La chica con la maleta
Jeanne Moreau era ¨¢gil, como si todas las edades de la juventud se le hubieran concentrado en la cintura
Caminaba como en las pel¨ªculas, la boca desvarada, provista de llanto y de risa a la vez, las manos ligeras, como de ropa de verano, y los andares descalzos aunque estuviera con botines, sandalias o zapatos de tac¨®n; era ¨¢gil, como si todas las edades de la juventud se le hubieran concentrado en la cintura y esta fuera inmortal, hecha de miel de abeja y de lujuria. As¨ª, de espaldas, era lenta, hasta que volvi¨® los ojos y entonces ya era Jeanne Moreau en 2006, o alrededores, inquieta porque se hac¨ªa larga la cola hasta el avi¨®n que la devolv¨ªa, en silencio, sola, de Mil¨¢n a Par¨ªs. El transe¨²nte que la segu¨ªa en la fila se le acerc¨® un mil¨ªmetro y ella lo mir¨® con la alargada indiferencia con la que las actrices de larga duraci¨®n le explican a sus compa?eros de reparto que les atienden solo porque lo manda el guion. El viajero le explic¨® entonces, en ese segundo que se parec¨ªa a los segundos de Rudyard Kipling, lo mismo que le dijo Juan Rulfo al mexicano Jos¨¦ Luis Cuevas muchos a?os antes, en el aeropuerto atormentado de la Ciudad de M¨¦xico:
-?Le importa que le lleve su maleta?
Durante quince minutos, hasta la escalerilla, aquella mujer sigui¨® caminando con las manos libres, seria, incluso circunspecta, bell¨ªsima, su boca hacia abajo como si viniera de una pesadilla sin tiempo. Ligera de equipaje en esos instantes. No se sabe qu¨¦ llevaba en la maleta, pero pesaba como el aire de su rostro.
Babelia
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