De X a X
Jos¨¦ Bergam¨ªn y yo fuimos siempre grandes amigos. De X a X. Dios y el diablo. Andr¨¦ Malraux dec¨ªa: "El realmente cat¨®lico es Alberti, y el comunista, Bergam¨ªn". O sea, que yo era Dios, y ¨¦l, el Diablo. ?Qui¨¦n puede saber si esto ha sido verdad!Supe de su muerte muy tarde. Me enter¨¦ despu¨¦s de pasados m¨¢s de tres d¨ªas. Estaba yo en Sicilia. Bajaba aquella noche del Etna, de una de sus laderas achicharradas por la lava volc¨¢nica. Cascotes, piedras inmensas, todo negro, rodante, resbaladizo. Descenso peligroso entre la dens¨ªsima niebla que se hab¨ªa levantado de s¨²bito, precipitando la entrada de la noche. Yo ven¨ªa de recitar en aquellos solitarios espacios:
Su aliento, humo, sus relinchos, fuego,
si bien su freno espumas...
Una octava real de la F¨¢bula de Polifemo y Galatea, para un breve film sobre el c¨ªclope ojanco mitol¨®gico y la bella ninfa hija de Nereo, homenaje a don Luis de G¨®ngora, que prepara la isla de Sicilia en honor del poeta cordob¨¦s, creador del m¨¢s genial poema de entre todos los que narran la furiosa ternura del temible gigante enamorado. Y me acord¨¦ inmediatamente de Jos¨¦ Bergam¨ªn en Sevilla, en compa?¨ªa de Jorge Guill¨¦n, D¨¢maso Alonso, Gerardo Diego, Garc¨ªa Lorca y yo. Era en el mes de mayo de 1927. Fecha del tercer centenario de la muerte de don Luis. De ese acto conmemorativo iba a nacer el nombre de generaci¨®n o, como ya se ha establecido definitivamente, Grupo del 27, al que yo, con m¨¢s o menos complacencia hoy, pertenezco. All¨ª Bergam¨ªn, junto a las de D¨¢maso Alonso, pronunci¨® nuevas palabras, juicios agudos, punzadores, para el hasta entonces vilipendiado poeta de las Soledades y el Polifemo, poemas de los que Garc¨ªa Lorca y yo recitamos al alim¨®n algunas de sus laber¨ªnticas silvas y fulgurantes octavas, arrancadoras de sorprendentes aplausos en aquella sala del Ateneo de Sevilla.
Ya Bergam¨ªn hab¨ªa publicado entonces El cohete y la estrella, Enemigo que huye y Tres escenas en ¨¢ngulo recto, anticipando en estas tres obras todas las particularidades, ingeniosas complicaciones, torturas, rel¨¢mpagos y enrevesamientos de su estilo.
Yo lo ve¨ªa casi todas las ma?anas, bien en su casa o por las calles y paseos de Madrid. Su voz ven¨ªa como de una ca?a distante, del silbido de un junco playero o, quiz¨¢, como el aire de las quenas bolivianas, del afilado tubo de alg¨²n hueso acusador de su esqueleto. La verdad es que me ha sacudido su muerte, despu¨¦s de su salto desde la sierra onubense de Aracena al Pa¨ªs Vasco, adonde quiso exiliarse y en el que ha exhalado su ¨²ltimo suspiro.
Amigo fidel¨ªsimo, como enemigo peligroso, m¨¢s tarde, lo ve¨ªa y no lo ve¨ªa. Pero casi siempre me llegaban noticias de sus insuperables faenas valerosas, ya en su peregrinaje por Par¨ªs, Venezuela, M¨¦xico, Madrid, el Uruguay. Cuando yo estaba en la Argentina, ¨¦l se encontraba en Montevideo, en donde nos ve¨ªamos con frecuencia, ya que el Gobierno peronista nunca lo dej¨® entrar en Buenos Aires. Coincidi¨® en Montevideo con la visita al R¨ªo de la Plata de Juan Ram¨®n Jim¨¦nez, su admirad¨ªsimo poeta y amigo de otros d¨ªas. Juan Ram¨®n, antes de nuestra guerra, se hab¨ªa peleado con ¨¦l por cosas, casi siempre arbitrarias e injustas, que el andaluz universal sol¨ªa provocar entre sus m¨¢s adictos amigos. Bergam¨ªn me dijo que estaba dispuesto a verlo. Pero Juan Ram¨®n me hizo decir a Bergam¨ªn que si estaba dispuesto a retractarse de todo, public¨¢ndolo antes en alg¨²n peri¨®dico, lo recibir¨ªa. Se lo comuniqu¨¦ as¨ª a Bergam¨ªn, quien, entre divertido y molesto, me dijo que ¨¦l no ten¨ªa que retractarse de nada. Y lo mand¨® definitivamente a paseo.
Despu¨¦s de su regreso a Espa?a y de ser expulsado pocos a?os m¨¢s tarde por el ministro de Propaganda, Manuel Fraga Iribarne, se refugi¨® en Par¨ªs, en donde, con la ayuda de Malraux, vivi¨® hasta su regreso definitivo a Espa?a, en 1970. All¨ª en Par¨ªs lo sol¨ªa ver escribiendo en el Caf¨¦ Flore, alguna vez en compa?¨ªa de algunos pintores espa?oles.
Una de las veces que tuve m¨¢s relaci¨®n con Bergam¨ªn, pero de car¨¢cter epistolar, fue -¨¦l ya de nuevo en Madrid y yo todav¨ªa en Roma- antes de la muerte de Franco, desde el 10 de mayo de 1971 hasta el mes de julio de 1972. Nos escribimos cartas poem¨¢ticas, en verso, con toda clase de m¨¦trica. Cartas de nostalgia, de tristeza y desconsuelo a veces, sat¨ªricas, divertidas, mordaces, pensando en esa Espa?a que ansi¨¢bamos y no llegaba nunca, perplejos ante la inc¨®gnita de la monarqu¨ªa que el r¨¦gimen franquista estaba preparando. De X a X, firm¨¢bamos aquel epistolario l¨ªrico, en el que sobre todo reluc¨ªa nuestra amistad durante m¨¢s de medio siglo. As¨ª lo dec¨ªa Bergam¨ªn en una de aquellas ep¨ªstolas:
Equis soy... Equis eres... Equis fuimos...
Y somos de repente dos equis juntas como el siglo XX.
Jos¨¦ Bergam¨ªn ha muerto como perdido, lejano, pero ejemplarmente, ¨ªntegro, en su fe, en su desilusi¨®n de tantas cosas, admirado, pero conocido, para lo extraordinario que era, no tanto como merec¨ªa; discriminado, marginado, como personaje molesto, con el que para muchos no era muy grato tropezarse.
Ahora, antes de terminar estos breves pasajes de nuestra amistad, quiero recordarlo en la plaza de toros de Jerez, viendo torear a un torero por ¨¦l muy ensalzado, y en la presentaci¨®n de un nuevo Ebro suyo, La m¨²sica callada del toreo, para el que yo le escrib¨ª un soneto. All¨ª est¨¢bamos -primero, presenciando la corrida, con la princesa de Orleans, -admiradora de Bergam¨ªn-, el doctor Jos¨¦ Luis Barros, Jos¨¦ Manuel Caballo Bonald y el editor Manuel rroyo. ?Cu¨¢ntos toros se acordar¨¢n ahora de Bergam¨ªn y cu¨¢ntos toreros todav¨ªa le brindir¨ªan a su muerte el ¨²ltimo toro de la tarde!
De Bergam¨ªn no puede despedirse uno dici¨¦ndole: Descanse en paz, ya que a ¨¦l, en esa postura de descanso pac¨ªfico, no lo podemos imaginar nunca. Si ha llegado a las puertas del infierno, en el que cre¨ªa, tal vez se haya encontrado con su amigo Luis Bu?uel, otro creyente de las llams eternas. Pero a Bergam¨ªn, con la voz baja que ten¨ªa, no lo habr¨¢n escuchado los diablos y la entrada no le habr¨¢ sido posible. Y puede ser que tampoco haya sido escuchado en la porter¨ªa del cielo. ?Qu¨¦ har¨¢ entonces Bergam¨ªn? ?Por d¨®nde andar¨¢? ?Qu¨¦ espacios habr¨¢ elegido, peregrino maravilloso, siempre errante, en busca de una patria que le d¨¦ asilo verdadero y lo comprenda?
De X a X. Quiero enviarle ahora, como despedida, un raro trabalengua andaluz que nos repet¨ªamos casi siempre que nos encontr¨¢bamos:
Do?a D¨ªrriga, D¨¢rriga, D¨®rriga, trompa pit¨¢rriga,
tiene unos guantes de pellejo de Z¨ªrriga, Z¨¢rriga, Z¨®rriga,
trompa pit¨¢rriga, le vienen grandes.
Grande le viene todav¨ªa a muchos la obra peregrina de este extra?o poeta y pensador que, entre ikurri?as y oraciones en vasco, ha sido enterrado en tierra vasca en el cementerio guipuzcoano de Fuenterrab¨ªa.
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