¡°No respetamos en absoluto la inteligencia de los ni?os¡±
La escritora Lea V¨¦lez publica una novela en contra de la educaci¨®n estandarizada
¡°Mam¨¢, si el agua no tiene color, ?por qu¨¦ la vemos?¡±. ¡°?Por qu¨¦ el sol, si es fuego, arde en ese espacio sin ox¨ªgeno?¡±. ¡°A lo mejor Dios existe porque es una met¨¢fora¡±.
Estos ni?os, de curiosidad extrema e inteligencia fuera de lo com¨²n, se llaman Richard y Michael, cuando planteaban estas preguntas ten¨ªan cuatro y seis a?os, y hoy, si quisieran, podr¨ªan demandar por plagio a su madre, la escritora Lea V¨¦lez (Madrid, 1970) por reproducir sus di¨¢logos, coma por coma, en Nuestra casa en el ¨¢rbol (Destino), una novela-manifiesto contra la educaci¨®n estandarizada, que es la historia de su familia hecha ficci¨®n.
En realidad, la segunda parte de su historia, la que comienza cuando enviuda, en 2011, y debe asumir sola la crianza de dos ni?os, superdotados como ella, que sufren como cualquier otro las flaquezas de un sistema de ense?anza ¡°m¨¢s basado en la memoria que en la reflexi¨®n¡±. Porque la primera, el relato de c¨®mo acompa?¨® a su marido hasta la muerte por c¨¢ncer ya la cont¨®, y con gran ¨¦xito, en primera persona, en El jard¨ªn de la memoria (Galaxia Gutenberg / C¨ªrculo de Lectores).
¡°De alguna forma estoy construyendo un retrato de lo que nos va pasando, pero me aburro r¨¢pido. Una vez que he hecho algo no me interesa volver a hacerlo igual¡±, explica V¨¦lez. ¡°Por eso decid¨ª escribir desde la ficci¨®n. Eso s¨ª, con retales de la realidad¡±.
La protagonista de Nuestra casa en el ¨¢rbol (Destino), un canto a la libertad, la felicidad del ahora y el amor, no se llama Lea sino Ana, no tiene dos sino tres hijos, y no vive en Madrid; se march¨® al sur de Inglaterra al hostal que hered¨® de su marido para escapar del dolor y de un sistema educativo que amenazaba con malograr la estabilidad emocional de sus hijos y frustrar sus vocaciones.
¡°Suele ocurrir que a los superdotados los toman por vagos o por tontos¡±, dice V¨¦lez ¡ªque acab¨® por matricular a Michael y Richard en el sistema brit¨¢nico de ense?anza¡ª con un discurso incendiado e incendiario. ¡°Los profesores lo achacan a todo salvo a que est¨¢n aburridos. Me ocurri¨® con mis hijos. Yo me dec¨ªa: ¡®Si con cinco a?os me est¨¢n preguntando la composici¨®n del sol, ?c¨®mo dicen en el colegio que no les interesa nada?¡¯. ?C¨®mo les va interesar si a¨²n les est¨¢n ense?ando a colorear y les obligan a escribir cien veces ¡®el pato patea el patio¡¯. La pasi¨®n de uno de mis hijos por la f¨ªsica era tal que necesitaba saber c¨®mo se llaman los planetas, c¨®mo giran. Hay que darles alpiste... si no, se rebelan. No estamos respetando en absoluto la inteligencia de los ni?os. Que si son sucios, ruidosos, les hablamos con lengua de trapo... Los despreciamos de una manera que r¨ªete de la lucha de la mujer¡±.
La gran met¨¢fora de esta denuncia la tiene en su jard¨ªn en Villanueva de la Ca?ada (Madrid). Es una casa que construy¨®, tablero a tablero, durante un a?o, sobre las ramas de una encina para demostrar a sus hijos que una mujer puede hacer lo que se proponga. Mientras sube las escaleras y abre la trampilla de acceso explica el paralelismo: ¡°Te tienes que adaptar al ¨¢rbol como a las necesidades de los ni?os. La gente me dec¨ªa: ¡®?Por qu¨¦ no te vas a Leroy Merlin y te compras un kit y lo subes?¡¯. Y ves que no puedes porque te tienes que amoldar a las ramas; no puedes poner tornillos a machamartillo y menos en una encina enferma...¡±.
Lea V¨¦lez despert¨® tarde a la escritura en una familia fan¨¢tica de los libros. Hija de Carlos V¨¦lez, el que fuera director de Encuentros con las letras, ten¨ªa 24 a?os cuando sinti¨® la necesidad de convertir sus emociones en palabra escrita. Acababa de terminar periodismo, estaba a punto de iniciar la carrera de guionista, que ejerci¨® durante a?os ¡ªsu firma est¨¢ tras series de televisi¨®n como La verdad de Laura¡ª y, sobre todo, se hab¨ªa enamorado de un hombre 20 a?os mayor, su futuro marido, y necesitaba contarlo. ¡°Luego, cuando muri¨®, el pudor se esfum¨®, yo que siempre tuve respeto a inventar porque creo que todo est¨¢ inventado en literatura, encontr¨¦ de pronto, una voz muy honesta en mi escritura...¡±.
En Nuestra casa en el ¨¢rbol, en efecto, no hay rastro de pudor. Hay memoria, humor, reflexi¨®n, y un gran homenaje a Michael y Richard, sus brillantes di¨¢logos y sus reflexiones sobre el mundo de los adultos. ¡°Estoy plagiando descaradamente a mis hijos¡±, confiesa la escritora. Su tercer libro en solitario es una apropiaci¨®n de vida... ?debida?
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.