Y al cabo nada os debo
La posteridad, que era el ¨²ltimo refugio de los escritores fracasados en vida, ha perdido su prestigio porque hoy todo es presente
La gloria literaria ya no es lo que era. La posteridad, que hab¨ªa sido el ¨²ltimo refugio o apelaci¨®n de los escritores fracasados en vida, y tambi¨¦n un mito de la historia literaria originada en los inicios del siglo XIX, ha perdido su prestigio. Ya no importa la posteridad porque el mundo se ha instalado en el presente veloz. J.G. Ballard fue un visionario cuando dijo aquello de ¡°creo en la inexistencia del pasado¡±. Nunca, como ahora, hab¨ªamos comprobado en nuestras carnes una obviedad cartesiana como que, en efecto, el pasado no existe. La posteridad confirmaba la importancia de unos libros y desacreditaba a otros. Era un sistema de justicia universal, un valor seguro de enjuiciamiento de la literatura, porque la literatura asumi¨® como propio el reino de la inestabilidad en los juicios, cosa que la ha alejado de la ciencia y la aleja de casi todo. S¨ª, la posteridad era el Tribunal Supremo de la Literatura, el sitio desde el que se acced¨ªa al significado definitivo de la ¡°palabra en el tiempo¡± y desde el que se constru¨ªa el canon. Procedemos de una tradici¨®n cultural que ha llamado ¡°literatura¡± a la supervivencia y memoria de los libros escritos a lo largo de la historia. No los libros que cosecharon ¨¦xito en el d¨ªa de su aparici¨®n p¨²blica, sino los libros que han sabido pervivir. Pero todo est¨¢ en movimiento. Y la pervivencia ya no es valor deseable. S¨®lo el ¨¦xito es deseable. Y el ¨¦xito ha de ser inmediato, absoluto, y simult¨¢neo a la aparici¨®n de la obra.
La misma interrogaci¨®n que se hac¨ªa David Trueba en la excelente serie de televisi¨®n ¡°?qu¨¦ fue de Jorge Sanz?¡± podemos situarla en la literatura y preguntar, por ejemplo, ¡°?qu¨¦ fue de Juan Benet?¡±. Es, en todo caso, una interrogaci¨®n que abre el sentido de las cosas una vez que ya no rige el presente. Las nuevas tecnolog¨ªas, los descubrimientos cient¨ªficos y la aceleraci¨®n econ¨®mica de la realidad han cambiado nuestra percepci¨®n del pasado hist¨®rico. Entre un escritor del siglo XVI y un escritor del siglo XIX, a pesar de que entre ellos medien trescientos a?os, puede caber menos distancia que entre un escritor de mediados del siglo XX y uno de este 2017. Un procesador de textos como el Word o una conexi¨®n Wifi o un muro de Facebook han sido tan revolucionarios para la evoluci¨®n de la escritura, y por tanto de la literatura, como la aparici¨®n del Surrealismo en la Europa de principios del siglo XX.
?Por qu¨¦ leer a un escritor muerto si puedo leer a un vivo, quien adem¨¢s tiene una cuenta en Facebook y puedo escribirle y con suerte me contesta?
El gran enigma al que nos enfrentamos es el de la velocidad. Y es el que pone en riesgo la lectura. Porque el lugar de la literatura, por muy solemnes que nos pongamos, se origina en el humilde acto de leer. Leer libros es un proceso lento. Leer es el acatamiento del viejo orden de la realidad: el orden de la sintaxis, de la gram¨¢tica. Aparece el sujeto y hay que esperar a la llegada del verbo y de los complementos para la construcci¨®n de un sentido ling¨¹¨ªstico. La lectura es espera. La realidad, sin embargo, no act¨²a as¨ª. La realidad es simult¨¢nea; y la lectura, es decir, la literatura, no lo es. La crisis de la lectura ocurre en un mundo que ha hecho de la velocidad una forma despiadada y fascinante de conocimiento. La crisis de la literatura no tiene nada que ver con que vivamos tiempos incultos y despreciables. La literatura es un acto de lectura, de gram¨¢tica, es lineal y temporal. Leer es lento, porque la gram¨¢tica es lenta. La realidad tecnol¨®gica ocurre a trescientos por hora. Y la lectura va a ochenta. La lectura es una tecnolog¨ªa oxidada. Sin embargo, moralmente la literatura va a trescientos. Necesitar¨ªamos leer a la velocidad de nuestro tiempo. O poder leer libros de manera simult¨¢nea. Mientras pierdes horas y horas leyendo una novela interesante, el mundo ya est¨¢ gestando otra novela que te vas a perder a no ser que te des prisa. Al fin y al cabo, seguimos leyendo a la misma velocidad que le¨ªa Plat¨®n.
Hay una fuerte melancol¨ªa que procede de la desaparici¨®n de la memoria literaria. Incluso los Premios Nobel sufren esa oxidaci¨®n melanc¨®lica: ?Qui¨¦n lee hoy a Vicente Aleixandre? Pocos, sin duda. Pueden resistir los nombres en todo caso, pero no la relectura de sus libros. Incluso un poeta importante por su influencia posterior, como fue Luis Cernuda, se est¨¢ desintegrando en el siglo XXI. Y qu¨¦ decir de aquel aparente blindaje contra el olvido que fue la Generaci¨®n del 27. La construcci¨®n de generaciones en la historia de la literatura espa?ola ten¨ªa esa funci¨®n, la del blindaje pedag¨®gico contra la desmemoria, pero eso ya no funciona. El canon ya no se construye sobre el pasado, sino sobre el presente. El canon hist¨®rico de la literatura ha periclitado. Incluso podr¨ªamos hablar, usando de manera torticera a Hannah Arendt, de la banalidad del canon hist¨®rico, porque el inter¨¦s solo est¨¢ en el presente. ?Qui¨¦n lee hoy de forma apasionada a Gerardo Diego, o a Jorge Guill¨¦n? Y todos sabemos que en literatura sin pasi¨®n no hay nada. Parecen poetas reservados exclusivamente a la lectura en el ¨¢mbito universitario; es decir, poetas que viven en burbujas acad¨¦micas. Los escritores muertos ya no emiten los susurros de antes, o si los emiten los vivos ya no quieren o¨ªrlos. ?Por qu¨¦ leer a un escritor muerto si puedo leer a un vivo, quien adem¨¢s tiene una cuenta en Facebook y puedo escribirle y con suerte me contesta? El inexistente Ministerio de Cultura espa?ol, en un alarde de vanguardia tecnol¨®gica, tendr¨ªa que administrar cuentas de Facebook y de Twitter para los escritores muertos. La muerte es el ¨²ltimo fastidio de la literatura. Cuentas de Facebook con un P¨ªo Baroja o un Juan Benet virtuales, que pudieran seguir entre los vivos, y contestar a sus lectores desde sofisticados programas inform¨¢ticos que reprodujeran de manera interactiva la sustancia de su pensamiento.
El primer tiro en la frente que se dio a la historia de la literatura espa?ola provino de la ense?anza secundaria. All¨ª se ¡°desconfigur¨®¡± la idea nacional de nuestra literatura.
Antonio Machado encontr¨® una f¨®rmula hermosa a la hora de demandar premio por la obra escrita, una forma que mezclaba el desd¨¦n amable con la amargura y que da t¨ªtulo a este art¨ªculo. Machado en el verso alejandrino ¡°y al cabo, nada os debo; deb¨¦isme cuanto he escrito¡± reclamaba el pago por la obra, porque era consciente de que un escritor contribuye a enriquecer la vida p¨²blica de un pa¨ªs, de ah¨ª la deuda. Esa deuda que en Espa?a siempre se saldaba con un puesto ilustre en la historia literaria ?Pero qu¨¦ ha pasado con la historia literaria? Porque el mismo concepto de historia se est¨¢ agrietando y el mundo ha decidido apostar por un presente continuo, donde el pasado no es reverenciado sino simplemente olvidado por viejo y obsoleto y por inexistente. Hay una larga lista de escritores espa?oles muertos cuya vigencia es ¡°l¨ªquida¡±. Camilo Jos¨¦ Cela, Torrente Ballester, Francisco Umbral, Garc¨ªa Hortelano, Francisco Ayala, Mart¨ªn Santos, Matute, Buero Vallejo, pero tambi¨¦n Azor¨ªn, Unamuno, etc, deber¨ªan ocupar un lugar de honor en aquello que se llam¨® ¡°historia de la literatura espa?ola¡±. Pero esa historia ya es un fantasma para la mayor¨ªa de la gente.
El primer tiro en la frente que se dio a la historia de la literatura espa?ola provino de la ense?anza secundaria. All¨ª se ¡°desconfigur¨®¡± la idea nacional de nuestra literatura. Todas las representaciones literarias de Espa?a, especialmente las de la llamada Generaci¨®n del 98, devienen en algo incomprensible para los j¨®venes de hoy, que heredan un pa¨ªs, por un lado, econ¨®micamente globalizado, y por otro, atomizado en mil administraciones educativas con ideas pintorescas de lo que tiene que ser la ense?anza de la literatura. Los escritores espa?oles en activo pocas veces han mostrado curiosidad por saber qu¨¦ se estudia en los institutos. Se sorprender¨ªan mucho. La idea de una Espa?a descompuesta en su unidad pol¨ªtica ha tenido sus consecuencias en una falta de credibilidad de la historia de la literatura que emanaba de la unidad pol¨ªtica. Aquel lugar en el que guardar a los ilustres de nuestra literatura, que era la historia, se ha desvanecido. La apelaci¨®n a Espa?a que se hace desde las mejores p¨¢ginas de Quevedo, Morat¨ªn, Larra, Gald¨®s, Pardo Baz¨¢n, Valle-Incl¨¢n, Antonio Machado, Unamuno, pero tambi¨¦n Luis Cernuda, o Jaime Gil de Biedma, se convert¨ªa en una apelaci¨®n sin presente, en una apelaci¨®n a un escenario pol¨ªtico y moral desaparecido. Es decir, en la apelaci¨®n de un fantasma. Eso no ha ocurrido con otras literaturas, como la francesa o la estadounidense. Esta ¨²ltima, adem¨¢s, ha sabido hacer de la historia nacional un acontecimiento universal.
A todo esto, hay que a?adir que la pervivencia de los escritores muertos ha de plegarse a las exigencias de las nuevas formas de la memoria, que son las que ha creado la cultura Pop. El escritor ha de fabricar adornos constantes a su obra. Hay que generar a?adiduras iconogr¨¢ficas. La literatura espa?ola necesit¨® una Guerra Civil para labrarse una mitolog¨ªa de trascendencia universal. Los escritores muertos necesitan adornarse con mitos para alcanzar al lector del presente, esa es una influencia de la cultura Pop. Las fotos de Kafka son como las de Elvis Presley: inconfundibles. La vida de Rimbaud, la de Edgar Allan Poe, la de Kerouac, la de Hemingway, se convirtieron en leyendas emocionantes. Con las leyendas la literatura se crece. Tal vez algo de todo esto ya aliment¨® una pesadilla de Luis Cernuda, cuando escribi¨® aquellos versos que dicen: ¡°?Oyen los muertos lo que los vivos dicen luego de ellos?/Ojal¨¢ nada oigan: ha de ser un alivio ese silencio interminable¡±.
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