De vuelta del mar est¨¢ el marinero
Si uno se pregunta qu¨¦ es el Caribe, esa patria a la que Gabo se sinti¨® pertenecer toda la vida, la respuesta m¨¢s definitiva est¨¢ en 'Cien a?os de soledad' y 'El oto?o del patriarca'
Hay dos grandes mares culturales en Occidente: el Mediterr¨¢neo y el Caribe. Geogr¨¢ficamente son dos golfos inmensos en los que se repliega a lado y lado el Atl¨¢ntico, pero son tambi¨¦n dos grandes nichos de la memoria. Europa naci¨® en el Mediterr¨¢neo, Am¨¦rica naci¨® en el Caribe.
Paul Val¨¦ry nos ha hablado en sus anotaciones sobre Europa de la importancia de ese mar que vio navegar a los Fenicios fundando el comercio y a los griegos fundando la civilizaci¨®n; que vio cruzar a Tif¨®n y a los gigantes desde Egipto para derrotar a los dioses del Olimpo y refugiarse en ¨¦l; que vio nacer las matem¨¢ticas en los n¨²meros de Pit¨¢goras y la filosof¨ªa racional en los di¨¢logos de Plat¨®n; que vio navegar a C¨¦sar con sus legiones y a Virgilio con sus hex¨¢metros; que vio pasar a Alejandro hacia Persia y trajo a Cristo hasta Roma; ese mar ensangrentado de guerras y ramificado de Odiseas, cuna de mitos y de razones, de c¨®digos y sagas; que vio surgir a Afrodita de la sangre de un crimen antiguo, que vio llegar a Baco en un carro tirado por leopardos desde las orillas del Ganges, que vio morir a Osiris despedazado en el delta del Nilo, a Adonis desgarrado en las grutas de Siria, y a Cristo crucificado en las colinas de Judea.
De esas costas brotaron la idea egipcia o hebrea de un dios ¨²nico, la variante cristiana que decidi¨® que ese Dios no fuera propiedad de un solo pueblo sino de toda la humanidad, y la variante musulmana ¡°de sabidur¨ªa y de pena y de sufrimiento de lo consumado¡±, a cuya sombra prosperaron las matem¨¢ticas y la filosof¨ªa, la arquitectura y la poes¨ªa; ante esas aguas nacieron la democracia, la ciencia, el derecho, el sue?o de un imperio planetario, el racionalismo, el romanticismo y todos los temibles sue?os hegem¨®nicos de Europa.
Por ese mar inagotable seguimos viendo a Ulises entorpecido por la furia de Poseid¨®n, a Antonio y Cleopatra que enlazaron a Europa y al ?frica, a otros dos enamorados, Dido y Eneas, construyendo ciudades que despu¨¦s se odiar¨ªan hasta la aniquilaci¨®n; por all¨ª pasaron en grandes barcos los elefantes de An¨ªbal que iban a aplastar a Roma, los soldados de Escipi¨®n que destruyeron Cartago, los ¨¢ngeles de Tom¨¢s de Aquino, los debates de Bizancio, los barcos del Sult¨¢n de Estambul que llegaron hasta las puertas de Italia, las naves de don Juan de Austria que los detuvieron en Lepanto, ese mar ha visto los delirios de don Quijote, los tormentos de Byron, las galeras de Napole¨®n, las fugas de Rimbaud, los brotes de la peste negra y los tanques del Tercer Reich; all¨ª nacieron religiones y murieron sistemas, cantaron las sirenas y rugieron los ca?ones, murieron hombres por millares y brotaron dioses como espuma, una cultura varias veces milenaria floreci¨® y se agost¨® y volvi¨® a florecer, a so?ar y a confiar.
El Caribe fue el primer crisol de la lengua, el lugar del primer cruce del espa?ol del siglo XVI con las lenguas de ta¨ªnos, de mayas, de aztecas, de chibchas, de tayronas, del arawak de los guajiros y de los pueblos amaz¨®nicos
Tambi¨¦n este mar Caribe es copioso en leyendas y en acontecimientos, aunque su historia conocida apenas abarca cinco siglos. Sus inicios siempre nos fueron contados desde las proas de las carabelas de Crist¨®bal Col¨®n, pero durante veinte mil a?os se hab¨ªan sucedido en sus orillas muchos pueblos, los que habitaron las llanuras de ci¨¦nagas y cocodrilos de la Florida y las playas paradis¨ªacas de Sarasota, los hombres o dioses que construyeron los reinos de piedra, de pedernal y de laca de Tenochtitlan, los que alzaron las pir¨¢mides rojas del mundo maya y escribieron en sus paredes leyendas de astros que eran tambi¨¦n reyes, los que labraron en Tabasco las cabezas gigantes e insomnes de los Olmecas, los que enterraron las misteriosas esferas de piedra del istmo, los que trenzaron las cestas de Puerto Hormiga, los que construyeron las terrazas de piedra del Tayrona y los templos del Sin¨², llenos de hamacas con ofrendas preciosas, los que sembraron los bosques de ceibas y de hobos sobre las tumbas de oro, los que reventaron sus pulmones sacando perlas en los ostiales de Margarita, las bocas misteriosas del Orinoco que arrojan el tributo de las selvas inmensas, y eso que tenemos que llamar con Neruda ¡°la paz de arena que rodea el mundo¡±, el cintur¨®n de islas blancas que va de Trinidad por Santa Luc¨ªa hasta Barbados, y desde Puerto Rico, la Rep¨²blica Dominicana y Hait¨ª, hasta las sierras orientales de Cuba.
Garc¨ªa M¨¢rquez dijo alguna vez que el Caribe es un mundo que va desde el delta del Misisipi hasta el delta del Orinoco, pero no ignoraba que el influjo del Caribe se extiende mucho m¨¢s lejos que sus aguas, que sobre el Atl¨¢ntico Salvador de Bah¨ªa y R¨ªo de Janeiro todav¨ªa son ciudades caribe?as, como lo son ante el Pac¨ªfico Buenaventura y Guayaquil, y Cali en su llanura m¨¢s lejos del mar todav¨ªa.
Recuerdo que un d¨ªa le pregunt¨¦ a Gabo si conoc¨ªa a Juan de Castellanos. ¡°Lo que alcanc¨¦ a leer en Zipaquir¨¢¡±, me contest¨®, recordando sus a?os de adolescente caribe?o arrojado a las tierras fr¨ªas de la Sabana, donde se protegi¨® del tedio y de la soledad leyendo la Biblioteca de Rivadeneyra, pero basta leer Cien a?os de soledad, El oto?o del Patriarca, El general en su laberinto y El amor en los tiempos del c¨®lera para saber que Gabo ten¨ªa en su mente la saga de la Conquista, la historia copiosa de los siglos coloniales, los cruces de razas, de leyendas y de mitolog¨ªas que todav¨ªa flotan sobre estas aguas.
El Caribe fue el primer crisol de la lengua, el lugar del primer cruce del espa?ol del siglo XVI con las lenguas de ta¨ªnos, de mayas, de aztecas, de chibchas, de tayronas, del arawak de los guajiros y de los pueblos amaz¨®nicos. Tambi¨¦n dijo Gabo que si sol¨ªan comparar sus obras con las de Faulkner ello no necesariamente se deb¨ªa a un influjo directo del autor de Luz de agosto sobre el de La hojarasca, sino al hecho de que ambos hablan de un mismo mundo, que la desembocadura del Mississippi no es radicalmente distinta de la desembocadura del Magdalena o del Orinoco.
Porque si uno se pregunta qu¨¦ es ese Caribe, esa patria a la que Gabo se sinti¨® pertenecer toda la vida, la respuesta m¨¢s definitiva est¨¢ en Cien a?os de soledad, y en esa aventura delirante y genial hacia el misterio de la lengua que es El oto?o del patriarca.
Matriz de una cultura, el Caribe no es mar s¨®lo de humanos, tambi¨¦n es mar de dioses y de sincretismos. Si a Veracruz bajaba el agua te?ida con la sangre de los sacrificios, y si a Cuba y a la Espa?ola lleg¨® con todo vigor la religi¨®n no menos sangrienta de los conquistadores, sobre estas aguas navegaron por igual Cristo y los dioses de Africa, Yemay¨¢ y Chang¨® y Och¨²n, para ser San L¨¢zaro y Santa B¨¢rbara y la Virgen de la Caridad de Cobre; y no hay que olvidar que aqu¨ª a dos pa¨ªses de distancia tambi¨¦n renaci¨® en climas equinocciales la religi¨®n de Brahma, Shiva y Vishn¨², y que, como nos ha contado Derek Walcott, cada a?o los j¨®venes de Trinidad y de Santa Luc¨ªa representan con grandes dioses de varas de ca?a las leyendas sagradas del Bhagavad-gita y del Ramayana.
Al dictado de estas aguas se escribieron las eleg¨ªas de Castellanos, las cr¨®nicas de Oviedo, las obras de Mart¨ª, los cantos de Pal¨¦s Matos y de Nicol¨¢s Guill¨¦n, los poemas de Luis Carlos L¨®pez, de Eliseo Diego y de Jos¨¦ Lezama Lima; pero tambi¨¦n el Orfeo Negro de Aim¨¦e Cesaire y de Glissant, y la poes¨ªa de Saint John Perse y de Derek Walcott. Este es el mar de la barca perdida de Nicuesa y de la cabeza perdida de Balboa; por aqu¨ª avanzaron las caravanas de galeones cargando las riquezas de un mundo, y sobre ellas cayeron a sangre y fuego las flotas de los corsarios; este mundo de haciendas y de esclavos, de para¨ªsos y de infiernos, es el de las conquistas y las pirater¨ªas, de la vida y la muerte de Morgan y de Drake, a quien le dieron por tumba las aguas pl¨¢cidas de Portobelo; del desembarco en 1741 de 27.600 soldados brit¨¢nicos ante las murallas de Cartagena de Indias; aqu¨ª son ya mitol¨®gicas las expediciones hel¨¦nicas de Alfonso Reyes y la reinvenci¨®n de la lengua castellana por Gutierrez N¨¢jera, Juli¨¢n del Casal, Jos¨¦ Mart¨ª, P¨¦rez Bonalde, Jos¨¦ Asunci¨®n Silva y G¨®mez Carrillo, hasta la llegada del genio de la lengua Rub¨¦n Dar¨ªo, que volvi¨® a unir los dos cuerpos de la lengua que amenazaban alejarse sin fin; aqu¨ª naci¨® ese asombroso siglo cultural que acabamos de vivir desde la muerte de Dar¨ªo hasta la muerte de Gabriel Garc¨ªa M¨¢rquez.
Como los padres de la Independencia y como los modernistas, Garc¨ªa M¨¢rquez no sab¨ªa ver dividido en naciones a este mundo del Caribe, y tampoco a la Am¨¦rica Latina. El Caribe era para ¨¦l una unidad, hab¨ªa desarrollado hace cinco siglos el molde de una cultura, cada vez m¨¢s presente en el mundo contempor¨¢neo, y era muy hermoso ver en ¨¦l la unidad en la diversidad, las variaciones de costumbres, rituales y estilos de vida en las distintas lenguas y tradiciones del universo com¨²n. Garc¨ªa M¨¢rquez entendi¨® como un todo este Caribe de guerras y leyendas, que vio llegar las carabelas y vio pasar sangrando los barcos negreros, que vio desfilar las carracas portuguesas y las fragatas inglesas, que acun¨® los presentimientos de Miranda y los sue?os de Bol¨ªvar, las apuestas generosas de Petion y de Moraz¨¢n, las derrotas del abuelo de Byron, la invenci¨®n del Romanticismo en los viajes de Humboldt; esos esfuerzos y esas desmesuras que ¨¦l supo seguir desde la fundaci¨®n de las rep¨²blicas hasta las estampas de la revoluci¨®n mexicana y las revoluciones llenas de sue?os de Fidel Castro y de Hugo Ch¨¢vez, sus comienzos radiantes y sus desenlaces tormentosos; y en el fondo todo el colorido y complejo y convulsivo mundo de Rivera y de Orozco, de Wilfredo Lam y de Obreg¨®n, de Fernando Botero y de Jean Michel Basquiat.
Hace cincuenta a?os este continente en formaci¨®n, que ya hab¨ªa mostrado al mundo las cabalgatas de Zapata y de Pancho Villa, los corridos de fuego de la revoluci¨®n, el car¨¢cter de Frida Kahlo, las cejas alzadas de Mar¨ªa F¨¦lix, y el sue?o de un mundo nuevo de los guerrilleros cubanos, en el mismo ¨¢mbito de las novelas torrenciales de Faulkner y de los relatos aventureros de Hemingway, vio nacer las obras de Alejo Carpentier, de Juan Rulfo, de Carlos Fuentes, de Guillermo Cabrera Infante y de Gabriel Garc¨ªa M¨¢rquez, y el mundo entero se volvi¨® a mirar al Caribe para descubrir que no se trataba ya de un escenario de an¨¦cdotas hist¨®ricas sino de uno de los epicentros de la cultura mundial.
La lengua castellana de Am¨¦rica no s¨®lo se form¨® en el Caribe: fue en el Caribe donde se reinvent¨®
Porque si uno se pregunta qu¨¦ es ese Caribe, esa patria a la que Gabo se sinti¨® pertenecer toda la vida, hasta el punto de decir que s¨®lo en su ¨¢mbito se sent¨ªa completo, pleno, tocando sus ra¨ªces, la respuesta m¨¢s definitiva est¨¢ en Cien a?os de soledad, y en esa aventura delirante y genial hacia el misterio de la lengua, que es El oto?o del patriarca. Un mundo en el que todo est¨¢ marcado por la historia y donde sin embargo al mismo tiempo uno se siente en el primer d¨ªa de la creaci¨®n. Gabo logr¨® lo que so?aba y lo que anunciaba en las tertulias de los a?os cincuenta; escribir la biblia pagana del Caribe, desde el g¨¦nesis de los colonizadores hasta el apocalipsis de los pueblos abandonados y carcomidos por la ruina; que combina la plenitud de la aventura humana con una agobiante sensaci¨®n de marginalidad, de abandono y de olvido; que sabe que la historia verdadera no es un retablo de grandes h¨¦roes y personajes gloriosos sino la confusi¨®n de las gentes ¡°de rudas manos y de oscuros nombres¡± que improvisan su destino arrebat¨¢ndole un poco de dicha y unas r¨¢fagas de dignidad a una realidad de horror y de desamparo. Hombres delirantes y absurdos que conciben proyectos geniales, mujeres que en el primer descampado tienen que improvisar la cultura, gentes que huyen bajo la opresi¨®n de un remordimiento, fantasmas que brotan de la culpa, estirpes que heredan sus demonios, comunidades en las que entra la guerra como una inundaci¨®n, gentes r¨²sticas que viven el anhelo conmovedor del refinamiento, de la belleza y del milagro, selvas pobladas de fantasmas, dramas que vuelven irremediablemente como vuelven las lluvias y la luna, el mundo de Garc¨ªa M¨¢rquez es un mundo en el que se reconoce todo ser humano, de cualquier naci¨®n y de cualquier lengua, pero lo que le da su universalidad no son s¨®lo los hechos, las atm¨®sferas y los personajes, sino la plenitud de la lengua en que han sido forjados.
La lengua castellana de Am¨¦rica no s¨®lo se form¨® en el Caribe: fue en el Caribe donde se reinvent¨®, y el lenguaje de Garc¨ªa M¨¢rquez, que debi¨® abrevar de tantas fuentes, es el lenguaje que trajeron los conquistadores, modificado por el asombro de los cronistas, enriquecido por los cruces de culturas, por las lenguas ind¨ªgenas y africanas, por la llegada de los jud¨ªos y de los ¨¢rabes, por el viento de los inmigrantes, la lengua que puli¨® con su poder¨ªo sint¨¢ctico la obra de Alfonso Reyes, que modul¨® en una m¨²sica nueva y fascinante la aventura de Rub¨¦n Dar¨ªo, y que los meandros de la canci¨®n popular fue llevando de isla en isla y de pueblo en pueblo, convirti¨¦ndola en la lengua de las noticias, de los conflictos, de los duelos, de los amores y de los cantos. En esas cocinas, en esos campamentos de guerra, en el lomo de esos caballos, en la intemperie de esos ca?averales y en la vigilia de esas chalupas est¨¢ el hilo sutil que une la inventiva endiablada de las gentes del com¨²n con la labor desvelada de los autores y con el esfuerzo de los gram¨¢ticos para acunar una lengua que es su propia obra maestra.
En Garc¨ªa M¨¢rquez hab¨ªa un fino observador de los seres humanos, y eso le permiti¨® hacer la gran novela del Caribe; hab¨ªa un testigo asombrado del mundo, y por eso hizo el periodismo m¨¢s sugestivo de su tiempo; y hab¨ªa un pensador: hay que leer la colecci¨®n completa de sus entrevistas para asomarse a una lecci¨®n de car¨¢cter, una comprensi¨®n de los hechos, una lucidez de la interpretaci¨®n y un compromiso con altos principios verdaderamente notable.
Todos nos preguntamos cu¨¢l es ese secreto, que va m¨¢s all¨¢ de la academia y a¨²n de la literatura, que hizo que Garc¨ªa M¨¢rquez no fuera un escritor c¨¦lebre sino el alma de un mundo, el s¨ªmbolo de una ¨¦poca, y ese ejemplo curioso del escritor que satisface por igual a los grandes profesores y a las gentes humildes que nunca han le¨ªdo otro libro. Borges dec¨ªa que toda ¨¦poca anda buscando un libro, que en la Edad Media muchos intentaron escribir La Divina Comedia, que cada ¨¦poca no es un autor buscando su libro sino un libro buscando su autor. Y yo tengo la sensaci¨®n de que los grandes libros de la historia son aquellos que expresan el momento en que un mundo alcanz¨® su lenguaje y se nombr¨® plenamente a s¨ª mismo. Borges fue tambi¨¦n quien dijo que hay un momento en que un hombre sabe para siempre qui¨¦n es, y quiz¨¢s podemos a?adir que hay un momento en que una regi¨®n y una ¨¦poca conquistan por fin la lengua que las expresa con plenitud: lo que hizo Homero con la Grecia de la Edad de Bronce, lo que hizo Virgilio con Roma, lo que hizo Dante con la exaltaci¨®n de la lengua ordinaria a la capacidad de cantar lo sublime, lo que hizo Cervantes con la Espa?a del Renacimiento, desgarrada entre la realidad hist¨®rica opresiva y la enormidad de sus sue?os, lo que hizo Shakespeare con la lengua inglesa que descubri¨® de pronto la enormidad del Globo que ser¨ªa su destino explorar y dominar; lo que hicieron Balzac y Flaubert y V¨ªctor Hugo con la Francia del siglo XIX, Tolstoi y Dostoievski con la Rusia de comienzos del siglo XX, Kafka con la Europa de v¨ªsperas del infierno, Faulkner con el desgarrado sur de los Estados Unidos, Joyce con el desciframiento de la ciudad moderna en una lengua a la vez poderosa y marginal.
despu¨¦s de una vida plena y de una obra feliz como pocas, despu¨¦s de cumplir con su tierra y con su ¨¦poca, de encantar a los reinos y a las generaciones, Garc¨ªa M¨¢rquez ha vuelto aqu¨ª, a la orilla de las murallas
Para acercarnos a todo lo que f¨ªsica y mentalmente signific¨® el Caribe para Garc¨ªa M¨¢rquez, tal vez no haya mejor texto que una p¨¢gina de esa sinfon¨ªa verbal que es El oto?o del Patriarca, donde Gabo utiliza como pretexto una visita del Patriarca a los gobernantes derrocados que rumian sus derrotas en una fortaleza de las Antillas, para que veamos aparecer el mosaico completo, tejido de sitios y de detalles, de fragmentos y de instantes, de ese mundo que se resuelve en una suerte de embriaguez visual y sonora: un sue?o de la vigilia nutrido por la realidad, redondeado por la imaginaci¨®n, y exaltado por la m¨²sica:
En otro diciembre lejano, cuando se inaugur¨® la casa, ¨¦l hab¨ªa visto desde aquella terraza el reguero de islas alucinadas de las Antillas que alguien le iba mostrando con el dedo en la vitrina del mar, hab¨ªa visto el volc¨¢n perfumado de la Martinica, all¨¢ mi general, hab¨ªa visto su hospital de t¨ªsicos, el negro gigantesco con una blusa de encajes que les vend¨ªa macizos de gardenias a las esposas de los gobernadores en el atrio de la bas¨ªlica, hab¨ªa visto el mercado infernal de Paramaribo, all¨¢ mi general, los cangrejos que se sal¨ªan del mar por los excusados y se trepaban en las mesas de las helader¨ªas, los diamantes incrustados en los dientes de las abuelas negras que vend¨ªan cabezas de indios y ra¨ªces de jengibre sentadas en sus nalgas inc¨®lumes bajo la sopa de la lluvia, hab¨ªa visto las vacas de oro macizo dormidas en la playa de Tanaguarena mi general, el ciego visionario de la Guayra que cobraba dos reales por espantar la pava de la muerte con un viol¨ªn de una sola cuerda, hab¨ªa visto el agosto abrasante de Trinidad, los autom¨®viles caminando al rev¨¦s, los hind¨²es verdes que cagaban en plena calle frente a sus tiendas de camisas de gusano vivo y mandarines tallados en el colmillo entero del elefante, hab¨ªa visto la pesadilla de Hait¨ª, sus perros azules, la carreta de bueyes que recog¨ªa los muertos de la calle al amanecer, hab¨ªa visto renacer los tulipanes holandeses en los tanques de gasolina de Curazao, las casas de molinos de viento con techos para la nieve, el trasatl¨¢ntico misterioso que atravesaba el centro de la ciudad por entre las cocinas de los hoteles, hab¨ªa visto el corral de piedras de Cartagena de Indias, su bah¨ªa cerrada con una cadena, la luz parada en los balcones, los caballos escu¨¢lidos de los coches de punto que todav¨ªa bostezaban por el pienso de los virreyes, su olor a mierda mi general, qu¨¦ maravilla, d¨ªgame si no es grande el mundo entero, y lo era, en realidad, y no s¨®lo grande sino tambi¨¦n insidioso, pues si ¨¦l sub¨ªa en diciembre hasta la casa de los arrecifes no era por departir con aquellos pr¨®fugos que detestaba como a su propia imagen en el espejo de las desgracias sino por estar all¨ª en el instante de milagros en que la luz de diciembre se saliera de madre y pod¨ªa verse otra vez el universo completo de las Antillas desde barbados hasta Veracruz.
Nunca se fue del Caribe, pero la verdad es que siempre quiso volver, tener, como en esa p¨¢gina de El oto?o del Patriarca, un mirador desde el que pudiera abarcarlo todo, el Aleph del Caribe, las islas, los rostros, las costumbres, la historia, las bendiciones y las maldiciones que a lo largo de los siglos hicieron ese mundo m¨¢gico que ser¨ªa su misi¨®n descifrar y modular en palabras. Cuando sent¨ªa que su lenguaje vacilaba, que sus historias languidec¨ªan, que algo se extraviaba en la diablura natural de su estilo, comprend¨ªa que ya era hora de volver al Caribe, a recargarse de esa energ¨ªa original, de esa savia de la memoria, de esa felicidad corporal, de esas licencias de la cotidianidad, de ese esp¨ªritu de fiesta continua, de esas ganas de contarlo todo y convertir los acontecimientos de la vida diaria en una saga de relatos, en un vallenato infinito, en el delirio de pap¨¢ montero, zumba canalla rumbero, el s¨¦samo para abrir todas las puertas.
Ahora, despu¨¦s de una vida plena y de una obra feliz como pocas, despu¨¦s de cumplir con su tierra y con su ¨¦poca, de encantar a los reinos y a las generaciones, de alternar con los desconocidos de los andenes y de las playas y con esos no menos desconocidos para la eternidad que por unos d¨ªas fueron poderes y celebridades, despu¨¦s de la riqueza y de la sencillez, del goce de las cosas sencillas, de las canciones, de los viajes, del amor, de la familia, de la amistad y de la conversaci¨®n, ahora, despu¨¦s de todo, dejando atr¨¢s el gran tumulto y el gran rel¨¢mpago, Garc¨ªa M¨¢rquez ha vuelto aqu¨ª, a la orilla de las murallas, a so?ar seguramente cosas m¨¢s espl¨¦ndidas, a darnos la certeza de que de nosotros sali¨® y a nosotros nos am¨® como a nadie, y hoy podemos decir, mientras miramos el mar que duerme a su lado, las palabras del verso de Stevenson, decirle, s¨ª, aqu¨ª est¨¢s de regreso, ya para siempre con tu mundo, ya convertido en arena de esta playa, piedra de esta muralla que resiste los siglos:
De vuelta del mar est¨¢ el marinero.
Texto ¨ªntegro de la conferencia de William Ospina sobre el impacto social, literario y cultural de Cien a?os de soledad, de Gabriel Garc¨ªa M¨¢rquez en el XIII Seminario Internacional de Estudios del Caribe, celebrado esta semana en Cartagena de Indias.
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