Los ¡®hippies¡¯ dieron paso a las tecnol¨®gicas
San Francisco celebra el 50 aniversario del estallido del movimiento de la contracultura
Mary Riley y su gemela Frances eran entonces dos ni?as de Palo Alto, uno de los pueblos que rodean San Francisco. Su muy liberal educaci¨®n ten¨ªa una profesora adicional, improvisada e inesperada. De cuando en cuando, aparec¨ªa una cantante local, Joan Baez, y sacaba a los cr¨ªos de clase para cantar bajo un ¨¢rbol con su guitarra. Eran tiempos de cambio, era lo que se viv¨ªa en la zona tras el Verano del Amor. Su madre, que muri¨® el pasado verano, era una maestra de su colegio, el Peninsula School, hoy centenario y todav¨ªa innovador. Ella les hizo vivir, siendo ni?as, un verano que marc¨® su vida.
Hace 50 a?os el cruce entre las calles Haight y Ashbury cobr¨® un significado diferente. Hoy es uno de los puntos tur¨ªsticos obligados. Entonces, el lugar de concentraci¨®n de m¨¢s de 75.000 activistas del amor libre, el consumo de drogas con fin recreativo y la paz. En la orilla del Pac¨ªfico, estaban ya hartos de ver llegar ata¨²des de Vietnam. Ah¨ª empez¨® el movimiento de protesta, de contracultura, de cr¨ªtica contra una incipiente sociedad de consumo.
Y comenz¨® a sonar de manera constante una canci¨®n, de The Mamas and the Papas, ¡°San Francisco (Be sure to wear flowers in your hair)¡±. Se estren¨® el 13 de mayo, en julio lleg¨® al n¨²mero cuatro en Billboard. Todo el pa¨ªs supo que en la ciudad de la Bah¨ªa comenzaban los aires de cambio.
Ha pasado medio siglo y la ciudad mantiene el trazado, el escenario y un buen pu?ado de hippies que viven por voluntad propia repartidos entre Buena Vista Park y el Golden Gate Park, pero la esencia no es la misma salvo en peque?os c¨ªrculos, como los de las hermanas Riley. En las diferentes oleadas tecnol¨®gicas, la ciudad ha ido cambiando y perdiendo esta esencia. Mary y Frances son rara avis, dos animales de colecci¨®n. Extra?as aut¨®ctonas en un mundo invadido por los yupis del .com y las aplicaciones m¨®viles. La primera gestiona una colecci¨®n de cine, celuloide, en blanco y negro, que par¨® el reloj en los a?os cuarenta. La otra forma parte del departamento de antropolog¨ªa de Berkeley. Apenas viven a 30 kil¨®metros del lugar donde nacieron, pero San Francisco, su San Francisco en la memoria que se fragu¨® en aquel verano ya no se parece tanto.
La nueva fiebre del oro ha ido empa?ando el recuerdo en casi toda la urbe, salvo en el cruce de calles donde empez¨® todo. Ah¨ª, en una tienda de ropa de segunda mano, Love on Haight, solo suena Grateful Dead, otro mito local. A pocos metros, Amoeba, una tienda de discos vive un nuevo revivir con el auge del vinilo. Cada tarde, en el escenario de esta nave act¨²a un grupo del barrio. En el segundo piso un consultorio dispensa cannabis previa compra de licencia. En una puerta peque?ita un m¨¦dico pasa consulta para comprobar que s¨ª, que en efecto, el paciente necesita relajarse y calmar el dolor. Una f¨®rmula legal para poder comprar y consumir marihuana en California.
Hasta el 20 de agosto, el Museo De Young ofrece una exposici¨®n especial, conmemorativa del evento. Los turistas compran camisetas y libros de fotos, con el ¨¢nimo de llevar consigo un recuerdo de juventud.
Para sorpresa de todos los que han pasado por San Francisco en los meses de junio, julio o agosto, en 1967 se dio una extra?a circunstancia. No hizo fr¨ªo. Fue un verano relativamente c¨¢lido.
Con montones de estudiantes sin renovar la matr¨ªcula para el nuevo curso y algunos muertos por sobredosis, llegado el oto?o, decidieron poner fin al sue?o con un funeral. El 6 de octubre, en el parque Buena Vista, al ponerse el sol, celebraron la muerte del hippie. Y la vuelta a la relativa normalidad de San Francisco.
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