Ferias, desplantes, p¨¢jaros (fritos)
La feria del libro de Madrid, el Nobel de Literatura a Bob Dylan y la vida en el campo son algunos de los temas candentes de este ¨²ltimo curso
1. Pistoletazo
Queda muy poco para el pistoletazo de salida (simb¨®lico, no vaya a ser que se produzca una estampida como la de la procesi¨®n de Nuestro Padre Cautivo) de la Feria del Libro de Madrid, la primera en m¨¢s de una d¨¦cada sin la autoridad del tres veces bendito Teodoro Sacrist¨¢n Santos. Su nuevo director es don Manuel Gil y, por mucho que pregunto a conspicuos libreros implicados en la pol¨ªtica de su sector, nadie me sabe decir exactamente c¨®mo ha llegado a ser elegido para ese puesto, aunque todos apuntan a ese poderoso gobernador en la penumbra que, desde hace muchos a?os, viene siendo don Fernando Valverde, secretario del gremio de Madrid. Cuando, hace unos meses, se conoci¨® la identidad del nuevo director, se sinti¨® cierto estremecimiento en las gradas. Manuel Gil (60 a?os) no tiene precisamente fama de persona de trato f¨¢cil ni ¡ªno veo mejor forma de decirlo¡ª tampoco est¨¢ dotado de especiales dotes diplom¨¢ticas. Durante mucho tiempo se erigi¨® ¡ªa trav¨¦s de su blog Antinomias, desde el que sol¨ªa repartir (antes de ser nombrado, claro) le?a en plan justiciero¡ª en una especie de palad¨ªn del precio libre para el libro, una reivindicaci¨®n que no lo convirti¨® precisamente en el ¨ªdolo de los profesionales. Tampoco gust¨® mucho, por seguir con sus contradicciones (o antinomias), su idea inicial (que luego le tumbaron) de incluir, entre los cambios que propon¨ªa para la feria, un pabell¨®n dedicado al libro digital, algo que fue visto por los libreros anal¨®gicos como el intento de introducir a la hambrienta zorra en el (con todos los respetos) buc¨®lico gallinero. Siempre que se nombra a un nuevo jefe se produce una especie de efecto Lampedusa: se quiere que todo cambie para que todo siga por el estilo. Este a?o las casetas estar¨¢n ligeramente remodeladas, y tambi¨¦n se permitir¨¢ (pero ¡°solo a la organizaci¨®n¡±) realizar algo de merchandising. Gil, como ya debe saber, no har¨¢ la feria que (probablemente) quiere, sino la que puede. Como todos. Y conste que hay novedades: las casetas podr¨¢n conectarse v¨ªa fibra a Internet, lo que facilitar¨¢ el trabajo de los libreros. Y hay quien espera que se mejore el sistema de anuncios de firmas mediante la introducci¨®n de pantallas, y que funcione mucho mejor la p¨¢gina web. Ya solo falta que Gil consiga que Messi y Cristiano se fotograf¨ªen arrastrando juntos una carretilla repleta de libros por el Paseo de Coches del Retiro. Desde aqu¨ª lo observaremos todo cuidadosamente, para que nadie nos reproche negligencia in vigilando. En todo caso, suerte, Gil; y que tu nombre se inscriba con purpurina en los anales de la feria.
2. Dylan
A The Times Literary Supplement, una de las m¨¢s prestigiosas (y antiguas) revistas literarias del mundo, le sent¨® fatal en su momento la concesi¨®n del Premio Nobel al m¨¢s famoso bardo de Minnesota. A¨²n no lo han digerido. En uno de sus ¨²ltimos n¨²meros, uno de los colaboradores hace el balance de los desplantes de Dylan a la Academia sueca, se?alando que, tras no darse por enterado, no ponerse al tel¨¦fono, no dejarse caer por la ceremonia en la que los otros premiados fueron festejados, no realizar la prescriptiva lectura p¨²blica y tratar de modificar en su beneficio el calendario de entrega, lo ¨²nico que parec¨ªa preocuparle es embolsarse su cheque millonario en una ceremonia ¨ªntima. Y se pregunta si, tras soportar tanta arrogancia, a los miembros de la Academia a¨²n les queda orgullo (have they no pride?). Ignoro cu¨¢nto le ha pagado Malpaso ¡ªes una editorial muy rumbosa a la hora de gastar dinero (excepto, se me quejan algunos, para pagar puntualmente a sus traductores)¡ª por los derechos de los textos de sus canciones, de su (mediocre) pretendida novela Tar¨¢ntula y de sus interesantes Memorias m¨¢s o menos sincopadas, pero me temo que necesitar¨¢n bastante m¨¢s cash para tra¨¦rselo eventualmente a firmar a la Feria del Libro (la cola llegar¨ªa hasta la Ciudad Universitaria) que para pagar anuncios de su editorial en el metro de Barcelona. Mientras tanto me consuelo escuchando una y otra vez la inolvidable canci¨®n que el bardo m¨¢s famoso del siglo XX dedic¨® al se?or Pandereta (Mr. Tambourine Man), una de sus m¨¢s bellas y surrealistas composiciones.
3. Campo
S¨¦ que, con lo que sigue, me arriesgo a perder a algunos de mis escasos o improbables lectores. Pero no puedo seguir ocult¨¢ndoselo: siempre he tenido una limitada sensibilidad para las cosas de la naturaleza. No ignoro que estamos asesinando el medio ambiente, pero, como el escorpi¨®n, no puedo evitar mi car¨¢cter: soy un empedernido del asfalto, de los espacios urbanos duros, del acero y del cristal. Voy a contracorriente, editorialmente hablando, de lo que se lleva: no me importan demasiado los ensayos sobre bosques o naturaleza, ni tampoco la avalancha de publicaciones sobre p¨¢jaros que me llegan ¨²ltimamente y que pretenden ense?arme c¨®mo contemplarlos y aprender de ellos. De hecho, y desde mi temprana visi¨®n de Los p¨¢jaros (Hitchcock, 1963), las ¨²nicas aves que me son simp¨¢ticas son los pollos asados o fritos, y preferentemente al estilo de Kentucky. No voy mucho al campo: no me gusta rusticar ni siquiera al estilo de la primera ¨¦gloga de G¨®ngora. Y, sin embargo, tengo suficiente oficio (editorial, literario) para darme cuenta de cu¨¢ndo un libro destinado a los amantes de la naturaleza merece que se lo recomiende a mis improbables. Y ese es el caso de La vida en el campo (Errata Naturae), de Julia Rothman, un precioso manual ilustrado dirigido a quienes deseen mont¨¢rselo fuera de este glorioso y lamentable invento de Ca¨ªn que son las ciudades. Ah¨ª encontrar¨¢ todo lo que necesita saber, desde c¨®mo llevar una granja y cultivar lo que se le antoje hasta c¨®mo criar pollos (que luego llegar¨¢n hasta mi plato). Que (nos) aproveche.
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