Hoteles contra la rutina
Habitaciones lujosas e inmundas, historias de amor y muerte... Un libro re¨²ne 30 relatos de la vida itinerante
Hoteles, pensiones o moteles en mitad de la nada son consustanciales a la novela desde hace siglos. Envuelven la acci¨®n, alimentan la intriga. Miles de personajes no tendr¨ªan sin ese techo un lugar donde refugiarse, ni aventuras que correr, ni soledad bastante, ni quiz¨¢ secretos, ni un para¨ªso o un infierno al que descender. El hotel aporta lo que el escritor argentino Eduardo Berti denomina ¡°territorio favorable¡±, en el que tienen lugar los ¡°indispensables encuentros¡± de una trama. Los hoteles son s¨ªmbolo de refugio, enigma, hogar, huida, infidelidad o crimen. En un hotel de Ru¨¢n, Emma Bovary y Leon Dupuis se dejan llevar en una electrizante aventura. Rodion Raskolnikov, en uno de los gestos culminantes de la novela rusa Crimen y castigo, mata a su casera en la pensi¨®n donde le alquila un cuarto inmundo. Hospedado en un hotel de playa, Seymour Glass saca una pistola de la maleta mientras su novia duerme y nos deja helados. Junta Larsen llega un d¨ªa a la Santa Mar¨ªa de Onetti e ingresa en el hotel Berna, donde se bebe y conspira. Gustav von Aschenbach se aloja en el Hotel des Bains a punto de enamorarse y morir en Venecia. Hoteles, hoteles y m¨¢s hoteles.
El hotel es un complot contra la vida rutinaria, y ¡°epicentro y unidad de lugar para un mosaico narrativo¡±, y puede decirse que ¡°cada escritor hace de su hotel un emblema personal¡±, afirma Berti a prop¨®sito de Vidas de hotel, volumen publicado en la editorial Adriana Hidalgo, donde se recoge una treintena de relatos ambientados en hoteles. Henry James, Maupassant, Julio Cort¨¢zar, Dino Buzzati, Ricardo Piglia, Katherine Mansfield, James Joyce, Somerset Maugham, Roald Dahl, Ch¨¦jov o Scott Fitzgerald son algunos de sus autores.
Berti hace coincidir el esplendor de los hoteles modernos, pensados para viajeros acomodados, con la publicaci¨®n en 1878 de El hotel encantado, de Wilkie Collins. A partir de entonces la narrativa ya no se detendr¨ªa, llen¨¢ndose de hoteles de todas las clases. El marinero Billy Bones, y el cofre en el que porta el mapa del tesoro, se hospeda en la vulgar posada del almirante Benbow. Marcel Proust se inventa un lujoso Gran Hotel al pie de la playa de Balbec, en Normand¨ªa. ¡°En la apacible costa de la Riviera francesa, a mitad de camino aproximadamente entre Marsella y la frontera con Italia, se alza orgulloso un gran hotel de color rosado¡±, as¨ª comienza Suave es la noche, de Scott Fitzgerald, que convierte el H?tel des ?trangers y la ¡°brillante alfombra tostada que era su playa¡± en el enclave desde el que ahondar en la clase alta estadounidense y la ca¨ªda de uno de sus triunfadores.
Joseph Roth condensa en las plantas del Savoy a una sociedad entera. En La habitaci¨®n diecinueve, Doris Lessing retrata a un ama de casa harta de su familia, que cada d¨ªa se hospeda durante dos horas en un hotelito de Londres. En los hoteles en los que se registran los personajes de Tambi¨¦n esto pasar¨¢, de Milena Busquets, se bebe, se hace el amor y se abandona a los amantes, como ocurrir¨ªa en un hogar com¨²n. Celeste 65, la nueva novela de Jos¨¦ C. Vales, transcurre durante los a?os sesenta en el Hotel Negresco, de Niza, en un ambiente pop y glamuroso. Stephen King, que en las vacaciones de 1974 se hosped¨® en el hotel Stanley (Colorado), aprovech¨® esa experiencia para a?os despu¨¦s imaginar el hotel Overlook y en torno a ¨¦l escribir El resplandor.
Piglia sosten¨ªa que ¡°vivir en un hotel es el mejor modo de no caer en la ilusi¨®n de ¡®tener¡¯ una vida personal, de no tener, quiero decir, nada personal para contar, salvo los rastros de los otros¡±. En 1969, ante la BBC, ya se pronunciaba as¨ª Vlad¨ªmir Nabokov, que en Lolita sit¨²a la primera relaci¨®n entre Humbert Humbert y la joven protagonista en el hotel El cazador encantado. El escritor de origen ruso residi¨® parte de su vida en hoteles, al considerar: ¡°Simplifica las cuestiones postales, elimina el estorbo de la propiedad privada, me fortalece en mi h¨¢bito favorito, el h¨¢bito de la libertad¡±.
A veces, un hotel es el destino, en la acepci¨®n de fuerza desconocida, del que no puede escaparse. Le pasa al protagonista de Hotel Atl¨¢ntico, de Jo?o Gilberto Noll, que apenas se registra encuentra un cad¨¢ver en la escalera, y nada vuelve a ser igual. No es una novela policiaca pero con un inicio as¨ª podr¨ªa haberlo sido. Determinados g¨¦neros, como la novela negra o las historias de esp¨ªas, ¡°parecen llevarse mejor con ciertos ¨¢mbitos¡±, se?ala Berti. Escritores como George Simenon y Agatha Christie, o Graham Greene y John Le Carr¨¦, supieron dotar a los hoteles de la atm¨®sfera en la que empujar al l¨ªmite la intriga y los secretos. Pero decir secretos es hablar de Gerald Foos, el due?o de un peque?o motel de Denver que espiaba a sus hu¨¦spedes, y que conocimos gracias a uno de los reportajes m¨¢s pol¨¦micos de Gay Talese.
Emil Cioran anot¨® en sus Cuadernos: "Desde hace 25 a?os vivo en hoteles. Entra?a una ventaja: no est¨¢s fijo en ninguna parte, no te apegas a nada, llevas una vida de transe¨²nte". En ellos, a veces los problemas se disfrazan de tranquilidad, como en Gato bajo la lluvia, de Ernest Hemingway, que a primera vista parece un cuento sobre una pareja reci¨¦n casada, se supone que feliz, alojada en un hotel italiano con vistas al mar. En un d¨ªa desapacible, mirando a trav¨¦s de la ventana de su habitaci¨®n, la esposa se encapricha de un gato bajo la lluvia. Cuando el relato finaliza, el lector comienza a advertir la soledad que siente la mujer en compa?¨ªa de su joven marido, y la suposici¨®n de felicidad se tambalea. La vida inesperada acecha en otros cuentos de Hemingway, caso de Los asesinos, donde Ole Andreson lleva una vida apacible en la pensi¨®n Hirsch cuando aparecen en el pueblo dos forasteros dispuestos a matarlo, sin que se sepa nunca la raz¨®n.
Planeta imaginario
Algunos cr¨ªticos creen que el cuento La espera, de Jorge Luis Borges es una respuesta al de Hemingway. Un hombre llamado Villari llega a una posada y se encierra en su habitaci¨®n huyendo de otro hombre, tambi¨¦n llamado Villari, que lo busca para matarlo. Encerrado en su habitaci¨®n sue?a una y otra vez con que los criminales que lo persiguen ¡ªy cuyos motivos tambi¨¦n aqu¨ª son ignorados¡ª lo encuentran. Aunque quiz¨¢ no haya hotel m¨¢s celebre en la obra de Borges que el hotel de Adrogu¨¦, donde se encuentra un tomo de una extra?a enciclopedia que habla de la existencia de un planeta imaginario, llamado Tl?n, al que la tierra se acabar¨¢ pareciendo. Menos especulativos, pero tambi¨¦n fascinantes, son los hoteles de otro escritor argentino como Julio Cort¨¢zar. Abundan los hoteles en Rayuela.
La primera vez que la Maga y Oliveira hicieron el amor fue en uno de la rue Valette, un d¨ªa de llovizna que ¡°andaban por ah¨ª vagando y par¨¢ndose en los portales¡± de Par¨ªs. Uno de los instantes m¨¢s disparatados de Los autonautas de la cosmopista se produce la primera noche que Cort¨¢zar y Carol Dunlop tienen ocasi¨®n de dormir en un motel de la autopista entre Par¨ªs y Marsella. Felices de haber encontrado habitaci¨®n, tras demasiadas noches durmiendo en su Volkswagen Combi, buscaron dos botellitas de whisky. Julio prob¨® el suyo y supo ¡°que hab¨ªa ca¨ªdo en una vieja, repetida trampa¡±, urdida por un antiguo hu¨¦sped que bebi¨® el whisky y rellen¨® la botella con su orina, para no pagarlo. Cort¨¢zar se enjuag¨® la boca y abri¨® una botellita de Martini, mientras deseaba que el autor de la broma ¡°se estrellara en cualquier lugar de la autopista¡±.[¡].
Como en su propia casa, o mejor
Los hoteles forman parte de la obra, pero tambi¨¦n de la vida de muchos escritores. Cort¨¢zar escribi¨® Rayuela durante una larga estancia en una habitaci¨®n del hotel Esmeralda, en la rue Saint Julien-le-Pauvre. En 1951, tambi¨¦n en Par¨ªs, apareci¨® por el hotel La Louisiane el escritor egipcio Albert Cossery, y all¨ª se qued¨® hasta su muerte, en 2008. Escrib¨ªa no m¨¢s de dos frases a la semana, y sobreviv¨ªa gracias a una modesta suma que le enviaba la editorial Gallimard, as¨ª como de intercambiar cuadros que le regalaban sus amigos artistas. Por los pasillos y el hall de aquel hotel vio pasar a Miles Davis, Chet Baker, Albert Camus, Simone de Beauvoir, Sartre o Keith Haring. El escritor chileno Andr¨¦s Felipe Solano cuenta que Quentin Tarantino, tambi¨¦n hu¨¦sped habitual, "se inspir¨® en los angostos corredores y las alfombras vino tinto y crema de este hotel para iluminar un par de escenas de Pulp Fiction".
El idilio entre Par¨ªs y los escritores hizo del Lutetia un punto habitual de encuentro. ¡°Dif¨ªcil, sino imposible, que un escritor de paso no termine tomando algo en la siempre majestuosa cafeter¨ªa del hotel¡±, recuerda Berti. Rilke, en 1913; Andr¨¦ Gide en 1921; Nina Berberova, en 1926, o James Joyce, en 1939, acompa?ado por Samuel Beckett, que le ayud¨® a transportar decenas de libros, escogieron el Lutetia ¡°como refugio para el descanso o la inspiraci¨®n¡±.
Algunos de los hoteles m¨¢s prestigiosos del mundo lo son porque entre sus hu¨¦spedes han tenido a escritores y artistas. Es el caso del Chelsea o el Algonquin de Nueva York. La leyenda del primero se inici¨® con Mark Twain y continu¨® con Dylan Thomas, Sherwood Anderson, Arthur Miller, Gore Vidal, Thomas Wolfe, Arthur C. Clarke, Tennessee Williams, Ginsberg, Burroughs, Peggy Biderman o Bukowski. Apuntalaron su leyenda Jimi Hendrix, Janis Joplin, Leonard Cohen o Cartier-Bresson. En ciertos casos, como los de Dylan Thomas o Wolfe, el hotel dispuso su nombre en una placa. Brendan Behan, que se encerr¨® en una de sus habitaciones para escribir sus mejores p¨¢ginas sobre la ciudad, se?ala en Mi Nueva York: "Elogiar la maravillosa obra de Dylan Thomas ser¨ªa una impertinencia, aunque debo decir que queda oscurecida por sus aventuras en el terreno de la bebida, si es que uno quiere llamar aventura a la bebida. Sin embargo, el Chelsea le trata como a un gran artista, y yo espero que el Sr. Bard, el propietario, y su hijo Stanley [¡]reserven un espacio en la placa para m¨ª".
El Algonquin, menos agitado, tuvo una fuerte presencia femenina, con visitantes como Gertrude Stein, Marion Anderson, Simone de Beauvoir o Dorothy Parker. El Ritz de Par¨ªs, al que Scott Fitzgerald o Hemingway otorgaron categor¨ªa de hogar, es otro de los m¨¢s c¨¦lebres, junto al Roma de Tur¨ªn, que acogi¨® a Salgari, Primo Levi, Italo Calvino o Cesare Pavese, quien en 1950 se suicid¨® en la habitaci¨®n 346.
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