Se fue la belleza, la inteligencia, la seducci¨®n
Al morir Jeanne Moreau no solo desaparece una int¨¦rprete excepcional, sino tambi¨¦n una mujer irrepetible
Hay tres actrices francesas en las que, dando por obvios y transparentes su talento, su profundidad emocional, su capacidad para encarnar a distintos personajes manteniendo siempre su inconfundible personalidad, un permanente magnetismo, una belleza intensa, lo que las mantiene para siempre en mi recuerdo es que me enamoraron. Y aunque su paso por la tierra fuera longevo o tr¨¢gicamente acortado, nunca las imagino ni j¨®venes ni viejas. Para m¨ª, su imagen est¨¢ asociada entre la treintena y la cuarentena. Una es Simone Signoret. O sea, la inteligencia, la clase, la sabidur¨ªa sobre esa cosa tan compleja llamada vida. La segunda es Romy Schneider, mujer entre las mujeres, hermosa hasta el escalofr¨ªo, sin huellas de la ingenua emperatriz Sissi a medida que la existencia se iba ensa?ando con ella. La tercera es Jeanne Moreau. Ha muerto con 89 a?os, pero no puedo ni quiero imaginarla anciana, estuviera l¨²cida o devastada. Y mi amor es a perpetuidad. Me basta con la memoria o con colocar un DVD o un Blu-ray en el reproductor.
Esta se?ora biling¨¹e (voz elegantemente nasal, modulada sin afectaci¨®n, capaz de expresar m¨²ltiples estados de ¨¢nimo, y no s¨¦ si me gusta m¨¢s hablando franc¨¦s o ingl¨¦s), due?a de una de las bocas m¨¢s sensuales que han existido, maestra en el arte de sonre¨ªr, enojarse, o coquetear simult¨¢neamente con esos labios y su fant¨¢stica mirada, desprendiendo sin ning¨²n esfuerzo autentica seducci¨®n, mujer fatal de la que te quedas colgado aun intuyendo la factura que tendr¨¢s que pagar, igual de veraz en drama que en comedia sofisticada, misteriosa e inquietante siempre, carnal y et¨¦rea, rebosando estilo en cada gesto y en cada movimiento, fue requerida para encarnar sus obsesiones por los autores m¨¢s prestigiosos del cine europeo y tambi¨¦n ejerci¨® de musa para inc¨®modos directores norteamericanos obligados por Hollywood al vagabundeo internacional, artistas bendecidos frecuentemente por el estado de gracia como Orson Welles o Joseph Losey, uno de los tipos que mejor han retratado la eterna lucha de clases, de forma penetrante, creando desasosiego. Y sospecho que adem¨¢s de expresar mod¨¦licamente lo que tanto director distinguido quer¨ªa contar, la fascinante dama, pr¨®diga en amantes y maridos, debi¨® de arrebatar el coraz¨®n y la piel de algunos de ellos, de los hombres que amaban a las mujeres.
Por mi parte, no necesitaba observar la firma de la gente que dirig¨ªa a Jeanne Moreau para pagar la entrada en cualquier pel¨ªcula donde apareciera ella, protagoniz¨¢ndolas o como secundaria de lujo. Por ejemplo, me parec¨ªa insoportable el cine del beatificado Antonioni, de aquel fatigoso monarca de la intelectual incomunicaci¨®n (?o de la nada?), pero vuelvo a ella de vez en cuando solo por observarla a Moreau y de paso al gran Marcello Mastroianni. Pero siempre disfruto con una de las historias de amor m¨¢s tristes y l¨ªricas que se han narrado, la de los ¨ªntimos amigos Jules y Jim enamorados de la misma se?ora, viviendo cada uno de ellos durante un tiempo los d¨ªas de vino y rosas y la posterior desolaci¨®n. ?Y c¨®mo olvidar a esta peligrosa dama a las ordenes de Luis Bu?uel en la p¨¦rfida Diario de un camarera, dinamitando la falsa moral burguesa, haci¨¦ndose desear por todo cristo, aflorando la mierda?
Est¨¢n desapareciendo mitos justificadamente legendarios (descanse en paz, se?or Sam Shepard, lo ten¨ªa usted todo, inteligencia, hombr¨ªa, sensibilidad, actuaba bien, escrib¨ªa mejor, tuvo una existencia intensamente vivida, volver¨¦ a zambullirme despu¨¦s de mucho tiempo en su precioso libro Cr¨®nicas de motel) y no les encuentro reemplazo entre las ¨²ltimas generaciones. Kirk Douglas todav¨ªa anda por ah¨ª despu¨¦s de cumplir los cien. Y quiero pensar que el gran Sean Connery, aunque no volvamos a disfrutar de ¨¦l en una pantalla, todav¨ªa es capaz de jugar a su amado golf y ser razonablemente feliz. Creo que Meryl Streep es una actriz inmensa, pero nunca he podido enamorarme de ella. Al morir Jeanne Moreau no solo desaparece una int¨¦rprete excepcional, alguien que apasionaba a la c¨¢mara y a los espectadores, sino tambi¨¦n una mujer irrepetible. Pod¨ªas admirarla pero tambi¨¦n so?arla. Que suerte la de los hombres con los que estableci¨® mutua seducci¨®n.
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