El testigo improbable
Conservador pero no antisemita, Friedrich Reck registr¨® en su diario el paulatino ascenso del nazismo
Nada auguraba que Friedrich Reck pudiera convertirse en un h¨¦roe de la resistencia contra el nazismo; ni siquiera en una v¨ªctima. Era un escritor de novelas de entretenimiento de mucho ¨¦xito que se hac¨ªan m¨¢s populares a¨²n cuando las adaptaban al cine. Ten¨ªa fama entre sus conocidos de vividor, de buen conversador, incluso de fabulista. Su figura, en p¨²blico y tambi¨¦n en privado, era en gran parte una invenci¨®n. Viv¨ªa en un antiguo convento g¨®tico, en una finca en el campo cerca de M¨²nich, y adoptaba maneras de hacendado rural, como de arist¨®crata o de oficial retirado de caballer¨ªa. Se preciaba de sus conexiones con la casa real de Baviera, depuesta en 1919. En realidad la finca y el monasterio los hab¨ªa comprado con los derechos de autor de sus novelas, y solo hab¨ªa pasado muy brevemente por el ej¨¦rcito en su juventud. Pero era verdad que amaba la belleza del campo, la majestad sombr¨ªa de los bosques, la limpidez de los r¨ªos, y tambi¨¦n los objetos de arte y los manuscritos y ediciones valiosas que atesoraba en su biblioteca como si fueran la herencia de antepasados ilustres que en realidad no hab¨ªan existido.
Como habr¨ªa sido propio del terrateniente legitimista que se imaginaba que era, Friedrich Reck desde?aba el mundo moderno, la gran explosi¨®n de las tecnolog¨ªas productivas y de la comunicaci¨®n que se hab¨ªa acelerado en Alemania en los a?os de la Rep¨²blica de Weimar, entre el derrumbe del antiguo orden social sobrevenido tras la guerra y la irrupci¨®n de la econom¨ªa de consumo y la cultura de masas. Amigo de Oswald Spengler, lector de Ortega y Gasset, el rechazo de Friedrich Reck hacia el mundo nuevo que lo rodeaba ten¨ªa una parte de esnobismo y otra bastante racional de alarma por la uniformaci¨®n que el consumo cultural masificado impon¨ªa y por el precio social y ambiental de una industrializaci¨®n a gran escala. Que la disidencia de Reck fuera la de un conservador no la hace menos digna de ser considerada. Odiaba a los grandes industriales alemanes porque hab¨ªan financiado a Hitler y tambi¨¦n porque sus minas y sus f¨¢bricas envenenaban el aire y el agua de los r¨ªos y destru¨ªan en beneficio privado el patrimonio irremplazable de los bosques. Se hab¨ªa hecho rico y conocido gracias a las tecnolog¨ªas de la impresi¨®n masiva, a la radio y al cine: pero era consciente de que sin la escala de la propaganda que esos medios hac¨ªan posible los nazis no habr¨ªan logrado tan f¨¢cilmente envilecer a toda una sociedad.
Reck odiaba a los grandes industriales alemanes porque hab¨ªan financiado a Hitler y porque sus f¨¢bricas envenenaban el aire y el agua de los r¨ªos
Conservador verdadero, arist¨®crata ficticio, amigo de las elucubraciones sobre el hombre-masa y sobre el declive espiritual de Europa, Friedrich Reck pose¨ªa otro rasgo que confirmaba su singularidad: carec¨ªa de cualquier atisbo de antisemitismo. Conserv¨® a sus amigos jud¨ªos hasta que emigraron o desaparecieron. Por fidelidad a su personaje o por ganas de llevar la contraria se convirti¨® al catolicismo en 1935. A partir de entonces, cuando recib¨ªa a alguien en su casa de campo, o cuando se cruzaba con un vecino en el pueblo cercano, o entraba a una oficina, en lugar del obligatorio ¡°Heil, Hitler¡± usaba el saludo tradicional de los campesinos cat¨®licos de Baviera: ¡°Alabado sea Dios¡±.
En mayo de 1936 empez¨® a escribir de manera intermitente un diario. No eran entradas regulares en las que contara los hechos de su vida. Eran, de tarde en tarde, explosiones secretas de furia, testimonios m¨¢s bien impersonales de lo que estaba viviendo, de lo que suced¨ªa cerca de ¨¦l y en toda Alemania; y sobre todo reflexiones acerca de lo que le obsesionaba, el hecho monstruoso de que el nazismo hubiera podido imponerse, de que una banda de desalmados y de g¨¢nsteres se hubiera adue?ado de todo un pa¨ªs, seduci¨¦ndolo con su brutalidad y su groser¨ªa, hipnotiz¨¢ndolo hasta un grado en el que la percepci¨®n individual y colectiva de la realidad desa?parec¨ªa. Enamorado de su Alemania legendaria de catedrales g¨®ticas, principados arcaicos, gremios medievales, m¨²sica de Bach, Reck despreciaba la invenci¨®n moderna y embrutecedora del nacionalismo, que seg¨²n ¨¦l consiste no tanto en el amor por la propia tierra como en el odio por la tierra de otros. Pero no echaba la culpa de todo a los nazis, ni a los industriales y los plut¨®cratas que los hab¨ªan contratado para que les hicieran de matones, ni a la gente com¨²n idiotizada por el resentimiento y beoda de patriotismo barato. Antes de que comenzara la guerra y de que todo fuera irreparable, Reck se indigna con la cobard¨ªa y la pasividad de los pa¨ªses europeos que han ido consintiendo uno por uno todos los desplantes de Hitler, que han cre¨ªdo poder apaciguarlo cediendo a sus exigencias cada vez m¨¢s insolentes.
Reck escribe y sabe que al hacerlo est¨¢ jug¨¢ndose la vida. Guarda en cajas de lata sus p¨¢ginas mecanografiadas y las esconde bajo la tierra en su finca. Las primeras victorias alemanas, la ocupaci¨®n acelerada de Polonia en 1939, la ca¨ªda de Francia en junio de 1940 no debilitan su convicci¨®n de que Alemania se encamina hacia una derrota que la dejar¨¢ en ruinas. Seg¨²n avanzan los a?os las p¨¢ginas del diario se vuelven m¨¢s sombr¨ªas, m¨¢s enconadas, borbotones viscerales de odio hacia Hitler y los suyos, alucinaciones apocal¨ªpticas que los bombardeos aliados vuelven realidad, primero en las noticias que llegan de la destrucci¨®n de Hamburgo en una gran tempestad de fuego, luego los motores de los aviones que vuelan sobre la finca de Reck acerc¨¢ndose a M¨²nich, la ciudad amada que tambi¨¦n acabar¨¢ en una gran hoguera nocturna.
En octubre de 1944 Reck fue por fin detenido. Lo soltaron a los pocos d¨ªas y eso le permiti¨® a?adir una entrada al diario en la que contaba la vida en el interior de la prisi¨®n. Pero lo que vino despu¨¦s ya no lo pudo dejar por escrito. En enero de 1945 lo encerraron en Dachau. Una epidemia de tifus mataba por millares a los prisioneros. Friedrich Reck muri¨® a mediados de febrero, a los 59 a?os, dos meses y medio antes de que los Aliados liberaran el campo. Su familia recuper¨® la mayor parte de las p¨¢ginas del diario. Algunas se las hab¨ªan comido los ratones.
Parece que lo escrito con urgencia y temeridad por un testigo est¨¢ mejor equipado para sobrevivir. El Diario de un desesperado, de Friedrich Reck, lo public¨® en espa?ol Min¨²scula en 2009, traducido por Carlos Fortea. Me da algo de verg¨¹enza haber tardado tanto en leerlo.
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