Defender la cordura
No soy equidistante. No es equidistancia reclamar que las calles sean de todos. No lo es advertir de que todos perdemos con este gran desgarro
Nunca hemos vivido d¨ªas as¨ª. Tenemos miedo a mirar las noticias en el tel¨¦fono m¨®vil y abrimos con alarma el correo electr¨®nico. Ponemos la radio con urgencia y con aprensi¨®n, con la certeza de que vamos a recibir un sobresalto. Leemos art¨ªculos y escuchamos voces buscando informaci¨®n, o algo de tranquilidad, o respiro, o esperanza, y rara vez encontramos algo que no sea desolador, o alarmante, o fatigoso de tan repetido. Desde los tiempos de nuestra juventud no ha sido tan incierto el futuro inmediato. Nuestros hijos viven ahora en primera persona incertidumbres semejantes a las que nosotros les hemos contado: cuando nuestra vida entera depend¨ªa de lo que pasara o no pasara al d¨ªa siguiente, esa misma noche, al cabo de unas horas.
Vamos por una ciudad alemana soleada y festiva en la ma?ana del domingo 1 de octubre y sacamos a cada momento el tel¨¦fono del bolsillo, aquejados por una especie de enfermedad secreta que a nuestro alrededor nadie comparte, que a nadie le importa. Las desgracias de otros son im¨¢genes r¨¢pidas y truculentas que se repiten en bucle en los canales internacionales de noticias. Nos da miedo mirar las pantallas en los lugares p¨²blicos, en los mostradores silenciosos del aeropuerto. Como en los peores d¨ªas de la amenaza golpista, o la del terrorismo, nos sabemos a merced de fuerzas virulentas y sin ning¨²n escr¨²pulo que aspiran a la irrupci¨®n de lo peor, a la espoleta de lo irreparable y de lo irreversible. Estamos a merced de la estupidez, del fanatismo, de la ceguera, del desbordamiento del odio, de las consecuencias imprevisibles y casi siempre desastrosas de la frivolidad, la tonter¨ªa, del fervor de las ebriedades colectivas. Un puro golpe de azar, alguien que pierda el control, un accidente, puede desatar el incendio en un ambiente que se parece a lo que los qu¨ªmicos llaman, sin met¨¢fora alguna, una atm¨®sfera explosiva. Lo m¨¢s grave no son las palabras, ni las grandes visiones panor¨¢micas de multitudes con banderas, el espect¨¢culo siempre alentador y gratuito de los sue?os, o los delirios. Lo grave es siempre el da?o a las personas concretas, a los m¨¢s fr¨¢giles, a los que est¨¢n solos o en minor¨ªa, los que no tienen la culpa de nada. Lo m¨¢s grave es cuando la ideolog¨ªa se convierte en pretexto para la agresi¨®n contra el que no puede defenderse. Lo concreto es lo ¨²nico real. Las cosas no suceden: le suceden a alguien. No es l¨ªcito apalear a una persona indefensa. Es una crueldad inmunda se?alar a un ni?o en una escuela enfrente de sus compa?eros porque su padre es guardia civil. No se puede acosar a un futbolista y pedir su expulsi¨®n y llamarlo extranjero con una xenofobia cobarde y sim¨¦trica a los que gritan insultos id¨¦nticos desde el otro lado, esgrimiendo banderas en apariencia hostiles entre s¨ª pero id¨¦nticas en su utilidad como armas arrojadizas.
Aqu¨ª solo ganan los pescadores en r¨ªo revuelto, los corruptos que se mimetizan en el barullo de las banderas,
Hay que parar. Es urgente una tregua. A cualquier precio hay que recobrar la cordura, o al menos dejar en suspenso tanta vehemencia. No conozco a nadie razonable que no tenga miedo estos d¨ªas, que no sienta v¨¦rtigo, abatimiento, amargura. Solo a los exaltados les complace esta escalada que no sabemos en qu¨¦ concluir¨¢ si seguimos as¨ª, pero que ya est¨¢ dando sus resultados desastrosos. Las personas a las que conozco y con las que hablo estos d¨ªas tienen ideas y aspiraciones muy distintas, y a veces en apariencia irreconciliables, pero est¨¢n unidas, estamos, por este com¨²n abatimiento que ya no es solo pol¨ªtico, porque invade hasta lo m¨¢s rec¨®ndito de nuestras vidas privadas. Era desolador ver a la gente que aclamaba a los polic¨ªas y guardias civiles que iban a viajar a Catalu?a al grito b¨¢rbaro de ¡°?A por ellos!¡±. Da miedo esa consigna gritada ahora en Catalu?a, ¡°Las calles siempre ser¨¢n nuestras¡±. Provoca el mismo escalofr¨ªo que aquel exabrupto de Manuel Fraga cuando era ministro de Gobernaci¨®n: ¡°La calle es m¨ªa¡±.
No soy equidistante. No es equidistancia reclamar que las calles sean de todos. No lo es darse cuenta y advertir de que todos vamos a salir perdiendo con este gran desgarro. Ya estamos perdiendo. Ya est¨¢ cayendo el valor de los ahorros en los bancos m¨¢s sometidos a la incertidumbre. Ya se han abierto heridas y se han agrandado sin necesidad zonas de fractura que ahora son abismos y que habr¨ªan podido aliviarse con un poco de buen sentido y buena voluntad. Aqu¨ª solo ganan los pescadores en r¨ªo revuelto, los corruptos que se mimetizan en el barullo de las banderas, los partidarios de sustituir el sistema democr¨¢tico por tiran¨ªas populistas, de ahogar las libertades personales en el pantano de las unanimidades colectivas, los alentadores de una vana intransigencia espa?ola que a estas alturas, aparte de da?ina, es rid¨ªcula, aunque acabe dando algunos votos.
Pero nada de esto es importante ahora mismo. Ahora lo urgente, lo imprescindible, no es pertrecharse cada uno en sus convicciones, por muy de sentido com¨²n que le parezcan, por muy cargado de raz¨®n que se crea. A estas alturas lo m¨¢s probable en esta confusi¨®n es que solo escuchemos ecos de nuestras propias voces que nos confirmen in¨²tilmente lo que ya pens¨¢bamos. Lo urgente es establecer, improvisar, un espacio de concordia, por precario que sea, empezando por el logro m¨ªnimo de esforzarse uno mismo en no decir nada o hacer nada que pueda agravar el encono. Si algo hay de sobra son incendiarios voluntariosos. Salvo los m¨¢s cerriles o los m¨¢s iluminados, todos sabemos, cada uno en el grado distinto y leg¨ªtimo de sus diferencias, que aqu¨ª no va a haber una victoria que no sea una derrota com¨²n. Pueden cambiarse las leyes pol¨ªticas, pero no la ley de la gravedad. Puede cambiar el trazado de las fronteras, pero no la geograf¨ªa. Estamos tan cerca y estamos tan mezclados desde hace tanto tiempo que hasta con la separaci¨®n m¨¢s belicosa no dejaremos de estar juntos, de hacer negocios, de comprar y vender cosas, de tener amigos, socios, lazos familiares. De modo que en alg¨²n momento, los que mandan, los que nos han arrastrado hasta aqu¨ª, tendr¨¢n que sentarse y tendr¨¢n que alcanzar acuerdos. Los alemanes y los franceses lo hicieron despu¨¦s de m¨¢s de un siglo de guerras cada vez m¨¢s espantosas y as¨ª dieron origen a la Uni¨®n Europea que ahora nos ampara a todos. Alfredo P¨¦rez Rubalcaba public¨® hace unos d¨ªas en estas p¨¢ginas un art¨ªculo lleno de sensatez y claridad que es tambi¨¦n una propuesta pr¨¢ctica de concordia. Lo peor solo es inevitable cuando ya ha sucedido. Y que nadie se enga?e: lo peor para los unos no traer¨¢ lo mejor para los otros. Hay veces que una calamidad com¨²n vuelve irrisorias las diferencias al principio menores que la desataron. Despu¨¦s de cada desastre y cada horror de la historia, las partes implicadas no tienen m¨¢s remedio que sentarse sombr¨ªamente a negociar. No entiendo c¨®mo puede no ser preferible hacerlo antes de que el desastre suceda.
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