®n y la leyenda, tanto montan, atribuyen una premonici¨®n: "Venecia tiene un le¨®n, el de San Marcos, y tiene una sirena, Faustina Bordoni".
Tambi¨¦n la llamaron en Londres "the queen", la reina, pero Bordoni tuvo que compartir los honores en collera con Cuzzoni, al abrigo de un sobrenombre que ha pasado a la historia de la ¨®pera y a la historia de la envidia: "The rival queens".?
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