La privacidad est¨¢ muerta
En su ensayo sobre la libertad de expresi¨®n, el escritor brit¨¢nico analiza el fin de nuestro derecho a la intimidad
En Internet resulta mucho m¨¢s sencillo hacer que algo sea p¨²blico y m¨¢s dif¨ªcil que contin¨²e siendo privado. De lo que deduce, como la noche sucede al d¨ªa, que mientras la mayor oportunidad de cosm¨®polis reside en compartir p¨²blicamente conocimientos, opiniones, im¨¢genes y sonidos, el mayor peligro es la p¨¦rdida de intimidad.
Esto ser¨ªa cierto incluso si Internet estuviese ¨ªntegramente gestionada por coros de ¨¢ngeles, pues las posibilidades de vigilancia que ofrecen las actuales tecnolog¨ªas de la informaci¨®n y la comunicaci¨®n llegan mucho m¨¢s all¨¢ que las fantas¨ªas m¨¢s disparatadas de un general de la Stasi. La mayor¨ªa llevamos voluntariamente con nosotros dispositivos electr¨®nicos de rastreo. Se los conoce como ?tel¨¦fonos m¨®viles?. Si se recopilan todos los datos y los denominados metadatos de nuestro correo electr¨®nico, llamadas de tel¨¦fono m¨®vil, b¨²squedas en la red, otros aparatos que env¨ªan datos como la nevera y el contador de la calefacci¨®n central inteligentes, as¨ª como los diminutos transmisores de radiofrecuencia de las cosas que usamos, por no mencionar el an¨¢lisis para reconocimiento facial de lo que graban las c¨¢maras de vigilancia y de las fotos publicadas en l¨ªnea, un observador puede saber mucho m¨¢s de nosotros que un ornit¨®logo que sigue a una bandada de p¨¢jaros con transmisores. Ahora todos somos palomas con transmisor.
"La privacidad ha muerto: no hay nada que ustedes, diminutos ratones puedan hacer al respecto¡±
Timothy Garton Ash
Pero esta tecnolog¨ªa no se concibe a s¨ª misma. La informaci¨®n personal aterradoramente detallada que recoge es tan susceptible de ser analizada con t¨¦cnicas de ?miner¨ªa de datos? y de ser cotejada porque as¨ª ha sido concebida. De haber sido concebida por ¨¢ngeles pendientes de nuestra intimidad individual en vez de los beneficios empresariales o los intereses gubernamentales, ser¨ªa diferente. Pero Internet no est¨¢ en dulces brazos de ¨¢ngeles. Es gestionado y explotado por empresas y, en una medida variable pero siempre significativa, controlado por los gobiernos, que tambi¨¦n tienen acceso. Ambas formas de poder, la privada y la p¨²blica, constituyen una amenaza para la intimidad; su combinaci¨®n, P2, es la mayor de todas las amenazas. Esta es la lecci¨®n que acertadamente se extrajo de las revelaciones de Edward Snowden de que las autoridades estadounidenses y brit¨¢nicas hab¨ªan obligado legalmente a las empresas de telecomunicaciones e Internet a compartir datos con ellas y hab¨ªan intervenido ilegalmente sus cables.
?La vigilancia es el modelo de negocio de Internet ¡ªdice el experto en seguridad Bruce Scheneier¡ª. Nosotros construimos sistemas que esp¨ªan a las personas a cambio de servicios. Las corporaciones lo llaman marketing?. Schneier nos compara con arrendatarios agr¨ªcolas en las grandes fincas de Google o Facebook. La renta que pagamos son nuestros datos personales, que ellos utilizan para personalizar la publicidad. Cuanto m¨¢s aumente la capacidad t¨¦cnica de recopilar ?macrodatos?, m¨¢s sabr¨¢n de nosotros los que Jaron Lanier llama ?imperios esp¨ªas/ publicitarios? y, en este sentido elemental, menos intimidad tendremos.
Mucho depende, pues, de c¨®mo aborden la cuesti¨®n estos gatos grandes. ?La privacidad ha muerto. As¨²manlo?: como sucede con tantas citas famosas, al parecer Scott McNealy, a la saz¨®n presidente de Sun Microsystems, no respondi¨® exactamente esto a una pregunta sobre privacidad a fines del siglo pasado. Seg¨²n la mejor fuente que tenemos, lo que dijo fue: ?De todos modos no tienen nada de privacidad. As¨²manlo?. Pero hay motivos para que algunas frases, a menudo en una versi¨®n con m¨¢s gancho que la original, se vuelvan proverbiales. El comentario de McNealy resume a la perfecci¨®n tanto un enunciado emp¨ªrico como una actitud. La privacidad ha muerto: no hay nada que ustedes, diminutos ratones, puedan hacer al respecto. Y ?as¨²manlo?: h¨¢ganse hombres, no tienen nada que temer excepto sus temores. Cuanto m¨¢s nos adentramos en el siglo XXI, m¨¢s personas cuestionan ese enunciado y esa actitud. Mientras escribo, se est¨¢n produciendo movilizaciones pol¨ªticas y c¨ªvicas para ?recuperar nuestra privacidad?. Los ratones est¨¢n en marcha.
Empresas como Google muestran agudas contradicciones en torno a estas cuestiones. David Drummond, durante mucho tiempo asesor jur¨ªdico principal de Google, distingue entre el valor para Google y el valor de Google. La libertad de expresi¨®n, mantiene, es tanto un valor para Google (esto es, ayuda a su negocio) como un valor de Google (lo que ¨¦l denomina un ?valor central de Google?). No puede decirse lo mismo de la privacidad. Como hemos visto, Google gana la mayor parte de su dinero recopilando informaci¨®n privada acerca de nosotros y vendi¨¦ndonos luego a otros como consumidores potenciales, supuestamente an¨®nimos. ?Necesitamos luchar por nuestra privacidad?, escribe Eric Schmidt, coautor del libro El futuro digital, en apariencia ignorando que a muchos les parecer¨¢ como si el diablo declarase que tenemos que luchar por nuestra salvaci¨®n. Para ayudar a lanzar nuestro proyecto de investigaci¨®n de Oxford, yo intervine en un acto organizado por Google, en el esp¨ªritu del ?rinc¨®n del orador? de Hyde Park, en la Puerta de Brandenburgo de Berl¨ªn. Cuando acab¨¦, alguien en la multitud me espet¨®: ??Pero si la mayor amenaza para la libertad de expresi¨®n es Google!?.
?Ten¨ªa aquel hombre raz¨®n? ?Supone Google una amenaza para la libertad de expresi¨®n o s¨®lo para la intimidad? ?O es la misma libertad de expresi¨®n la que amenaza la intimidad? ?Qu¨¦ relaci¨®n hay entre ambas? En buena parte de la doctrina jur¨ªdica, esto se analiza como un intento de equilibrar una balanza: en uno de los platillos, cu¨¢nta libertad de expresi¨®n, sobre qu¨¦ personas y en qu¨¦ circunstancias; en el otro, cu¨¢nta privacidad para ellas. Esto se hace formalmente en los tribunales europeos, en los cuales los jueces sopesan de un lado los derechos de libertad de expresi¨®n de los ciudadanos particulares seg¨²n el art¨ªculo 10 del Convenio Europeo de Derechos Humanos, y de otro sus derechos de privacidad seg¨²n el art¨ªculo 8. Y nosotros mismos podemos decir: ?S¨ª, en tal o cual circunstancia subordino mis derechos de libertad de expresi¨®n a mi exigencia de intimidad?.
Sin embargo, la privacidad es tambi¨¦n una condici¨®n de la libertad de expresi¨®n. Para ser m¨¢s preciso: esa condici¨®n consiste en la posibilidad de escoger qu¨¦ informaci¨®n debe ser privada y, despu¨¦s, de confiar en que esa decisi¨®n sea respetada. Como sabe todo aquel que haya vivido en un Estado policial, cuando temes que alguien est¨¦ escuchando todo el rato, te muerdes la lengua. Ya no dices lo que piensas. Recuerdo a mis amigos disidentes de Europa Oriental en sus cocinas, escribiendo mensajes cr¨ªpticos en pedazos de papel para sortear los micr¨®fonos de la polic¨ªa secreta. En una ocasi¨®n alguien me pidi¨® que memorizase un mensaje que hab¨ªa escrito en un papel de fumar que despu¨¦s se trag¨®. Ella se comi¨® sus palabras. El periodista ruso Vlad¨ªmir Pozner observa mordaz que el ¨²nico sitio en que uno puede disfrutar de una total libertad de expresi¨®n es ?en el v¨¢ter?. Pero bajo un Sadam Husein, un Kim Il Sung, Kim Jong Il o Kim Jong Un, las personas temen decir lo que de verdad piensan incluso all¨ª, en lo que en ingl¨¦s se sol¨ªa llamar privy (literalmente, ?privado?).
Traducci¨®n de Araceli Maira Ben¨ªtez
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