Jos¨¦ Manuel Caballero Bonald retrata a Agujetas
Babelia avanza un fragmento de 'Examen de ingenios', volumen con 94 semblanzas de escritores y artistas hisp¨¢nicos

No sab¨ªa qu¨¦ edad ten¨ªa ni d¨®nde hab¨ªa nacido, aun?que pod¨ªa calcularlo por tanteos instintivos. Tampoco sab¨ªa leer: dec¨ªa que los cantaores que saben leer ?pierden la pronunciaci¨®n?. Manuel de los Santos, Manuel Aguje?tas, era un primitivo oriundo de la caverna bajoandaluza, un analfabeto iluminado por los vislumbres de la cultura de la sangre. Pertenec¨ªa a una casta de gentes deshereda? das y enigm¨¢ticas que llevaban en las trastiendas de la memoria el secreto embrionario del flamenco. Sus ense??anzas se gestaron todas en la intemperie de una historia mediatizada por las hoscas inferencias de la posguerra.
Manuel Agujetas creci¨® en la fragua de su padre, tambi¨¦n cantaor, y escap¨® de all¨ª con los sentidos mol?deados entre el fuego y el hierro, entre el enardecimiento y la reciedumbre. Ya no se iba a librar nunca de esa incle?mencia sensorial. El suyo era un mundo inmisericorde y herm¨¦tico y, por pura intuici¨®n, fue rehaciendo sus re?cuerdos seg¨²n un raro ejercicio de portentosas develacio?nes flamencas. Para cantar como ¨¦l lo hac¨ªa, sacando a relucir su propia y compleja intimidad, ten¨ªa que recurrir a un lenguaje desesperado, generado en las vecindades de una situaci¨®n l¨ªmite y abastecido de toda clase de inespe?rados descubrimientos expresivos.
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Como el jazz en los cafetuchos de negros de Nueva Orleans, el flamenco se fue desarrollando en las tabernas y casuchas de los gitanos de Jerez, de Triana, de Utrera, de Lebrija, de Alcal¨¢ de Guadaira. En tan pobre cuna naci¨® un arte popular suntuoso, surgido de la cristalizaci¨®n de muchas insignes m¨²sicas orientales. Agujetas fue en este sentido un legatario de asombrosa fecundidad, un elegi?do de no se sab¨ªa qu¨¦ dioses desconocidos. Aparte de su natural capacidad expresiva, que era mucha y de muy va?rios calados, hab¨ªa ido asimilando toda una serie de nu?trientes de indescifrables texturas flamencas.
Manuel Agujetas aprendi¨® la asignatura de las pre?dicciones y escap¨® a duras penas de esa infortunada fase del flamenco que coincide con los ¨²ltimos cenicientos a?os de la posguerra. Heredero del arte an¨®nimo de su padre, prolong¨® esas ense?anzas dom¨¦sticas en una serie de versiones de cante absolutamente irrepetibles. Nadie como ¨¦l, entre todos los cantaores que tuve oportunidad de o¨ªr, que fueron muchos, me conmovi¨® tanto y de ma?nera tan imborrable. Agujetas ahondaba en los territorios del duende hasta llegar a una sima que muy pocos cono?c¨ªan y en la que ya nada era predecible. O alcanzaba esa cima o renunciaba a seguir cantando. O la plenitud o la frustraci¨®n.
Agujetas ahondaba en los territorios del duende hasta llegar a una sima que muy pocos conoc¨ªan
Viv¨ªa en una especie de barraca cerca de Sanl¨²car, a la entrada de un camino vecinal frente a Torrebreva, un ex?tenso vi?edo que adquiri¨® el duque de Montpensier y donde acaeci¨® su extra?a muerte. La familia de Agujetas constitu¨ªa una especie de tribu marginal, desgajada de su entorno civil, que s¨®lo aparec¨ªa muy de vez en cuando por los ventorros aleda?os. No s¨¦ cu¨¢ntos miembros de esa familia se agrupaban en aquel enclave campesino sanluque?o, pero aparte de sus hijos, habr¨ªa que contar con la mujer de turno de Manuel, que para mayor acopio de imponderables fue finalmente una japonesa envene?nada por el mundo flamenco local.
Me fui encontrando frecuentemente con Agujetas a lo largo de los a?os y siempre me asombraba aquel hom?bre minuciosamente iletrado, de reacciones incalculables, enemigo de las convenciones y los h¨¢bitos de los payos y cuya anarqu¨ªa cong¨¦nita fue haci¨¦ndose cada vez m¨¢s no?toria. Vino varias veces a casa, hicimos alg¨²n que otro viaje juntos y ofici¨¦ como productor en tres esenciales discos suyos, pero tal vez nunca lleg¨® a darse cuenta de que yo era el mismo que lo conoci¨® de muchacho. Lo ¨²ni?co que ¨¦l sab¨ªa de la vida era que cantaba lo que hab¨ªa o¨ªdo cantar a sus mayores y que eso, como su nativa igno?rancia, era una verdad absoluta y una manera de testifica?ci¨®n de un arte inmemorial cuyo m¨¢s ¨ªntegro secreto s¨®lo ¨¦l conoc¨ªa.
Algo le empez¨® a flaquear un d¨ªa a Manuel por den?tro de la cabeza y una especie de sombra despiadada lo fue arrastrando a la negrura, emborronando en parte sus capacidades comunicativas. Sus apariciones p¨²blicas se fueron haciendo an¨®malas, sujetas a una extempor¨¢nea serie de contingencias. O interrump¨ªa de pronto una ac?tuaci¨®n y hu¨ªa literalmente del lugar donde estaba o diri?g¨ªa palabras inconexas a los asistentes, desde?ando a quienes se permit¨ªan cantar flamenco sin saber de qu¨¦ se trataba, circunstancia en la que ¨¦l englobaba a todos sus colegas.
Agujetas se hab¨ªa hecho implantar unos dientes de platino, probablemente porque los consideraba un signo bien visible de riqueza. Cuando cantaba, le sal¨ªa de la boca un estallido rutilante que ten¨ªa algo de alegor¨ªa me?t¨¢lica del grito. La escena tambi¨¦n evocaba, en t¨¦rminos m¨¢s librescos, el centelleo del fuego de Vulcano. Aquella esforzada pelea gestual y verbal por mantener el cante a una m¨¢xima temperatura de fragua, simbolizaba un he?cho art¨ªstico complejo y tortuoso. Pero all¨ª, en la forma de cantar de aquel hombre primario y extravagante, estaba impl¨ªcita toda la dif¨ªcil belleza del flamenco. Tambi¨¦n se?r¨ªa una temeridad defender lo contrario.
Examen de ingenios. Jos¨¦ Manuel Caballero Bonald. Seix Barral, 2017. 464 p¨¢ginas. 19 euros
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