De la mano de Feste
El perfume, la atm¨®sfera, los colores son los que vuelven de una funci¨®n teatral
Feste, el buf¨®n de Noche de reyes, oscuro y sacudido por rel¨¢mpagos de rara chanza, es una criatura id¨®nea para los tiempos que corren. Su himno, jocoso y melanc¨®lico (o l¨²cido, a secas) oscila entre la alarma y la sorpresa, entre el eh y el oh. ¡°R¨ªa de hoy la alegr¨ªa, que el ma?ana no es seguro¡±, canta este dios menor, viejo como el tiempo, al que Bergman imaginaba sosteniendo una vela en la cabeza, luchando contra el viento y la lluvia que no paran de golpear, desde los comienzos del mundo.
En Girona volv¨ª a encontrarme con Igor Yasulovich, el Feste de la compa?¨ªa rusa de Declan Donnellan. De camino a Temporada Alta ca¨ª en la cuenta de que ya le conoc¨ªa, a ¨¦l y a sus hermanos, como un sue?o que se olvida y vuelve con fulgor inesperado. Lo hab¨ªa olvidado, como olvid¨¦ otras cosas de aquel maldito mes de julio de 2008, cuando estuve ¡°seriamente embromado de salud¡±, como dir¨ªa Piglia, y necesitaba los sue?os para apartar las malas noticias de la realidad.
Hab¨ªa visto el espect¨¢culo entonces, en el Mar¨ªa Guerrero, tan parecido al Municipal de Girona y viceversa: lugares espejeantes, con su aroma antiguo (Je Reviens) y su terciopelo escarlata. Ambos tienen algo de espacio on¨ªrico, no en vano Pasqual levant¨® en ellos el teatro bajo la arena celeste de Lorca, entre pista de circo y kafkiano teatro de Oklahoma. La otra noche pens¨¦ en los telones en rojo, blanco, oro y azul de El p¨²blico al ver de nuevo las telas verticales de Nick Ormerod, primero sombr¨ªas y luego color vainilla, a juego con los trajes de lino y sombreros de paja de un verano imposible, el verano en que so?¨¦ y al que quise escapar.
?Qu¨¦ vuelve de una funci¨®n, qu¨¦ vuelve de un sue?o? El perfume. La atm¨®sfera. Los colores, las gradaciones de la luz. Una o dos escenas, no siempre las que parec¨ªan oficialmente memorables. Y, con suerte, sus habitantes: depende de la sangre. Hubo suerte y hubo sangre: hab¨ªan pasado casi diez a?os y all¨ª segu¨ªan Igor y sus hermanos.
Recordaba con nitidez la caja blanca, la luz fam¨¦lica sobre la noche de borrachera de Feste, sir Toby y sir Andrew, y la intensa ambig¨¹edad de la condesa Olivia de Alexei Dadonov, tan cercana a la Rosalinda de Adrian Lester, y sobre todo la escena de Feste cantando ante el duque Orsino y sus h¨²sares casi chejovianos, una canci¨®n trist¨ªsima pero en clave de bossa. Feste fumaba un cigarrillo con gran elegancia, y tocaba el ukelele, y ah¨ª volvi¨® a detenerse el tiempo (o a cerrarse en bucle), porque Igor Yasulovich me record¨® de nuevo a Archie Rice, el viejo entertainer de Osborne, y a Ren¨¦ Meinthe, ¡°la reina de los belgas¡± de Villa Triste, de Modiano. Y en ese momento sonre¨ª, porque cre¨ª recibir el mensaje de Feste, y le envi¨¦ este otro: ¡°S¨ª, estamos vivos, hermano. Brindemos. Y sigamos cantando nuestra canci¨®n mientras tratamos de sostener la vela¡±.
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