El discurso de Eduardo Mendoza resumido
El novelista ha repasado sus diferentes lecturas del ¡®Quijote¡¯ hasta haber recibido el premio Cervantes
He sido y sigo siendo un fiel lector de Cervantes y, como es l¨®gico, un asiduo lector del Quijote. Con mucha frecuencia acudo a sus p¨¢ginas como quien visita a un buen amigo, a sabiendas de que siempre pasar¨¢ un rato agradable y enriquecedor. Y as¨ª es: con cada relectura el libro mejora y, de paso, mejora el lector. Pero en mi memoria quedan cuatro lecturas cabales del Quijote.
Lo le¨ª por primera vez por obligaci¨®n, en la escuela. A los que hicimos preuniversitario el a?o acad¨¦mico de 1959/60 nos toc¨® leer y comentar el Quijote, tanto a los que hab¨ªamos optado por el bachillerato de letras como por el de ciencias. A diferencia de lo que ocurre hoy, en la ense?anza de aquella ¨¦poca prevalec¨ªa la educaci¨®n human¨ªstica, en detrimento del conocimiento cient¨ªfico, de conformidad con el lema entonces vigente: que inventen ellos. (¡)
En la clase de Literatura nos ense?aban algunas cosas que luego no me han servido de mucho, pero que me gust¨® aprender y me gusta recordar. Por ejemplo, la diferencia entre sin¨¦cdoque, metonimia y epanadiplosis. O que un soneto es una composici¨®n de catorce versos a la que siempre le sobran diez.
Y all¨ª, contra aquel fiero reba?o compuesto por treinta adolescentes sin chicas que era la clase del Hermano Anselmo, arremeti¨® lanza en ristre don Alonso Quijano el Bueno, no s¨¦ si en la edici¨®n de Riquer o en la de Zamora Vicente para la lectura, y en la desmesurada edici¨®n de Rodr¨ªguez Mar¨ªn para los que ¨ªbamos por nota. Porque de esto hace mucho y mi amigo el Profesor don Francisco Rico a¨²n no hab¨ªa alcanzado el uso de raz¨®n.
La verdad es que don Quijote y Sancho no fueron bien recibidos. Nuestra imaginaci¨®n literaria se nutr¨ªa de El Coyote y Haza?as B¨¦licas y las sesiones dobles del cine de barrio eran nuestro Shangri-La. Pero el Siglo de Oro, francamente, no.
Hay que decir, en nuestro descargo, que en aquellos a?os, que Juan Mars¨¦ llam¨® de incienso y plomo, la figura de don Quijote hab¨ªa sido secuestrada por la ret¨®rica oficial para convertirla en el arquetipo de nuestra raza y el adalid de un imperio de fanfarria y cart¨®n piedra. (¡)
La lectura del Quijote fue un b¨¢lsamo y una revelaci¨®n. De Cervantes aprend¨ª que se pod¨ªa cualquier cosa: relatar una acci¨®n, plantear una situaci¨®n, describir un paisaje, transcribir un di¨¢logo, intercalar un discurso o hacer un comentario, sin forzar la prosa, con claridad, sencillez, musicalidad y elegancia.
Le¨ª el Quijote de cabo a rabo por segunda vez una d¨¦cada m¨¢s tarde. Yo ya era lo que en tiempos de Cervantes se llamaba un bachiller, quiz¨¢ un licenciado, lo que hoy se llama un joven cualificado, y lo que en todas las ¨¦pocas se ha llamado un tonto.
Llevaba el pelo revuelto y luc¨ªa un fiero bigote. Era ignorante, inexperto y pretencioso. Pero no hab¨ªa perdido el entusiasmo. Segu¨ªa escribiendo con perseverancia, todav¨ªa con pasos a¨²n inciertos, en busca de una voz propia.
Como ten¨ªa otros modelos literarios, de mayor graduaci¨®n alcoh¨®lica, por decirlo de alg¨²n modo, (como Dostoievski, Kafka, Proust y Joyce), en esa ocasi¨®n me atrajo sobre todo el Caballero de la Triste Figura, su tenacidad y su arrojo. Porque, salvando todas las distancias, yo aspiraba a lo mismo que don Alonso Quijano: correr mundo, tener amores imposibles y deshacer entuertos.
Algo consegu¨ª de lo primero; en lo segundo me llev¨¦ bastantes chascos, y en lugar de deshacer entuertos, caus¨¦ algunos, m¨¢s por irreflexi¨®n que por mala voluntad. (¡)
La tercera vez que le¨ª el Quijote ya era, al menos nominalmente, lo que nuestro c¨®digo civil llama ¡°un buen padre de familia¡±.
Cuando emprend¨ª esta nueva lectura del Quijote no ten¨ªa motivos de queja.
Como don Quijote, hab¨ªa recibido algunos palos, ni muchos ni muy fuertes. Como Sancho Panza, me hab¨ªa apeado muchas veces del burro. Pero hab¨ªa conseguido publicar algunos libros que hab¨ªan recibido un trato ben¨¦volo de la cr¨ªtica y una buena acogida del p¨²blico. Hago un par¨¦ntesis para decir que, sin quitarme el m¨¦rito que me pueda corresponder, mucho debo al apoyo y, sobre todo, al cari?o de algunas personas. Y creo que ser¨ªa injusto silenciar, a este respecto, la contribuci¨®n especial de dos personas a mi carrera literaria. Una es Pere Gimferrer, que me dio la primera oportunidad y es mi editor vitalicio y mi amigo incondicional. La otra es, por supuesto, Carmen Balcells, cuya ausencia empa?a la alegr¨ªa de este acto. (¡)
Lo que descubr¨ª en la lectura de madurez fue que hab¨ªa otro tipo de humor en la obra de Cervantes. Un humor que no est¨¢ tanto en las situaciones ni en los di¨¢logos, como en la mirada del autor sobre el mundo. Un humor que camina en paralelo al relato y que reclama la complicidad entre el autor y el lector. Una vez establecido el v¨ªnculo, pase lo que pase y se diga lo que se diga, el humor lo impregna todo y todo lo transforma.
Es precisamente el Quijote el que crea e impone este tipo de relaci¨®n secreta.
Una relaci¨®n que se establece por medio del libro, pero fuera del libro, y que a partir de ese momento constituir¨¢ la esencia de lo que denominamos la novela moderna. Una forma de escritura en la cual el lector no disfruta tanto de la intriga propia del relato como de la compa?¨ªa de la persona que lo ha escrito.
Aunque raro es el a?o en que no vuelva a picotear en el Quijote, con la ¨²nica finalidad de pasar un rato agradable y levantarme el ¨¢nimo, lo cierto es que no lo hab¨ªa vuelto a releer de un tir¨®n, hasta que la cordial e inesperada llamada del se?or Ministro me notific¨® que me hab¨ªa sido concedido este premio (¡).
En esta ocasi¨®n segu¨ªa y sigo estando, en t¨¦rminos generales, satisfecho de la vida. De nada me puedo quejar e incluso ha mejorado mi estado de salud: antes padec¨ªa peque?os desarreglos impropios de mi edad y ahora estos desarreglos se han vuelto propios de mi edad.
Sin embargo, cuando se lee el Quijote, uno nunca sabe lo que le puede pasar.
En lecturas anteriores yo hab¨ªa seguido al caballero y a su escudero tratando de adivinar la direcci¨®n que llevaba su peregrinaje. Esta vez, y sin que en ello interviniera de ning¨²n modo la melancol¨ªa, me encontr¨¦ acompa?ando al caballero en su camino de vuelta a un lugar de la Mancha cuyo nombre nunca hemos olvidado, aunque a menudo lo hayamos intentado.
Todo personaje de ficci¨®n es transversal. Va de lector en lector, sin detenerse en ninguno. Eso mismo hace don Quijote. Exceptuando a Sancho, todos los personajes del libro est¨¢n donde Dios los puso. Don Quijote es lo contario: va de paso y atraviesa fugazmente por sus vidas. Generalmente les causa un peque?o trastorno, pero les paga con creces. Sin la incidencia atropellada de don Quijote, hidalgos, venteros, labriegos, curas y mozas del partido reposar¨ªan en la fosa com¨²n de la antropolog¨ªa cultural. Gracias a don Quijote hoy est¨¢n aqu¨ª, con nosotros, tan reales como nosotros mismos y, en algunos casos, quiz¨¢s un poco m¨¢s.
?sta es, a mi juicio, la funci¨®n de la ficci¨®n. No dar noticia de unos hechos, sino dar vida a lo que, de otro modo, acabar¨ªa convertido en mero dato, en prototipo y en estad¨ªstica. Por eso la novela cuenta las cosas de un modo ameno, aunque no necesariamente f¨¢cil: para que las personas, a lo largo del tiempo, la consuman y la recuerden sin pensar, como los insectos que polinizan sin saber que lo hacen.
Recalco estas cosas bien sabidas porque vivimos tiempos confusos e inciertos. (¡)
La incertidumbre y la confusi¨®n a las que yo me refiero son de otro tipo. Un cambio radical que afecta al conocimiento a la cultura, a las relaciones humanas, en definitiva, a nuestra manera de estar en el mundo. Pero al decir esto no pretendo ser alarmista. Este cambio est¨¢ ah¨ª, pero no tiene por qu¨¦ ser nocivo, ni brusco, ni traum¨¢tico.
En este sentido, ahora que los dos vamos de vuelta a casa, me gustar¨ªa discrepar de don Quijote cuando afirma que no hay p¨¢jaros en los nidos de anta?o. S¨ª que los hay, pero son otros p¨¢jaros.
Y aqu¨ª termino, repitiendo lo que dije al principio. Que recojo este premio con profunda gratitud y alegr¨ªa, y que seguir¨¦ siendo el que siempre he sido: Eduardo
Mendoza, de profesi¨®n, sus labores.
Babelia
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.