EL PA?S adelanta el ¨²ltimo ensayo en castellano de Zygmunt Bauman
Seix Barral publica 'S¨ªntomas en busca de objeto y nombre' del pensador polaco fallecido dentro del libro colectivo 'El gran retroceso'

"O¨ª el ruido de una trompeta y le pregunt¨¦ a mi sirviente qu¨¦ significaba. ?l me dijo que no lo sab¨ªa y que no hab¨ªa o¨ªdo nada. Me detuvo en la puerta y me pregunt¨®: ??Ad¨®nde va el amo??. ?No lo s¨¦?, le dije yo. ?Fuera de aqu¨ª, fuera de aqu¨ª. Me voy de aqu¨ª, nada m¨¢s, es la ¨²nica forma que tengo de alcanzar mi objetivo.? ??Y conoce usted su meta??, me pregunt¨®. ?S¨ª?, contest¨¦ yo. ?Te lo acabo de decir. Salir de aqu¨ª, ¨¦sa es mi meta? (Kafka, 'La partida', Relatos completos, Losada, Buenos Aires, 2004)
Cuando cada vez m¨¢s gente oye trompetas, se pone nerviosa y echa a correr, a esa gente se le puede, se le debe y ciertamente se le suele hacer dos preguntas: ?de d¨®nde se est¨¢ escapando? ?Y ad¨®nde se est¨¢ escapando? Los sirvientes suponen que sus amos lo saben y, tal como sugiri¨® Kafka, les preguntan con insistencia cu¨¢l es su destino. Los amos, sin embargo, al menos los m¨¢s circunspectos y responsables, y sobre todo aquellos que tienen una perspectiva m¨¢s amplia (los que est¨¢n ansiosos por aprender de la amarga experiencia del ?ngel de la Historia de Paul Klee/Walter Benjamin, que se ve irresistiblemente impulsado al mismo futuro al que est¨¢ dando la espalda, mientras ante ¨¦l va creciendo la pila de escombros y su mirada permanece clavada en las fatuidades y horrores repelentes y perfectamente palpables del pasado y del presente, capaz como mucho de especular y fantasear acerca de ad¨®nde est¨¢ yendo), eludir¨¢n probablemente toda respuesta directa, y es de suponer que el ?de d¨®nde? ser¨¢ lo m¨¢s lejos que se atrevan a ir en sus intentos de explicaci¨®n. Son conscientes de que tienen razones m¨¢s que suficientes para escaparse, pero corren dando la espalda al Gran Desconocido, sin los indicios suficientes para imaginarse ad¨®nde est¨¢n yendo. Esa respuesta, de todos modos, dejar¨ªa a los sirvientes desconcertados. De hecho, elevar¨ªa sus niveles de ansiedad e irritaci¨®n hasta extremos de p¨¢nico y furia.
Hoy en d¨ªa pensamos que todos los expedientes y estratagemas que hasta hace poco consider¨¢bamos eficaces ¡ªo incluso infalibles¡ª de cara a resistir y afrontar los peligros de las crisis han rebasado o est¨¢n a punto de rebasar su fecha de caducidad. Sin embargo, apenas tenemos idea alguna de con qu¨¦ reemplazarlos. La esperanza de poner la historia bajo control humano, y la determinaci¨®n consiguiente de hacerlo, han ido desapareciendo pr¨¢cticamente del todo a medida que los saltos y brincos sucesivos de la historia humana compet¨ªan y por fin superaban en imponderabilidad e incontrolabilidad a las cat¨¢strofes naturales.
A diferencia de nuestros antepasados recientes, que todav¨ªa consideraban el futuro el lugar m¨¢s seguro y prometedor en el que pod¨ªan invertir sus esperanzas, nosotros solemos proyectar en ¨¦l principalmente nuestros m¨²ltiples miedos
Si todav¨ªa creemos en el ?progreso? (algo que no est¨¢ claro en absoluto), hoy en d¨ªa tenemos tendencia a verlo como una mezcla de bendiciones y maldiciones, en la que el volumen de las maldiciones no deja de crecer mientras que las bendiciones se van volviendo cada vez m¨¢s escasas y dispersas. A diferencia de nuestros antepasados recientes, que todav¨ªa consideraban el futuro el lugar m¨¢s seguro y prometedor en el que pod¨ªan invertir sus esperanzas, nosotros solemos proyectar en ¨¦l principalmente nuestros m¨²ltiples miedos, ansiedades y aprensiones: el miedo a la escasez cada vez mayor de empleos, a la fragilidad a¨²n mayor de nuestras posiciones sociales, a la temporalidad de los logros de nuestras vidas o al desfase cada vez mayor entre las herramientas, recursos y habilidades que tenemos a nuestra disposici¨®n y la trascendencia de los desaf¨ªos que se nos oponen. Por encima de todo, tenemos la sensaci¨®n de que estamos perdiendo el control sobre nuestras vidas y vi¨¦ndonos reducidos a la condici¨®n de peones movidos de un lado para otro en una partida librada por jugadores desconocidos e indiferentes a nuestras necesidades, o incluso directamente hostiles, crueles y completamente dispuestos a sacrificarnos en pos de sus objetivos. Aunque no hace mucho tiempo se asociaba con una mayor comodidad y una disminuci¨®n de los inconvenientes, en la actualidad lo que suele evocar la idea del futuro es la amenaza horripilante de que a uno lo identifiquen o lo clasifiquen como inepto o inservible, de que le nieguen su valor y su dignidad y por esa raz¨®n lo marginen, lo excluyan y lo conviertan en paria.
Perm¨ªtanme que me concentre en uno de los s¨ªntomas de nuestra condici¨®n actual ¡ªel recientemente escenificado, y muy probablemente lejos de tocar a su fin, drama del ?p¨¢nico a la inmigraci¨®n?¡ª y que lo use como ventana a trav¨¦s de la cual se pueden espiar ciertos aspectos aterradores de nuestra situaci¨®n que de otra forma permanecer¨ªan ocultos.
Est¨¢, por un lado, la cuesti¨®n de la emigraci¨®n/inmi? graci¨®n (de/a). Y luego tenemos la migraci¨®n (de, pero ?ad¨®nde?). Se trata de cuestiones gobernadas por distintos reglamentos y l¨®gicas, cuya diferencia viene determinada por la divergencia de sus ra¨ªces. En cualquier caso, sus efectos s¨ª son similares, un parecido dictado por la naturaleza de las condiciones psicosociales de los pa¨ªses de destino. Tanto las diferencias como las similitudes se ven magnificadas por la globalizaci¨®n en marcha y muy probablemente imparable de la econom¨ªa y de la informaci¨®n. La primera convierte todos los territorios genuina o supuestamente soberanos en ?vasos comunicantes?, cuyos contenidos l¨ªquidos se sabe que fluyen entre ellos hasta que se alcanza el mismo nivel en ambos. La segunda propaga la difusi¨®n de est¨ªmulos, la conducta imitativa y las ¨¢reas y criterios de la ?privaci¨®n relativa? a una escala completa y verdaderamente planetaria.
El fen¨®meno de la inmigraci¨®n, tal como se?al¨® el extraordinariamente visionario Umberto Eco mucho antes de que arrancara la presente migraci¨®n de pueblos, "se puede controlar pol¨ªticamente, restringir, promover, planear o aceptar. No sucede lo mismo con la migraci¨®n". Eco formula a continuaci¨®n la pregunta crucial: ??Acaso es posible distinguir entre inmigraci¨®n y migraci¨®n cuando el planeta entero se est¨¢ convirtiendo en escenario de movimientos intersectantes de gente??. Y tal como ¨¦l sugiere en la respuesta: ?Lo que Europa est¨¢ todav¨ªa intentando tratar como inmigraci¨®n es de hecho migraci¨®n. El Tercer Mundo est¨¢ llamando a nuestras puertas y va a entrar por mucho que nosotros estemos en desacuerdo. [...] Europa se va a convertir en continente multirracial, o de ¡°color¡± [...]. As¨ª es como va a ser, da igual que les guste a ustedes o no?. Y d¨¦jenme a?adir, da igual que ?a ellos? les guste o no y/o que todos ?nosotros? lo lamentemos.
Los moradores de las ciudades nos encontramos en una situaci¨®n que nos obliga a desarrollar las habilidades necesarias para convivir con la diferencia a diario
?En qu¨¦ punto se convierte la emigraci¨®n/inmigraci¨®n en migraci¨®n? ?En qu¨¦ punto el goteo pol¨ªticamente manejable de inmigrantes que llaman a nuestras puertas se convierte en el flujo masivo, cuasiautosuficiente y autoimpulsado de migrantes que rebasan o se saltan todas las puertas, acompa?ado de sus refuerzos pol¨ªticos perge?ados a toda prisa? ?En qu¨¦ momento los a?adidos cuantitativos se convierten en cambios cualitativos? Las respuestas a esas preguntas han de seguir vi¨¦ndose esencialmente disputadas mucho m¨¢s all¨¢ del momento que de forma retrospectiva pueda reconocerse que ha sido el punto de inflexi¨®n.
Lo que distingue ambos fen¨®menos es la cuesti¨®n de la ?asimilaci¨®n?: su presencia end¨¦mica en el seno del concepto de inmigraci¨®n y su llamativa ausencia del concepto de migraci¨®n; un vac¨ªo inicialmente llenado por las nociones de ?crisol de culturas? o ?hibridaci¨®n? y en la actualidad cada vez m¨¢s por el de ?multiculturalismo?, es decir, una diferenciaci¨®n y diversidad cultural que ha venido a quedarse hasta donde podemos prever, en vez de ser una simple etapa en el camino a la homogeneidad cultural y por consiguiente en esencia una irritaci¨®n transitoria. Para evitar toda confusi¨®n entre la situaci¨®n ya existente y las pol¨ªticas destinadas a lidiar con esa situaci¨®n ¡ªuna modalidad de confusi¨®n para la cual el concepto ?multiculturalismo? es una denominaci¨®n tristemente famosa¡ª es aconsejable reemplazar el segundo t¨¦rmino por el concepto de ?diasporizaci¨®n?. ?ste sugiere dos rasgos cruciales de la situaci¨®n que est¨¢ emergiendo en la actualidad como resultado de la migraci¨®n; el hecho de depender mucho m¨¢s de los procesos e influencias de las bases que de la regulaci¨®n impuesta desde arriba, y el hecho de fundamentar la interacci¨®n entre di¨¢sporas m¨¢s en la divisi¨®n del trabajo que en la consolidaci¨®n de culturas.
Eco public¨® su ensayo en 1997. En 1990, la ciudad de Nueva York, que ¨¦l us¨® de ejemplo, ten¨ªa a un 43 % de poblaci¨®n ?blanca?, un 29 % de gente ?negra?, un 21 % de ?anhoissp? y un 7 % de ?asi¨¢ticos?. Veinte a?os m¨¢s tarde, en 2010, los ?blancos? ya eran solamente el 33 % y estaban acerc¨¢ndose m¨¢s que nunca a ser una minor¨ªa.3 Se puede registrar un n¨²mero parecido de categor¨ªas ¨¦tnicas, religiosas o ling¨¹¨ªsticas, con una distribuci¨®n parecida de porcentajes, en todas las grandes ciudades de todos los continentes del mundo, cuyo n¨²mero tambi¨¦n est¨¢ aumentado. Y recordemos que, por primera vez en la historia, la mayor parte de la humanidad vive en ciudades, y que la mayor parte de ese sector urbanizado de la humanidad vive en las grandes ciudades, que es donde suelen establecerse y modificarse a diario los patrones de la vida del resto del planeta.
Nos guste o no, los moradores de las ciudades nos encontramos en una situaci¨®n que nos obliga a desarrollar las habilidades necesarias para convivir con la diferencia a diario y seguramente de forma permanente. Despu¨¦s de doscientos a?os so?ando con la asimilaci¨®n cultural (unilateral) o con la convergencia (bilateral), y con sus pr¨¢cticas subsiguientes, estamos empezando a afrontar ¡ªaunque a rega?adientes en muchos casos, y a menudo oponiendo una resistencia abierta¡ª la perspectiva de esa mezcla de interacci¨®n y fricci¨®n entre m¨²ltiples identidades irreductiblemente diversas que caracteriza a las di¨¢sporas culturales entremezcladas y/o colindantes. La heterogeneidad cultural se est¨¢ convirtiendo a marchas forzadas en rasgo inamovible y ciertamente end¨¦mico del modo urbano de cohabitaci¨®n humana, pero la toma de conciencia de esta perspectiva no resulta f¨¢cil, y la primera respuesta siempre es de negaci¨®n, o bien de rechazo firme, enf¨¢tico y belicoso.
La intolerancia tiene ra¨ªces biol¨®gicas, se manifiesta entre los animales en forma de territorialidad y se basa en reacciones emocionales que son a menudo superficiales: no podemos soportar a quienes son distintos de nosotros
La intolerancia, sugiere Eco, precede a cualquier doctrina. En este sentido la intolerancia tiene ra¨ªces biol¨®gicas, se manifiesta entre los animales en forma de territorialidad y se basa en reacciones emocionales que son a menudo superficiales: no podemos soportar a quienes son distintos de nosotros, porque tienen la piel de un color distinto; porque hablan un idioma que no entendemos; porque comen ranas, perros, monos, cerdos o ajo; porque se tat¨²an...?
Haciendo todav¨ªa m¨¢s hincapi¨¦ en la raz¨®n principal de esta oposici¨®n cerval a unas creencias comunes, Eco reitera: ?Las doctrinas de la diferencia no generan una intolerancia incontrolada: al contrario, explotan unas reservas preexistentes y difusas de intolerancia?. Esta declaraci¨®n concuerda con la insistencia de Fredrik Barth, el formidable antrop¨®logo noruego, en que las fronteras no se trazan en funci¨®n de unas diferencias marcadas, sino al rev¨¦s: las diferencias se marcan o se inventan porque las fronteras ya estaban trazadas de antemano. De acuerdo con ambos pensadores, las doctrinas se crean a fin de explicar y justificar ?racionalmente?, a posteriori, toda una serie de emociones ya presentes y en la mayor¨ªa de los casos firmemente asentadas de disposici¨®n negativa, desaprobaci¨®n, antagonismo, resentimiento y belicosidad.
Eco llega a decir que ?la forma m¨¢s peligrosa? de intolerancia es la que surge en ausencia de cualquier doctrina. A fin de cuentas, con una doctrina articulada uno puede enzarzarse en pol¨¦micas para refutar sus afirmaciones expl¨ªcitas y exponer uno por uno sus presupuestos latentes. Las pulsiones elementales, no obstante, son inmunes a esos argumentos y est¨¢n protegidas contra ellos. A los demagogos fundamentalistas, integristas, racistas y ¨¦tnicamente chauvinistas se los puede acusar, y hay que hacerlo, de alimentar y capitalizar la ?intolerancia elemental? preexistente en pos de las ganancias pol¨ªticas, ampliando de esa forma las reverberaciones de dicha intolerancia y exacerbando su morbidez; sin embargo, no se los puede acusar de causar el fen¨®meno de la intolerancia.
?D¨®nde hay que buscar, por tanto, el origen y el impulso primario de ese fen¨®meno? Yo sugiero que hay que buscarlos en la ¨²ltima versi¨®n del miedo a lo desconocido, de lo cual los ?extranjeros? o ?gente de fuera? (por definici¨®n insuficientemente conocidos y todav¨ªa menos entendidos, y provistos de una conducta y unas reacciones casi impredecibles a los gambitos de uno) son los emblemas m¨¢s prominentes: los m¨¢s tangibles por ser los m¨¢s cercanos y llamativos. En el mapa mundial en el que inscribimos nuestros destinos y los caminos que llevan a ellos, permanecen sin registrar (de nuevo por definici¨®n: si estuvieran registrados, ya habr¨ªan sido trasladados a alguna categor¨ªa distinta a la de extranjeros). Su condici¨®n recuerda asombrosamente a lo que se se?alaba en los mapas antiguos con la advertencia hic sunt leones, escrita en las afueras de los deshabitados e inhabitables ¦Ï?¦Ê¦Ï¦Ô¦Ì?¦Í¦Ç, con la salvedad, sin embargo, de que esas bestias misteriosas, siniestras e intimidadoras, esos leones con disfraz de migrantes, ya han abandonado sus remotas guaridas y est¨¢n subrepticiamente agazapados en la puerta de al lado de la nuestra.
Resumiendo: en el mundo en el que vivimos se puede intentar controlar la inmigraci¨®n (aunque con ¨¦xito muy moderado), pero la migraci¨®n seguir¨¢ su l¨®gica propia hagamos lo que hagamos. El proceso va a seguir desarroll¨¢ndose durante mucho tiempo, de la mano de otro fen¨®meno m¨¢s amplio, probablemente el m¨¢s importante que est¨¢ afectando hoy en d¨ªa a la humanidad. Este otro problema ¡ªtal como sugiri¨® Ulrich Beck, el principal analista social de las tendencias manifiestas y latentes de la condici¨®n humana durante el paso del siglo xx al xxi¡ª es la contradicci¨®n flagrante entre nuestra situaci¨®n ya cercana al cosmopolitismo y la ausencia virtual de una conciencia, una mentalidad o una actitud cosmopolita. Este problema est¨¢ en la base de nuestros dilemas actuales m¨¢s persistentes y de nuestras preocupaciones m¨¢s inquietantes. Con lo de nuestra ?situaci¨®n cosmopolita?, Beck se refer¨ªa a la avanzada y ya mundial interdependencia material y espiritual de la humanidad, llamada en otras partes globalizaci¨®n. Entre esa situaci¨®n y nuestra capacidad para adaptar nuestros actos a sus exigencias sin precedentes se abre un abismo amplio y de momento infranqueable. Seguimos contando con unos instrumentos dise?ados en el pasado para promover la autonom¨ªa, la independencia y la soberan¨ªa, cuando lo que necesitamos es hacer frente (?una tarea imposible en s¨ª misma!) a los dolores de cabeza surgidos de la situaci¨®n ya presente de interdependencia, erosi¨®n y disoluci¨®n de la autonom¨ªa y la soberan¨ªa territoriales.
En el mundo en el que vivimos se puede intentar controlar la inmigraci¨®n (aunque con ¨¦xito muy moderado), pero la migraci¨®n seguir¨¢ su l¨®gica propia hagamos lo que hagamos
Se pueden concebir muchas formas leg¨ªtimas, aunque condensadas y simplificadas, de recapitular la historia de la humanidad; una de ellas es la cr¨®nica de la extensi¨®n a veces gradual y a veces abrupta del ?nosotros?, empezando por las hordas de cazadores-recolectores (que, de acuerdo con los paleont¨®logos, no pudieron haber incluido a m¨¢s de 150 miembros), pasando por las ?totalidades imaginadas? de las tribus y los imperios, y hasta llegar a las naciones-Estado o ?s¨²per-Estados? contempor¨¢neos, con sus federaciones o coaliciones. Ninguna de las formaciones pol¨ªticas existentes, sin embargo, alcanza un est¨¢ndar genuinamente ?cosmopolita?; todas ellas ponen un ?nosotros? frente a un ?ellos?. Cada miembro de esa oposici¨®n combina una funci¨®n unificadora o integrante con otra divisoria o separadora; ciertamente, cada uno puede llevar a cabo una de esas dos funciones asignadas, a base y por medio de desentenderse del otro.
Esta divisi¨®n de los humanos entre ?nosotros? y ?ellos? ¡ªsu yuxtaposici¨®n y antagonismo¡ª ha sido un rasgo inseparable del modo humano de estar-en-el-mundo durante toda la historia de la especie. El ?nosotros? y el ?ellos? se relacionan entre s¨ª igual que la cara y la cruz, las dos caras de la misma moneda, y una moneda con una sola cara es un ox¨ªmoron, una contradicci¨®n en s¨ª misma.
Los dos miembros de la oposici¨®n se ?definen por negaci¨®n? rec¨ªprocamente: el ?ellos? como ?no-nosotros? y el ?nosotros? como ?no-ellos?. Este mecanismo funcion¨® bien durante las primeras fases de la expansi¨®n progresiva de los cuerpos pol¨ªticamente integrados; en cambio, no termina de encajar con su fase m¨¢s reciente, la que viene impuesta en la agenda pol¨ªtica por la emergente ?situaci¨®n cosmopolita?. De hecho, resulta singularmente inadecuado para ejecutar "el ¨²ltimo salto? en la historia de la integraci¨®n humana: ampliar el concepto del ?nosotros? y las pr¨¢cticas de la cohabitaci¨®n, la cooperaci¨®n y la solidaridad humanas hasta abarcar el conjunto de la humanidad. Ese ¨²ltimo salto se distingue claramente de la larga historia de sus antecedentes a menor escala, respecto a los cuales no s¨®lo es cuantitativa sino tambi¨¦n cualitativamente distinto, carente de precedentes y de demostraci¨®n pr¨¢ctica. Requiere nada menos que una separaci¨®n necesariamente traum¨¢tica entre la idea de ?pertenencia? (es decir, de la identificaci¨®n de uno mismo) y la de territorialidad o la soberan¨ªa pol¨ªtica: un postulado que ya articularon en voz bien alta hace m¨¢s o menos un centenar de a?os autores como Otto Bauer, Karl Reiner y Vladimir Menem a modo de respuesta a las realidades multinacionales de los imperios austroh¨²ngaro y ruso, por mucho que dicho principio de separaci¨®n no llegara nunca a integrarse en el uso ni en las convenciones de la pol¨ªtica.
La aplicaci¨®n de ese postulado tampoco parece estar sobre la mesa de cara al futuro cercano. Al contrario: la mayor¨ªa de los s¨ªntomas actuales se?alan una b¨²squeda cada vez m¨¢s ferviente de un ?ellos?, preferiblemente del extranjero de toda la vida, inconfundible e incurablemente hostil, siempre ¨²til de cara a reforzar identidades, trazar fronteras y levantar muros. La reacci¨®n impulsiva ?natural? y rutinaria de un n¨²mero cada vez mayor de poderes f¨¢cticos a la erosi¨®n progresiva de su soberan¨ªa territorial suele incluir un debilitamiento de sus compromisos supraestatales y una retirada de su consentimiento previo a unir recursos y coordinar pol¨ªticas, lo cual los aleja todav¨ªa m¨¢s de complementar y coordinar su situaci¨®n objetivamente cosmopolita con una serie de programas y proyectos a un nivel similar. Esa situaci¨®n s¨®lo se a?ade al desbarajuste subyacente a la gradual pero implacable desactivaci¨®n de las instituciones existentes del poder pol¨ªtico. Los principales ganadores son los financieros extraterritoriales, los fondos de inversi¨®n y los corredores de futuros a comisi¨®n que operan en todos los diversos grados de legalidad; los principales perdedores son la igualdad social y econ¨®mica y los principios de justicia intra e interestatal, adem¨¢s de una gran parte, posiblemente una mayor¨ªa creciente, de la poblaci¨®n mundial.
En vez de emprender un proyecto sincero, consistente, coordinado y a largo plazo que intente desarraigar los miedos existenciales resultantes, los gobiernos del mundo entero no han dejado pasar la oportunidad de llenar el vac¨ªo de legitimidad que han dejado atr¨¢s las prestaciones sociales menguantes y el abandono de los esfuerzos de la posguerra por instituir una ?familia de naciones? con un fuerte empuj¨®n hacia la ?titularizaci¨®n? de los problemas sociales y, en consecuencia, del pensamiento y la acci¨®n pol¨ªticos. Los miedos populares ¡ªavivados, promovidos e incitados por una alianza no escrita pero estrecha de ¨¦lites pol¨ªticas y medios de informaci¨®n y entretenimiento de masas, y espoleados todav¨ªa m¨¢s por la creciente marea de demagogia¡ª son a todos los efectos bienvenidos como un mineral precioso y apto para la continua fundici¨®n de nuevas provisiones de capital pol¨ªtico, un capital codiciado por una serie de potencias comerciales desatadas y acompa?adas de sus grupos de presi¨®n y ejecuci¨®n pol¨ªtica a quienes les han arrebatado sus variedades m¨¢s ortodoxas.
Da igual que sea grande o peque?o, todo Estado se acaba reduciendo siempre a la misma idea b¨¢sica: la soberan¨ªa territorial
De lo m¨¢s alto a lo m¨¢s bajo de la sociedad ¡ªincluidos unos mercados laborales que establecen la melod¨ªa que luego sus flautistas nos tocan a nosotros, la chusma, para que la cantemos a coro¡ª se crea un clima de desconfianza mutua (y aprior¨ªstica), recelo y competencia a deg¨¹ello. Y en medio de ese clima, las semillas del esp¨ªritu colectivo y de la ayuda mutua se asfixian, se marchitan y decaen (si es que sus brotes no han sido ya arrancados a la fuerza). Mientras que las acciones de las empresas concertadas y solidarias por el inter¨¦s com¨²n se desvalorizan a diario, y sus efectos potenciales se aten¨²an, a la iniciativa por unir fuerzas y atender a intereses comunes se le quita la mayor parte de su atractivo, y as¨ª es como est¨¢n muriendo todos los est¨ªmulos encaminados a emprender un di¨¢logo orientado al reconocimiento rec¨ªproco, el respeto y la comprensi¨®n genuina.
?Si alg¨²n d¨ªa los Estados se convierten en vecindarios de gran tama?o, es probable que los vecindarios se conviertan en peque?os Estados. Sus miembros se organizar¨¢n para defender las pol¨ªticas y la cultura locales contra los extranjeros. Hist¨®ricamente hablando, los vecindarios se han convertido en comunidades cerradas o provincianas [...] siempre que el Estado se abr¨ªa.? ?sta fue la conclusi¨®n que sac¨® Michael Walzer hace m¨¢s de treinta a?os, partiendo de la experiencia acumulada hasta entonces y presagiando su repetici¨®n en el futuro inminente. Y ese futuro, tras convertirse en presente, ¨²nicamente ha confirmado sus expectativas y diagn¨®sticos.
Da igual que sea grande o peque?o, todo Estado se acaba reduciendo siempre a la misma idea b¨¢sica: la soberan¨ªa territorial, es decir, la capacidad de actuar dentro de las propias fronteras tal y como desean los habitantes de esas fronteras y no al dictado de terceros. Despu¨¦s de una ¨¦poca de vecindarios que se fusionan, o que se considera que est¨¢n destinados a fusionarse, para formar unas unidades mayores denominadas naciones-Estado (con la perspectiva de la unificaci¨®n y homogenizaci¨®n de la cultura/ley/pol¨ªtica humanas acechando, si no desde un futuro inmediato, s¨ª desde un futuro irreversiblemente inminente), y despu¨¦s de la guerra prolongada que les declararon los grandes a los peque?os y los Estados a lo local y ?provinciano?, entramos ahora en la era de la ?subsidiarizaci¨®n?, donde los Estados se muestran ansiosos por descargar sus obligaciones, responsabilidades y (cortes¨ªa de la globalizaci¨®n y de la emergente situaci¨®n cosmopolita) el farragoso deber de remodelar el caos en forma de orden, mientras que las localidades y provincias de anta?o hacen cola para adquirir esas responsabilidades y luchar por obtener todav¨ªa m¨¢s.
La caracter¨ªstica m¨¢s notoria, conflictiva y potencialmente explosiva del momento actual es el proyecto de abandonar la visi¨®n kan?tiana de un pr¨®ximo B¨¹rgerliche Vereinigung der Menschheit, coincidiendo con las realidades de la ya avanzada y acelerada globalizaci¨®n de las finanzas, la industria, el co? mercio, la informaci¨®n y todas las formas y modalidades de la infracci¨®n de la ley. Estrechamente asociada con ese proyecto se encuentra la confrontaci¨®n entre una mentali? dad y un sentimiento Klein aber mein (?peque?o pero m¨ªo?) y la realidad de unas condiciones de existencia cada vez m¨¢s cosmopolitas.
Ciertamente, como resultado de la globalizaci¨®n y de la divisi¨®n consiguiente del poder y de la pol¨ªtica, en la actualidad los Estados se est¨¢n convirtiendo en poco m¨¢s que vecindarios un poco m¨¢s grandes, encajados dentro de unas fronteras vagamente delineadas, porosas e ineficazmente fortificadas; por su parte, los vecindarios de anta?o ¡ªque una vez se dio por sentado que se encaminaban a la papelera de la historia junto con todos los dem¨¢s pouvoirs interm¨¦diaires¡ª se esfuerzan ahora por asumir los roles de ?peque?os Estados?, sac¨¢ndole el m¨¢ximo partido a lo que queda de la pol¨ªtica cuasilocal y de la prerrogativa estatal monopolista anta?o celosamente protegida e inalienable de establecer una separaci¨®n entre el ?nosotros? y el ?ellos? (y viceversa, por supuesto). Para estos peque?os Estados, ?hacia delante? se reduce a ?de vuelta a las tribus?.
Dentro de un territorio poblado por tribus, los bandos en conflicto se evitan entre ellos y desisten obstinadamente de convencerse, de hacer proselitismo o de convertirse los unos a los otros; la inferioridad de un miembro ¡ªcualquier miembro¡ª de una tribu for¨¢nea es y debe seguir siendo un mal predeterminado, eterno e incurable, o por lo menos debe percibirse y tratarse como tal. La inferioridad de la otra tribu constituye su condici¨®n imborrable e irreparable y su estigma indeleble, capaz de resistir a cualquier intento de rehabilitaci¨®n. Una vez instituida de acuerdo con estas reglas esa divisi¨®n entre ?nosotros? y ?ellos?, el prop¨®sito de cualquier encuentro entre los antagonistas ya no es la mitigaci¨®n, sino encontrar y crear m¨¢s pruebas de que esa mitigaci¨®n va en contra de la raz¨®n y resulta impensable. En su empe?o por dejar las cosas como est¨¢n y evitar infortunios, los miembros de las distintas tribus atrapadas en un bucle de superioridad/inferioridad no hablan entre ellos, sino el uno por encima del otro.
En el caso de los residentes en las zonas fronterizas grises (o exiliados en ellas), la condici¨®n de ?resultar desconocidos y por tanto amenazadores? es un efecto de su resistencia imputable e inherente a las categor¨ªas cognitivas que sirven como pilares del ?orden? y de la ?normalidad?, o bien de su evasi¨®n de dichas categor¨ªas. Su pecado capital o crimen imperdonable consiste en ser causantes de una incapacitaci¨®n mental y pragm¨¢tica, que a su vez es consecuencia de la confusi¨®n conductual que no pueden evitar generar (aqu¨ª podemos recordar la definici¨®n que daba Ludwig Wittgenstein del entendimiento como un saber comportarse). Adem¨¢s, ese pecado resulta tremendamente dif¨ªcil de redimir, debido a la firme negativa por parte del ?nosotros? a emprender cualquier di¨¢logo con el ?ellos? que intente desafiar y vencer la imposibilidad inicial del entendimiento. El traslado a una zona gris es un proceso autoimpulsado, puesto en marcha e intensificado por el colapso de la comunicaci¨®n, o bien por el rechazo a priori a comunicarse. A fin de cuentas, la elevaci¨®n de la dificultad del entendimiento hasta el nivel de mandato moral y de deber predeterminado por Dios o por la historia constituye la causa principal y el est¨ªmulo primordial de ese trazado y esa fortificaci¨®n de fronteras que nos separan a ?nosotros? de ?ellos?, principalmente ¡ªaunque no exclusivamente¡ª por causas religiosas o ¨¦tnicas. A modo de interfaz entre ambos, la zona gris de la ambig¨¹edad y la ambivalencia constituye inevitablemente el territorio principal (y a menudo el ¨²nico) en el que se despliegan las hostilidades implacables y se disputan las batallas entre ?nosotros? y ?ellos?.
El papa Francisco ¡ªquiz¨¢ la ¨²nica figura p¨²blica con autoridad mundial que ha tenido el valor y la decisi¨®n de hurgar en las causas profundas de la maldad, la confusi¨®n y la impotencia actuales y de exponerlas a la vista¡ª declar¨® con motivo de la concesi¨®n del Premio Carlomagno de 2016 que:
Si hay una palabra que no tenemos que cansarnos de repetir, es la siguiente: di¨¢logo. Estamos llamados a promover una cultura del di¨¢logo por todos los medios posibles y de esa forma reconstruir el tejido social. La cultura del di¨¢logo implica un verdadero aprendizaje y una disciplina que nos permitan percibir a los dem¨¢s como interlocutores v¨¢lidos, respetar al extranjero, al inmigrante y a la gente de culturas distintas y considerarlo alguien a quien vale la pena escuchar. Hoy en d¨ªa necesitamos con urgencia implicar a todos los miembros de la sociedad en la construcci¨®n de ?una cultura que privilegie el di¨¢logo como forma de encuentro? y en la creaci¨®n de ?los medios para generar el consenso y el acuerdo a la vez que se busca la meta de una sociedad justa, receptiva e inclusiva? (Evangelii Gaudium, 239). La paz ser¨¢ duradera en la medida en que suministremos a nuestros hijos las armas del di¨¢logo y les ense?emos a librar la justa batalla del encuentro y la negociaci¨®n. De esta forma, les legaremos una cultura capaz de dise?ar estrategias de vida y no de muerte, de inclusi¨®n y no de exclusi¨®n.
Y de inmediato a?ade una frase que contiene otro mensaje inseparablemente conectado a la cultura del di¨¢logo, y en efecto requisito indispensable para esa cultura: ?Esta cultura [...] debe formar parte integral de la educaci¨®n que se imparte en las escuelas, traspasando las fronteras entre disciplinas y contribuyendo a darles a los j¨®venes las herramientas necesarias para resolver los conflictos de una forma distinta a la que estamos acostumbrados?.
Postular una cultura del di¨¢logo como meta de la educaci¨®n y postularnos a nosotros en el rol de maestros implica a las claras que los problemas que nos acosan hoy en d¨ªa no van a desaparecer en un futuro cercano; se trata de unos problemas que no nos servir¨¢ de nada intentar solucionar ?de las formas en que estamos acostumbrados?, pero a los que la cultura del di¨¢logo tiene una posibilidad de encontrar unas soluciones m¨¢s humanas (y esperemos que m¨¢s efectivas). La antigua pero en absoluto anticuada sabidur¨ªa popular china instruye a quienes se preocupan por sembrar grano al a?o siguiente; a quienes se preocupan en plantar ¨¢rboles en el decenio siguiente; y a quienes se preocupan por educar a la gente los cien a?os siguientes.
Los problemas que afrontamos hoy en d¨ªa no admiten varitas m¨¢gicas, atajos ni curas instant¨¢neas; piden nada menos que otra revoluci¨®n cultural. Por eso tambi¨¦n exigen pensamiento y preparaci¨®n a largo plazo: unas artes que por desgracia pr¨¢cticamente han ca¨ªdo en el olvido y apenas se ponen ya en pr¨¢ctica en estas vidas ajetreadas que vivimos sometidos a la tiran¨ªa del momento. Necesitamos recordar y aprender de nuevo esas artes. Y a fin de hacerlo, necesitamos sangre fr¨ªa, nervios de acero y mucho valor; y por encima de todo necesitamos una visi¨®n realmente y plenamente a largo plazo, y mucha paciencia.
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