Individuos insignificantes
Vivimos un momento de giro narrativo, las series ceden el protagonismo a las grupos, la naturaleza y la inteligencia artificial
La serie Fortitude habla de un pueblo donde habitan 700 seres humanos rodeados de 3.000 osos polares. Un pueblo donde ¡ªcomo en el de Bailar en la oscuridad, del narrador noruego Karl Ove Knausgard¡ª es normal verse empeque?ecido por la abrumadora, bell¨ªsima, cotidiana aurora boreal. En esos planos que evocan los lienzos de Turner o Friedrich, el paisaje engulle a la figura humana. Lo mismo ocurre en esos otros donde se ven las masas de hielo, las superficies blanqu¨ªsimas, los glaciares. Los t¨ªtulos de cr¨¦dito no enga?an (nunca lo hacen): los de Fortitude remiten a la geometr¨ªa del agua congelada, sin sombra de humanidad, como si la serie hablara de una nueva matem¨¢tica que nos excluye como protagonistas.
La escala espacial de Fortitude ¡ªcuya segunda temporada emite Movistar Series¡ª queda muy clara: estamos en minor¨ªa respecto a la fauna y respecto a la geograf¨ªa. Pero es la temporal la realmente fascinante: no somos nada tampoco en t¨¦rminos hist¨®ricos, prehist¨®ricos, geol¨®gicos. En esa isla s¨®lo hace un siglo que hay seres humanos. En la primera temporada unos mineros encuentran el cad¨¢ver de un mamut. Ha permanecido 30.000 a?os en el permafrost y, al descongelarse, no solo muestra los preciados colmillos, el pelo o una carne que pronto empezar¨¢ a descomponerse, sino tambi¨¦n las larvas de unas avispas que son letales para los hombres. El guion de la serie no menciona la expresi¨®n ¡°cambio clim¨¢tico¡±. Pero la aparici¨®n de cientos de mamuts en pleno siglo XXI es una de sus muchas manifestaciones.
Los cient¨ªficos lo han llamado Antropoceno: una nueva era geol¨®gica caracterizada por la influencia tecnol¨®gica del hombre en el planeta. Esa toma de conciencia ha coincidido con otras: la de la inteligencia y sentimentalidad animales que Carl Safina ha descrito muy bien en Mentes maravillosas (Galaxia Gutenberg); o la de la sensibilidad vegetal que est¨¢n divulgando, entre otros, bot¨¢nicos como Stefano Mancuso. En paralelo discutimos c¨®mo debe ser la implantaci¨®n en nuestras vidas de inteligencia artificial. Es decir, al tiempo que asumimos el sufrimiento o la sociabilidad de los animales y de las plantas, los modos no humanos en que experimentan su conciencia de seres individuales, nos preparamos para el momento en que ¡ªcomo ha mostrado otra serie, Westworld¡ª las m¨¢quinas expresen tambi¨¦n su propia forma de ser conscientes.
Esa multiplicaci¨®n exponencial e imparable de sujetos no humanos hay que sumarla a la multiplicaci¨®n tambi¨¦n incesante de humanos que generan discurso. De sujetos narrativos. Hace 20 a?os eran muchos menos millones que ahora. Las p¨¢ginas web y las redes sociales nos convierten a todos en protagonistas de c¨ªrculos de influencia menores o mayores: cada vez le cuesta a m¨¢s gente de los cinco continentes percibirse como personajes secundarios. Cada vez son mayores nuestros egos narrativos y, aunque no haya lectura ni reconocimiento suficientes para todos, no dejamos de producir fotograf¨ªas, estados, v¨ªdeos, dibujos, relatos, gritos de atenci¨®n.
Cada vez nos interesan menos los protagonistas y m¨¢s esos secundarios que, como en la vida misma, reivindican compartir el primer plano.
No es descabellado pensar que vivimos en un momento de giro narrativo. Despu¨¦s de varios siglos de centralidad del sujeto moderno, individual y cr¨ªtico, en un paradigma que todav¨ªa pod¨ªa pensarse como vertical o incluso piramidal, la conciencia de que realmente no somos m¨¢s que nodos en una red horizontal e infinita de nodos socava la posibilidad de que las grandes narrativas de nuestra ¨¦poca sigan teniendo a un ¨²nico protagonista (sobre todo si es hombre, de mediana edad, blanco y heterosexual). En un contexto de millones de narradores con acceso a canales de publicaci¨®n, exactamente iguales a nosotros; en un contexto de billones de individuos emergentes, con relatos derivados (como los de las mascotas) o con relatos incipientes (como los de las inteligencias artificiales o los algoritmos); en un contexto en que la visi¨®n microsc¨®pica, incluso subat¨®mica, o la macrosc¨®pica de Google Earth o de la cuenta de Instagram de la NASA se han vuelto accesibles a golpe de clic, la nueva escala humana es m¨¢s peque?a que nunca.
Fortitude no tiene protagonista. Como Perdidos o como The Wire expresa la comunidad en forma de enjambre. En Vikingos (spoiler) acaban de matar al protagonista y quedan en su lugar sus cinco herederos. En Orange is the New Black y Ray Donovan cada vez nos interesan menos sus protagonistas y m¨¢s esos secundarios que, como en la vida misma, reivindican compartir democr¨¢ticamente el primer plano. Por su naturaleza de novelas corales virtualmente ilimitadas, las series de televisi¨®n tal vez sean la forma m¨¢s visible de esa necesidad de cambio de punto de vista. Junto con los videojuegos en l¨ªnea o las redes sociales, donde tampoco hay un centro ni un protagonista definidos (ni siquiera t¨²), est¨¢n oblig¨¢ndonos a reformular las estrategias narrativas para dar cuenta del nuevo orden social y discursivo del siglo XXI.
El libro, esa estructura narrativa casi hegem¨®nica durante tantos siglos, ha encontrado en su pen¨²ltima mutaci¨®n un modo de adaptarse a ese nuevo e incipiente paradigma. Se trata de la proliferaci¨®n de grandes relatos, a menudo de no ficci¨®n, cuyo origen se encuentra en investigaciones y en viajes que trazan un pol¨ªgono de l¨ªneas a¨¦reas, de una red internacional. Aunque haya precedentes, su producci¨®n y su visibilidad se disparan en este cambio de siglo. En 1999 Nicholas Shakespeare public¨® Chatwin, que era al mismo tiempo la biograf¨ªa del gran escritor viajero ingl¨¦s y un periplo por los escenarios de sus novelas y libros de viajes, con entrevistas a las personas que lo conocieron. Desde entonces son muchos los ejemplos de vol¨²menes ambiciosos que tambi¨¦n cuentan con escenas en varios continentes. Por citar algunos que destacan por su excelencia: La liebre de los ojos de ¨¢mbar (Acantilado) y Oro blanco (Seix Barral), de Edmund de Waal, son libros de viaje, cr¨®nicas hist¨®ricas, autobiograf¨ªas fragmentarias que piensan el planeta tierra como una unidad que el autor recorre c¨®modamente para buscar respuestas a sus preguntas inc¨®modas; La invenci¨®n de la naturaleza (Taurus), de Andrea Wulf, es una biograf¨ªa de Alexander von Humboldt con momentos en que la autora conecta con su objeto de estudio visitando sus escenarios vitales por Am¨¦rica o Euroasia; y Lim¨®nov (Anagrama), de Emmanuel Carr¨¨re, reconstruye un fascinante itinerario vital a trav¨¦s de cap¨ªtulos que hablan de la URSS, EE UU, Francia o los Balcanes. Podr¨ªamos llamarlos ¡°libros mundo¡±. Es una forma cada vez m¨¢s usual. Responde a nuestra voluntad de negociar con las nuevas escalas en que se representa nuestra cada vez menos significativa existencia.
Jorge Carri¨®n es escritor. Acaba de publicar ¡®Barcelona. Libro de los pasajes¡¯ (Galaxia Gutenberg)
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