El problema con las cr¨ªticas
Lejos de estimular e iluminar, la cr¨ªtica musical tiende ahora al ditirambo sistem¨¢tico
Apunten otra v¨ªctima a la lista de ca¨ªdos en El Tiempo Que Nos Ha Tocado Vivir: la cr¨ªtica musical. No ha desaparecido, todo lo contrario: se ha multiplicado hasta el infinito. Pero pasan cosas raras: hoy apenas hay cr¨ªticas negativas. O los m¨²sicos han ascendido a un fabuloso nivel de creatividad o la cr¨ªtica no est¨¢ cont¨¢ndonos (toda) la verdad.
No ocurre igual en otras parcelas, puntualizo. Encuentras cr¨ªticas peleonas de libros, pel¨ªculas, series televisivas y, por todos los santos, incluso de videojuegos. Es la m¨²sica pop la que parece condenada a los Mundos de Yupi.
Me refiero a las cr¨ªticas de ¨¢lbumes, f¨ªsicos o digitales; las de conciertos tienen otros condicionantes. Repasen cualquier p¨¢gina de cr¨ªticas. F¨ªjense en las puntuaciones, sean guarismos, estrellas u otra ingeniosidad: tiran hacia arriba, hacia el estrato de obra maestra. En los textos abundan las hip¨¦rboles: cualquier cantautor es un cruce de Serrat con Nacho Vegas, cualquier lanzamiento levemente psicod¨¦lico es la mezcla de Sgt. Pepper¡¯s con Are you experienced?
Entendemos los motivos. Ser generoso, extremadamente generoso, es buena pol¨ªtica. Te garantiza el afecto de artistas, disqueros y, atenci¨®n, seguidores. No se reconoce pero los cr¨ªticos vivimos con el aliento de los fans en el cogote: un desliz y, zasca, te pueden amargar la vida mediante las redes sociales.
Adem¨¢s, las reglas del buenismo imperante sugieren no gastar energ¨ªas en cr¨ªticas negativas. Tiene guasa: precisamente ahora, que hay una inflaci¨®n de rese?as (¡°Amazon quiere tu opini¨®n¡±), te pretenden disuadir de romper la unanimidad. Han estragado tanto el paladar que ya no reconocen entre aciertos y pinchazos. Por no hablar del S¨ªndrome Radiohead (en Espa?a, ser¨ªa el S¨ªndrome Planetas): todo lo que firman determinados artistas es inapelablemente genial.
Quiz¨¢s estemos ante uno m¨¢s de los efectos de la Rebeli¨®n de los Noventa, cuando los ne¨®fitos, tanto m¨²sicos como oyentes, impugnaron los valores dominantes. Decidieron que el gusto era subjetivo y relativo. Que no hab¨ªa diferencias entre la Obra de Arte y el Placer Culpable (obligados a elegir, prefer¨ªan una canci¨®n de Abba a toda la discograf¨ªa de Pink Floyd). Muchos reivindicaron el artificio, lo pl¨¢stico, la vulgaridad frente a la experiencia vivida, la reelaboraci¨®n, la complicidad.
Ese narcisismo generacional le ven¨ªa perfecto a la industria de la m¨²sica: eliminaba fronteras entre arte y entretenimiento, reduc¨ªa la m¨²sica a un producto m¨¢s. Ciertamente lo es, un objeto de consumo m¨¢s, pero el aplanamiento de categor¨ªas trae consecuencias. Sin criterios est¨¦ticos, no hay herramientas para la cr¨ªtica.
En general, el cr¨ªtico prefiere ser querido. Dedicarse a la funci¨®n tradicional de descubrir artistas, crear nichos, inventar movimientos. Aunque eso puede significar predicar exclusivamente a los convertidos, vivir en bucle. Ventaja: as¨ª no se notan las carencias en cultura musical.
Actualmente, tampoco hay gran necesidad de cr¨ªtica. Algunos artistas prefieren puentearla: sacan discos sin avisar ya que tienen acceso directo al n¨²cleo duro de incondicionales. Estos, con frecuencia, escuchan la m¨²sica de sus favoritos antes que los cr¨ªticos. No importa lo que puedan decir los profesionales¡excepto si disienten de su amor total.
No niego el valor de las percepciones de los fans. Su feedback puede ser enriquecedor, aunque habitualmente se manifieste como tiro al blanco, perd¨®n, al hereje. Requisito esencial para ejercer este oficio es desarrollar piel de rinoceronte; hasta cinco cent¨ªmetros de epidermis tienen las bestias, qu¨¦ envidia.
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