Descubriendo el son cubano
Santiago Auser¨®n evoca su pasi¨®n por la isla y su m¨²sica
En su editorial, La Huella Sonora, Santiago Auser¨®n acaba de publicar Semilla del son. Un librito demasiado breve ¡ª44 p¨¢ginas¡ª pero deslumbrante, que comienza con su viaje tur¨ªstico a Cuba en 1984. Entre la escasa oferta de fonogramas, encuentra ¡°un casetico¡± del Guayabero, un sonero picaresco al que, a?os despu¨¦s, localiza en su Holgu¨ªn natal.
Despega as¨ª una historia de amor con doble vertiente. Como creador, Santiago inicia un aprendizaje que desembocar¨ªa, ya en los noventa, en el rock montuno de Juan Perro. Aparte, comparte su fascinaci¨®n mediante una valiosa colecci¨®n de grabaciones cl¨¢sicas y la producci¨®n de la Antolog¨ªa, de Compay Segundo; usa su carisma para introducir a los artistas cubanos.
Urge enfatizar lo arduo de su empe?o: los cl¨¢sicos cubanos ni siquiera estaban disponibles en el mercado local. En pleno Per¨ªodo Especial, debe recurrir a la valija diplom¨¢tica para conseguir cintas DAT, donde copiar el material de la discogr¨¢fica estatal EGREM, que publicar¨¢ en la serie Semilla del son. Simpatizante sentimental con la Revoluci¨®n, Auser¨®n prescinde aqu¨ª de las circunstancias pol¨ªticas que llevaron a la marginaci¨®n de la m¨²sica tradicional. Inicialmente, su apuesta choc¨® a la nomenklatura castrista. Recuerdo el pasmo de un alto funcionario ante Compay: ¡°No entiendo qu¨¦ ven los espa?oles en ese matusal¨¦n, cuando ustedes tienen a artistas de verdad, como Julio Iglesias¡±.
Santiago no presume de exclusividad en la difusi¨®n de aquel tesoro. Coincide en La Habana con gringos como Ned Sublette, un m¨²sico tejano que cay¨® bajo el embrujo de la rumba negra, o el representante de David Byrne, preparando una recopilaci¨®n para el sello Luaka Bop que ¡ªmuy acertadamente¡ª describe como ¡°menos rigurosa¡± que su Semilla del son.
Presentaci¨®n de la colecci¨®n Semilla del son (1991)
Auser¨®n tambi¨¦n rompe su silencio sobre el fen¨®meno Buena Vista Social Club. Explica su conexi¨®n con Ry Cooder, que aprendi¨® r¨¢pido y terminar¨ªa por acertar en la diana. Por Espa?a circula la teor¨ªa de que Cooder se llev¨® el m¨¦rito que correspond¨ªa a Santiago.
Y no. Auser¨®n funcionaba en el paradigma del evento cultural para el p¨²blico espa?ol ¡ªEncuentro con el Son Cubano, Encuentros del Son Cubano y el Flamenco¡ª mientras el californiano pensaba en discos de alcance global. Hasta sus criticados a?adidos de slide guitar eran la firma del productor. Hilvan¨® un relato ¡ª¡°melodram¨¢tico¡±, denuncia Santiago¡ª que cautiv¨® al mundo.
Hab¨ªa un pecado oculto: el ¨¦nfasis en los viejitos ignoraba la creatividad de los j¨®venes m¨²sicos cubanos. Conscientemente o no, tanto Cooder como Auser¨®n menospreciaban la evoluci¨®n de la m¨²sica isle?a: tal vez no sea casualidad que Santiago escriba mal (dos veces) el nombre de NG La Banda, la explosiva agrupaci¨®n que encarnaba la autenticidad callejera. Dicen que no hay buena obra que no tenga su castigo. Juan Perro sufri¨® el Anatema del Mestizaje: tras la curiosidad inicial, el p¨²blico rockero tiende a desentenderse de propuestas que incorporen ostentosamente otros g¨¦neros (una maldici¨®n todav¨ªa viva, recuerden el caso de Dover y su aventura africana). Una l¨¢stima: repasando ahora los primeros discos de Juan Perro, uno advierte que (1) sonaban mucho menos cubano de lo que pens¨¢bamos y que (2) conten¨ªan canciones que hubieran arrasado de venir firmadas por Radio Futura.
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