Serenata para Noriega
El dictador paname?o fue sometido a una guerra psicol¨®gica con m¨²sica a todo volumen hasta que se rindi¨®
Imaginen: en medio de una ciudad tropical, el estruendo de m¨²sica enlatada. No era un sound systemal estilo jamaicano: sonaba rock estridente que sal¨ªa de veh¨ªculos blindados. Sus altavoces ¡ªy las armas de los soldados¡ª apuntaban al edificio de la Nunciatura en Panam¨¢.
D¨ªas antes, 20.000 soldados estadounidenses hab¨ªan invadido el pa¨ªs. A sangre y fuego, arrasaron instalaciones militares y barrios populares. La mayor¨ªa de los miles de muertos fueron civiles; incluso ciudadanos que hu¨ªan en coches eran aplastados por carros de combate. Liquidaron tambi¨¦n a testigos como Juantxu Rodr¨ªguez, que acompa?aba a Maruja Torres como fot¨®grafo de EL PA?S.
Todas las amenazas del dictador Manuel Noriega se revelaron bald¨ªas. Sus fuerzas especiales, los Machos del Monte, apenas lucharon unas horas. Noriega se refugi¨® en la Embajada del Vaticano. Chantaje¨® al nuncio, el vasco Jos¨¦ Sebasti¨¢n Laboa: ¡°Si no me ofrece asilo, ordenar¨¦ una guerra de guerrillas¡±.
As¨ª fue como Noriega se encontr¨® compartiendo techo con cuatro miembros de ETA, un narco, un banquero corrupto y varios funcionarios del r¨¦gimen derrocado. A punto estuvieron de ser evacuados a la fuerza: algunos mandos estadounidenses prefer¨ªan atrapar al bicho sin dilaciones. Otros oficiales, cat¨®licos sensatos, lograron impedirlo: Juan Pablo II dif¨ªcilmente lo hubiera perdonado.
Y salt¨® la ¡°idea genial¡±: abrumar al general con m¨²sica a toda mecha, adobada con burlas e invitaciones a rendirse. Los locutores de la Armed Forces Radio se lo pasaron en grande, hablando de t¨² a t¨² con el enemigo.
El acoso sonoro se profesionaliz¨® con los expertos de psyops, operaciones psicol¨®gicas. Aumentaron los vatios y la playlist de discos amenazadores, desde invitaciones a huir (Born to Run, de Springsteen) a lemas del Salvaje Oeste (Wanted Dead or Alive, de Bon Jovi). Para consternaci¨®n de The Clash, repet¨ªan su versi¨®n de I Fought the Law. La letra parec¨ªa resignada ¡ª¡°Luch¨¦ contra la ley / y la ley gan¨®¡±¡ª pero, insist¨ªa Joe Strummer, se concibi¨® como una llamada a la rebeli¨®n. Daba igual: los uniformados sumaron todas las canciones que hablaban de violencia, muerte, venganza, poder.
Sin problemas para dormir
Por ah¨ª se col¨® The Power, de Snap!, un disco alem¨¢n que anticipaba el actual modus operandi del pop. Una creaci¨®n tipo Dr. Frankenstein, que saqueaba grabaciones de rap y house. Todav¨ªa no hab¨ªa estallado el (farisaico) esc¨¢ndalo Milli Vanilli y nadie detect¨® que eran diferentes los protagonistas del disco y los del v¨ªdeo. Aunque seg¨²n The Power acumulaba ventas millonarias se reemplazaron fragmentos robados, se buscaron arreglos extrajudiciales: muchos a?os despu¨¦s, la opulenta Jocelyn Brown todav¨ªa pleiteaba con la multinacional Ariola. En Panam¨¢, sin embargo, aquella voz triunfal supon¨ªa un alivio frente a tanta testosterona suelta. Tiempo para amargas reflexiones: efectivamente, el rock era la m¨²sica del ej¨¦rcito imperial.
?Pero result¨® efectivo? Los decibelios fueron una pesadilla para los residentes en la Nunciatura, incluso para los periodistas que aguardaban el desenlace en el cercano Holiday Inn. No afect¨® a Noriega: ¨¦l mismo era un h¨¢bil practicante de todas las variedades de la guerra psicol¨®gica. Aparte, hablaba poco ingl¨¦s: ignor¨® los mensajes que le dirig¨ªan. Habituado a la violencia, no ten¨ªa problemas para dormir. Fueron las artes sibilinas de monse?or Laboa las que desgastaron su empecinamiento. La diplomacia vaticana pes¨® m¨¢s que los abundantes embrujos de magia negra empleados por Noriega. Minutos despu¨¦s de su entrega, cuando fue esposado y empujado al helic¨®ptero, comprendi¨® que las promesas de ser tratado ¡°con dignidad¡± ya no val¨ªan
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.