Instagrameables o el asalto de las im¨¢genes
Las redes sociales dictan nuevas reglas en el arte y crean inesperadas jerarqu¨ªas. ?No est¨¢n acaso ya algunas obras pensadas para hacerse virales en Internet?
La noticia salta a YouTube y se hace viral entre un tutorial de maquillaje para gatos, una cantante que lo peta en la Red, una operaci¨®n en Singapur con t¨¦cnicas no invasivas o una charla TED sobre sostenibilidad. Se hace viral incluso entre los que no se hab¨ªan enterado del incidente y entre aquellos a los cuales no puede importarles menos el asunto. El mundo de YouTube funciona como una paradoja digna del mejor Warhol: miras sin pesta?ear algo y luego piensas lo absurdo que era y el tiempo que has perdido vi¨¦ndolo. Es lo fascinante de las im¨¢genes que se amontonan, se solapan, se contradicen y se anulan en Internet, Instagram, Snapchat y las redes sociales en general: no hay jerarqu¨ªas. Ese es su peor defecto y su mayor seducci¨®n. Cualquiera de nosotros puede ser h¨¦roe por un d¨ªa ¡ªlo predijo Bowie¡ª.
La abundancia de im¨¢genes sin aparente jerarqu¨ªa es el signo de estos tiempos que han explotado el uso de lo visual hasta el paroxismo, llevando el fen¨®meno a l¨ªmites impensados, convirtiendo el mundo completo en una sucesi¨®n imparable de im¨¢genes que nos sacuden a media noche, en el cine, en el avi¨®n, en el tanatorio llorando a un ser querido, en la mesa de operaciones si la anestesia es epidural.
Son, adem¨¢s, unas im¨¢genes que exigen urgencia, igual que las redes sociales: dentro de un minuto es ya tarde. Se dir¨ªa que vivimos en una realidad gobernada por la tiran¨ªa de las im¨¢genes: si no est¨¢n, se buscan o se crean. Es un pozo sin fondo que ha transformado las antiguas reglas del juego y no s¨®lo por la infinitud e inmediatez de esas im¨¢genes, sino tambi¨¦n porque exasperan las propias reglas del poder, desde la modernidad instaladas en torno a las im¨¢genes.
Lo planteaba el historiador franc¨¦s Serge Gruzinski, ya en 1990, en su libro La guerra de las im¨¢genes. De Crist¨®bal Col¨®n a ¡®Blade Runner¡¯. Las im¨¢genes de la colonia, mezcladas, mestizas, hilo para contaminaciones y aculturaciones de esos ¡°consumidores de im¨¢genes¡± que abr¨ªan el aqu¨ª y all¨ª, ahora y entonces, eran para Gruzinski un modo preglobal de asomarse a la realidad. Las im¨¢genes nos asaltan virales.
?Es verdad todo lo que vemos en las im¨¢genes o son las im¨¢genes deliciosamente enga?osas, incluso m¨¢s enga?osas cuanto menos manipuladas est¨¦n en apariencia?
Nos asaltaron el julio pasado desde una instalaci¨®n en el espacio expositivo 14th Factory (Los ?ngeles). Una visitante entusiasta de los selfies perd¨ªa el equilibrio, se ca¨ªa tratando de tomarse la consabida foto y se llevaba por delante una serie de piezas colocadas sobre pedestales. El v¨ªdeo de seguridad, indiscreto, registraba lo ocurrido y alguien lo colgaba, m¨¢s por rutina que como advertencia. Al ¨¦xito del relato visual contribu¨ªa el valor del estropicio: 200.000 d¨®lares hechos a?icos, explicaba el artista Simon Birch, quien hab¨ªa reunido para la ocasi¨®n los trabajos de 20 creadores. En todo caso, aclaraba, no iban a emprender acciones legales para pedir un resarcimiento: al ser una instituci¨®n sin ¨¢nimo de lucro no dispon¨ªan de fondos para enfrentarse a una demanda.
La historia no era ninguna novedad. No hac¨ªa tanto, un pobre ni?o ¡ªrefresco en mano¡ª tropezaba y se hac¨ªa viral al caerse encima de un bodeg¨®n en un museo asi¨¢tico. Tambi¨¦n en este caso el seguro se encarg¨® de la restauraci¨®n de la pieza, ya que en un mundo de multitudes son cosas que pasan. Hasta se dir¨ªa que parece raro que no haya m¨¢s sustos, teniendo en cuenta todos los instagramers que reculan sin tregua frente a las obras de arte para buscar el mejor ¨¢ngulo.
?C¨®mo resistir a la tentaci¨®n de hacerse un selfie en instalaciones como las calabazas con lunares de la japonesa Yayoi Kusama de la galer¨ªa Victoria Miro el pasado verano en Londres? ?No est¨¢n estas obras envolventes y efectistas pensadas un poco para eso, para crear deseo, un nuevo s¨ªndrome de Stendhal, una in¨¦?dita suerte de aturdimiento y una inesperada ansiedad por hacerse la foto y colgarla?
De cualquier modo, la pol¨¦mica estaba servida en Los ?ngeles. Siempre hay pol¨¦mica cuando una imagen se hace viral. Desde las redes sociales algunos apuntaban a una sospecha: ?y si hubiera sido una estrategia de la galer¨ªa para atraer m¨¢s visitantes antes de cerrar la muestra? ?Es verdad todo lo que vemos en las im¨¢genes o son las im¨¢genes deliciosamente enga?osas, incluso m¨¢s enga?osas cuanto menos manipuladas est¨¦n en apariencia, im¨¢genes de un v¨ªdeo de vigilancia? ?Importa acaso que las im¨¢genes nos enga?en o forma esto acaso parte del juego?
Las sospechas no parecen infundadas si se tienen en cuenta las relaciones que casas de subastas tan prestigiosas como Sotheby¡¯s o Christie¡¯s han establecido con Instagram, al usar este medio como una f¨®rmula m¨¢s de mercado. No hace mucho, un objeto de Faberg¨¦ de plata y esmalte se vendi¨® 10 veces por encima del valor de salida gracias a su circulaci¨®n en Instagram. Los compradores, sobre todo los m¨¢s j¨®venes, acceden ahora al mundo a trav¨¦s de esa red social y el negocio del arte lo sabe. Y lo explota.
Casas de subastas tan prestigiosas como Sotheby¡¯s o Christies¡¯s usan sus cuentas de Instagram como una f¨®rmula m¨¢s de mercado
Desde las casas de subastas cuentan c¨®mo los clientes llaman para preguntar por una obra concreta que han visto en Instagram, y que adquiere un valor a?adido como lo fuera el anterior propietario, o algunas de esas cuestiones que revest¨ªan a la pieza de lo que se podr¨ªa llamar ¡°credibilidad¡±. Dicho de otro modo, una cuenta prestigiosa de Instagram ¡ªcon muchos seguidores¡ª es ahora el lugar donde se establece la nueva ¡°distinci¨®n¡± para el mundo del arte ¡ªpor usar el viejo t¨¦rmino de Bourdieu¡ª.
Parece que a¨²n es pronto para cuantificar el impacto real en las ventas, salvo en casos muy anecd¨®ticos como el basquiat colgado en Instagram por el marchante Brett Gorvy ¡ªcontaba Bloomberg News¡ª, que no tard¨® en recibir ofertas que multiplicaban el precio estimado. Aun as¨ª, parece que Instagram dicta las nuevas reglas y hasta crea unas inu?sitadas e inesperadas jerarqu¨ªas.
Si es verdad que Instagram es un nuevo lugar para la promoci¨®n del arte, no parece menos cierto que desde hace tiempo ha sido capaz de crear indiscutibles jerarqu¨ªas. Haciendo un repaso por algunos de los instagramers m¨¢s influyentes del mundo del arte, Galerie Magazine publicaba hace pocas semanas las 10 cuentas de Instagram que ning¨²n amante del arte deber¨ªa perderse. Desde Jerry Salta, cr¨ªtico de arte del New York Magazine, una celebridad gracias a su cuenta de Instagram, hasta The Public Art Fund de Nueva York, una organizaci¨®n enfocada a la promoci¨®n de arte en los espacios p¨²blicos de la ciudad, pasando por el comisario de la Serpentine Hans-Ulrich Obrist, Rujeko Hockley del Whitney o el propio Brett Gorvy, esta lista de nuevos gur¨²s de Instagram dejaba claro c¨®mo, pase lo que pase, siempre hay clases.
La guerra de Gruzinski se ha convertido, as¨ª, en un acoso que nos hace pensar en las maravillosas cartas sobre C¨¦zanne escritas por Rilke, en las cuales contaba emocionado c¨®mo alguien le hab¨ªa prestado por unos d¨ªas una carpeta con reproducciones de Van Gogh ¡ªun tesoro¡ª. Las preocupaciones de Fred Ritchin en In Our Own Image. The Coming Revolution in Photography, publicado en 1990 ¡ªla manipulaci¨®n de las im¨¢genes en el ordenador¡ª, han dejado de ser trending topic y la conocida foto de Malraux rodeado por las reproducciones de obras de arte en su Museo sin paredes hace pensar en una especie de instagramer avant la lettre que intuy¨® c¨®mo en el futuro lo importante no ser¨ªa la imagen que se publicara, sino desde d¨®nde se difundiera.
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