El oto?o de la matriarca
Hopkins se aplica en filmar el trabajo de Keaton y Gleeson con reverencial respeto acad¨¦mico
Si hay un subg¨¦nero cinematogr¨¢fico que en los ¨²ltimos tiempos haya visto elevada exponencialmente su presencia en las salas espa?olas ¨¦se es el de las comedias dram¨¢ticas oto?ales de trasfondo rom¨¢ntico. Pel¨ªculas destinadas, en principio, al p¨²blico femenino (por desgracia, no se ven pandillas de jubilados haciendo cola en los cines, y s¨ª de mujeres) y que, con acierto o yerro, se asientan en relatos con los que ese espectador objetivo pueda identificarse: de corte sentimental, leve cr¨ªtica social, apuntes de autoayuda de g¨¦nero y escenarios con los que so?ar. Unos requisitos que cumple con cierta dignidad la pel¨ªcula brit¨¢nica Una cita en el parque, ambientada en una bell¨ªsima Londres, y dirigida por el experto en la materia Joel Hopkins, autor de Nunca es tarde para enamorarse (2008).
UNA CITA EN EL PARQUE
Direcci¨®n: Joel Hopkins.
Int¨¦rpretes: Diane Keaton, Brendan Gleeson, Lesley Manville, Alistair Petrie.
G¨¦nero: comedia/drama. R U, 2017.
Duraci¨®n: 102 minutos.
El matonismo inmobiliario, la convivencia vecinal, la necesidad de encontrar una distracci¨®n apasionada y personal a una edad en la que cada minuto cae como una losa si el tedio gana la batalla, la relativa importancia del dinero, y el calmoso enfoque de una existencia en la que quiz¨¢ hubo tiempos mejores, pero en la que con seguridad hubo tiempos peores, son los subtextos que se van apuntando en el guion de Robert Festinger, fundamentalmente c¨®mico pero con ramalazos dram¨¢ticos.
Sin embargo, el tratamiento de Festinger prefiere la pluma al aguij¨®n: dirige sus m¨¢s aceradas punzadas cr¨ªticas contra el mundo exterior que envuelve a la pareja protagonista, los formidables Diane Keaton y Brendan Gleeson, sobre todo contra una burgues¨ªa malvada y quejumbrosa pese a su privilegiada situaci¨®n, pero nunca incide en los aspectos m¨¢s personales, sobrevolando los temas m¨¢s peligrosos para sus presumibles espectadores, y sin entrar demasiado en sus recovecos m¨¢s complejos. De hecho, se le escapa vivo uno de los subtextos m¨¢s interesantes de la funci¨®n: la reflexi¨®n sobre ciertas mujeres que parecen vivir la vida de sus maridos, y no la propia, con exquisito gozo exterior.
Consciente de que el aspecto art¨ªstico que m¨¢s calidad posee en la producci¨®n es el interpretativo, Hopkins se aplica en filmar el trabajo de Keaton y Gleeson con reverencial respeto acad¨¦mico, pero, a cambio, es el principal responsable de haber dado v¨ªa libre a una espantosa banda sonora de Stephen Warbeck, con apenas un tema de piano que se reitera hasta la extenuaci¨®n y se pega como el algod¨®n dulce que, en muchos aspectos, la pel¨ªcula no llega a ser.
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