Dec¨ªamos ayer
El director de orquesta Paul McCreesh ha decidido volver a aquel programa que lo lanz¨® a la fama
All¨¢ por 1990 un disco publicado por el sello Virgin con el t¨ªtulo Una coronaci¨®n veneciana, 1595 daba a conocer al mundo los nombres de Paul McCreesh y de sus Gabrieli Consort & Players (el nombre elegido para el grupo era ya toda una declaraci¨®n de intenciones). Gracias a ¨¦l les llovieron los premios y los contratos y empezaron una carrera plagada de grabaciones y conciertos que ha perdurado hasta hoy. Como se sabe bien en Madrid, donde McCreesh ha dirigido en varias ocasiones a la Orquesta Nacional de Espa?a, el brit¨¢nico no ha hecho luego ascos a dirigir tambi¨¦n agrupaciones modernas, a menudo en repertorios barrocos, aunque no siempre. Pero sus inicios estuvieron marcados justamente por lo que constitu¨ªa la esencia de aquella grabaci¨®n inici¨¢tica: la reconstrucci¨®n fiel y detallada de la m¨²sica que pudo sonar en un d¨ªa concreto con motivo de una circunstancia determinada.
En aquel caso fue la proclamaci¨®n de Marino Grimani como dogo de la Rep¨²blica Veneciana en 1595. Luego llegar¨ªan propuestas similares protagonizadas por la m¨²sica de Monteverdi, Praetorius, Biber, Sch¨¹tz o Bach, as¨ª como por compositores espa?oles de la talla de Morales y Victoria (con sendas m¨²sicas f¨²nebres y con una misa para la fiesta de San Isidoro de Sevilla en la catedral de Toledo a finales del siglo XVI) o la reconstrucci¨®n de un servicio de V¨ªsperas en la corte de Felipe III y el duque de Lerma en 1617. McCreesh ha sabido rodearse siempre de los mejores expertos en la m¨²sica y las pr¨¢cticas lit¨²rgicas que decid¨ªa revivir: todo lo que hac¨ªa parec¨ªa fruto de una suerte de ¡°busca del tiempo perdido¡±. Ahora, m¨¢s de dos d¨¦cadas despu¨¦s, ha decidido volver a aquel programa que lo lanz¨® a la fama: lo ha grabado de nuevo, enriqueciendo levemente su estructura, y est¨¢ pase¨¢ndolo por diversas ciudades del mundo. Se trata, musicalmente hablando, de lo m¨¢s parecido a lo que en cine se llamar¨ªa un remake, pero en ambos casos con el mismo director y guionista, algo as¨ª como Love Affair (1939) y An Affair to Remember (1957), las dos pel¨ªculas dirigidas por Leo McCarey a partir de id¨¦ntico guion.
Ahora los actores tambi¨¦n han cambiado, pero la esencia de lo que escuchamos es exactamente aquello que abri¨® un camino hasta entonces inexplorado en 1990: dotar a la m¨²sica de una estructura, de una secuencia, al tiempo que no se desde?an las secciones en canto llano, en fluida y l¨®gica alternancia con las polif¨®nicas, como sucede en la Misa de Andrea Gabrieli, en la que las secciones del Ordinario conviven con las del Propio, habitualmente desde?adas por los directores. El esquema dise?ado in illo tempore (piezas instrumentales de Cesare Bendinelli y Cesario Gussago, y piezas vocales e instrumentales de Andrea y Giovanni Gabrieli, t¨ªo y sobrino) sigue funcionando a las mil maravillas y McCreesh mantiene a sus grupos como una maquinaria perfectamente engrasada, tanto en el aspecto puramente interpretativo como en sus desplazamientos y cambios de ubicaci¨®n en el escenario. Todo fluye y va completando, pieza a pieza, el puzle: solo chirri¨® levemente que los cantantes que entonaron la ep¨ªstola y el evangelio lo hicieran justamente en el lado contrario del que les hubiera correspondido en una iglesia, en este caso la Bas¨ªlica de San Marcos veneciana.
Obras de Bendinelli, Gussago y Andrea y Giovanni Gabrieli. Gabrieli Consort & Players. Director: Paul McCreesh. Auditorio Nacional, 29 de mayo.
El Ofertorio, con el motete Deus qui beatum Marcum confiado a dos excelentes contratenores y ocho instrumentos, marc¨® quiz¨¢s el punto interpretativo m¨¢s alto y emocionante del concierto y McCreesh, que es perro viejo, decidi¨® repetirlo como propina ante los muy c¨¢lidos e insistentes aplausos del p¨²blico. Fueron tambi¨¦n imponentes una Canzona a 12 voces o el motete Omnes gentes, a 16, piezas ambas de Giovanni Gabrieli, en las que McCreesh, como hizo durante todo el concierto, resalt¨® su estilo policoral, dejando que sus cori spezzati dialogaran en una m¨²sica planteada casi como un juego de preguntas y respuestas de una inventiva inagotable. O sacrum convivium, cantado a cappella por cinco voces con el solo acompa?amiento del ¨®rgano, o la Sonata pian e forte, marcaron los momentos quiz¨¢ de mayor intimismo.
Si algo caracteriz¨® a la Serenissima, musicalmente hablando, es su condici¨®n, tan bien estudiada por Iain Fenlon, de ¡°ciudad ceremonial¡± y McCreesh supo insuflar a todo el conjunto su certero sentido teatral. El concierto comenz¨® con los cantantes procesionando lentamente desde el exterior de la sala al tiempo que entonaban el introito, seguidos luego de los instrumentistas de viento y percusi¨®n, que surgieron desde debajo del ¨®rgano tocando una sonata. Para la Elevaci¨®n situ¨® a trompeta y sacabuche en lo alto, en una galer¨ªa lateral, todo lo cual ayud¨® a remedar el car¨¢cter intr¨ªnsecamente ritual y solemne de la m¨²sica que est¨¢bamos escuchando. El nivel mostrado por cantantes e instrumentistas fue alt¨ªsimo y resultaba emocionante ver tocando a¨²n la corneta, y muy bien, al incombustible Jeremy West, que ya interpretaba esta misma m¨²sica de los Gabrieli en los a?os setenta con The London Cornett and Sackbut Ensemble y que fue un m¨²sico habitual en las plantillas de pioneros como David Munrow o Bruno Turner. Lo m¨¢s chocante fue, sin duda, la batuta (un obiectus non gratus en el mundo de la m¨²sica antigua) que esgrim¨ªa y agitaba incansablemente el propio McCreesh, empe?ado en dirigir quiz¨¢ m¨¢s de lo necesario a unos m¨²sicos sobradamente capaces de cantar y tocar igual de bien sin tantos gestos ni aspavientos. Pero ¨¦l fue ayer, y sigue siendo hoy, el gran art¨ªfice de esta m¨¢quina del tiempo que logr¨® devolvernos, a poco que se cerraran los ojos, a la Venecia que entroniz¨® a uno de sus dogos en 1595.
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