Cuando la mafia estaba en el negocio del disco
Van Morrison recupera las grabaciones del peor periodo de su vida
Grosso modo, hay dos maneras de manejar el legado de un artista. Est¨¢ el modelo Dylan: desde 1991, su Bootleg series ofrece discos cuidados donde se recuperan directos, maquetas, descartes. Y luego est¨¢ el caso Sabina, por mencionar un ejemplo cercano. Lo destaca Julio Valde¨®n en su Sabina. Sol y sombra: indiferente ante su m¨²sica, Joaqu¨ªn no depura discos que sufrieron producciones desafortunadas ni rescata canciones olvidadas ni revisa grabaciones de giras at¨ªpicas. Nada.
Hasta tiempos recientes, Van Morrison segu¨ªa la pauta Sabina. Beligerante con sus discogr¨¢ficas, ni com¨ªa ni dejaba comer. Pero, desde hace diez a?os, salen ediciones ampliadas de la ¨¦poca Warner, primero acogidas con gru?idos y ahora imitadas por el propio Van. El tit¨¢n de Belfast canaliza ahora las reediciones a trav¨¦s de su empresa Exile Productions, distribuida por Sony.
En 2015, sac¨® la m¨¢s completa antolog¨ªa de sus a?os al frente del explosivo grupo Them. Llega ahora la inmersi¨®n en una etapa amarga, la estancia en el sello neoyorquino Bang, que, parad¨®jicamente, gener¨® su canci¨®n m¨¢s universal: Brown eyed girl, de 1967.
Cuando se cumple medio siglo de aquel annus mirabilis, tendemos a minimizar aquellas proezas. Aquellos saltos est¨¦ticos se hicieron en contra de una industria refractaria a los cambios, con directivos que no entend¨ªan la ambici¨®n de aquellos m¨²sicos.
Van Morrison fue lanzado como solista por Bert Berns. Formidable compositor y productor, Berns embarc¨® a sus socios del sello Atlantic en una compa?¨ªa ¨¢gil, Bang, que inmediatamente factur¨® ¨¦xitos: Morrison, Neil Diamond, los McCoys. Circula ahora un documental sobre el personaje, Bang Records. The Bert Berns story, donde Paul McCartney o Keith Richards no escatiman superlativos.
Pero Berns trataba con displicencia a sus artistas. Morrison se qued¨® pasmado al encontrarse ocho canciones suyas reunidas en un LP, Blowin¡¯ your mind, toscamente presentado con una portada hippy. Seg¨²n Van, nadie se plante¨® la heterogeneidad de un repertorio que iba desde el pop rom¨¢ntico de Spanish rose a una de las canciones m¨¢s agonizantes del siglo XX, T.B. sheets.
Y lo peor estaba al caer. Nadie de Bang hab¨ªa solicitado un permiso de trabajo para Van, ciudadano brit¨¢nico que se encontr¨® con una orden de expulsi¨®n dictada por Inmigraci¨®n. Para complicar su situaci¨®n, Bang le obligaba a entregar canciones originales si quer¨ªa justificar su presencia en EE UU.
Van Morrison se declar¨® en rebeld¨ªa. Su ocurrencia ha pasado a los anales de la picaresca musical: entr¨® en un estudio y, solo con su guitarra, plasm¨® 31 esbozos de canciones. Duraban alrededor de un minuto y eran sarc¨¢sticas invitaciones a bailar, parodias, maldades sobre Bang. Un corte de mangas, una provocaci¨®n, una genialidad.
A continuaci¨®n, Morrison desapareci¨®. Por miedo a la Inmigraci¨®n pero tambi¨¦n huyendo de los propietarios secretos de Bang. Cuando Berns muri¨® a finales de 1967, se supo que hab¨ªa solicitado pr¨¦stamos a mafiosos, que finalmente se apoderaron de la compa?¨ªa. Ya hemos hablado aqu¨ª de las arriesgadas circunstancias en que Warner compr¨® el contrato de Morrison.
?Peligr¨® la integridad del artista? Tal vez. En todo caso, es sintom¨¢tico que Morrison haya permitido recopilar lo grabado durante, posiblemente, el peor periodo de su vida. The authorized Bang collection contiene tres discos: el primero, con los m¨¢sters en su mejor mezcla; el segundo, versiones en mono y tomas in¨¦ditas; el tercero, las citadas miniaturas agrupadas como la Contractual obligation session. El retrato de un airado creador luchando contra la estupidez de unos disqueros que, moralmente, en poco se diferenciaban de sus amigos g¨¢nsteres.
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