Trump: cadena de calamidades
El autor de ¡®El D¨ªa de la Independencia¡¯ ajusta cuentas con Donald Trump, ese ¡°payaso¡± que nunca cre¨ªamos que fuese a gobernar
Tener de presidente a Donald Trump se parece mucho a dejar que tus hijos anden por ah¨ª con malas compa?¨ªas (siendo tus hijos, en esta analog¨ªa, los votantes norteamericanos). Los ni?os, sometidos a una influencia corruptora, acabar¨¢n casi con certeza haciendo algo realmente malo, y puede que irreparable, y acaso hasta lleguen a arruinar su vida. Pero lo pernicioso de verdad es el riesgo subyacente, por poco verificable que esto pueda resultar de modo inmediato. El problema es que, a ellos, tanto lo que est¨¢ mal como el hecho de hacerlo llegar¨¢ a parecerles normal, aceptable, incluso bueno. Y, dado tal aunamiento de lo bueno y lo malo, perder¨¢n el norte, y echar¨¢n por la borda para siempre su br¨²jula moral.
Evaluar los cambios malos que el presidente Trump ha llevado a cabo hasta ahora de forma notoria en Estados Unidos y en el mundo es ¡ªen cierto sentido¡ª una tarea f¨¢cil. En 10 meses escasos, ha vuelto a abocar al pa¨ªs a un cauce que acabar¨¢ por destruir el medio ambiente planetario; ha buscado y hecho causa com¨²n con los xen¨®fobos violentos y los racistas fan¨¢ticos (y cretinos); ha tratado ¡ªy fracasado, de momento¡ª de privar de la asistencia sanitaria m¨¢s vital a millones de norteamericanos que la necesitan; ha reducido la amenaza nuclear a un juego de mesa entre unos ricos incompetentes e in¨²tiles; ha mentido compulsivamente sobre pr¨¢cticamente toda gesti¨®n gubernamental ordinaria. Y al hacer todo esto ha desdibujado la frontera existente entre lo que ha sucedido y lo que no ¡ªese c¨¢lculo precioso en virtud del cual la ciudadan¨ªa mantiene su equilibrio¡ª.
M¨¢s all¨¢ de tales agresiones, Trump no ceja en su amenaza de despojar a las mujeres del Gobierno de su cuerpo; ha abanderado el desconocimiento de nuestra Constituci¨®n en lugar de su comprensi¨®n, con la consiguiente perversi¨®n de las salvaguardas de la Constituci¨®n contra 1) la denegaci¨®n de la protecci¨®n igualitaria y del habeas corpus; 2) la instauraci¨®n de una teocracia; 3) la imposici¨®n de castigos crueles e inusuales a los ciudadanos m¨¢s d¨¦biles. (No hago m¨¢s que apuntar unos cuantos ejemplos). Adem¨¢s ¡ªen su habitual modo bravuc¨®n¡ª insulta y denigra regularmente a nuestro pu?ado de genuinos h¨¦roes militares; se mofa de los descubrimientos cient¨ªficos cuando los resultados se le antojan inconvenientes; y ha llenado caprichosamente su Gabinete de colaboradores incompetentes y de t¨ªteres de la industria deseosos de gestionar el gobierno como si fuera un negocio.
El presidente Trump se jacta una y otra vez de que el balance del primer a?o de ¡°logros¡± de su mandato no tiene parang¨®n en ninguno de sus 44 predecesores. Y, remedando el modo sesgadamente malicioso que le es propio, esta podr¨ªa ser la ¨²nica aseveraci¨®n veraz que haya hecho en toda su vida. Como he dicho anteriormente, la parte verificable del legado de Trump es f¨¢cil de deslindar.
Tal vez no se haga patente tras la fachada del ultranacionalismo, pero Estados Unidos es una naci¨®n preocupada por redefinirse
?ste es, por cierto, el significado de ¡°gestionar el gobierno como si fuera un negocio¡± ¡ªel aria de pol¨ªticas p¨²blicas preferida de los republicanos: en primer lugar, tratar a los ciudadanos-contribuyentes como accionistas an¨®nimos e infantiles a quienes ha de ment¨ªrseles; luego, personalizar el liderazgo de forma que todo aquello que es ¡°bueno¡± para el consejero delegado sea autom¨¢ticamente bueno para el pa¨ªs; despu¨¦s, hacer que la ¨²nica meta consista en ganar, sin que importe qui¨¦n (aparte de ti) gane o pierda; por ¨²ltimo, proclamarte infalible por el hecho de ser rico¡ª. Y cuando te cansas de todo este tinglado declaras tu ¡°sociedad an¨®nima¡± (es decir, nuestro pa¨ªs) en bancarrota, descuentas las p¨¦rdidas de tus impuestos y de tu ¡°memoria a corto t¨¦rmino¡±, y a los que se quedan cargando con el muerto los motejas de perdedores dignos de l¨¢stima. Este modelo de negocio a modo de filosof¨ªa pol¨ªtica es lo que podr¨ªamos denominar ¡°mercantilizaci¨®n¡± de la democracia norteamericana.
Desde que Donald Trump es nuestro presidente he perdido mucho de mi inter¨¦s de siempre por lo que sucede en Estados Unidos. Leo los peri¨®dicos con menos detenimiento. Veo las noticias de la noche sin prestar demasiada atenci¨®n. La cadena de calamidades que se enumeran se me antoja excesiva para poder asimilarla. Y un poco incre¨ªble. La realidad se ha vuelto realidad. Como en la televisi¨®n. ¡°?Cu¨¢nto opio impregna toda cat¨¢strofe!¡±, escribi¨® Emerson. ¡°Esta nos parece amenazadora cuando nos acercamos a ella, pero al final no nos topamos con ninguna fricci¨®n ¨¢spera, rugosa, sino con superficies de lo m¨¢s resbaladizas y deslizantes. Y nos extraviamos en un pensamiento¡±. Aunque este pensamiento ¡ªcat¨¢strofe¡ª no acapara por completo nuestra atenci¨®n, como cabr¨ªa suponer.
Desde que es nuestro presidente he perdido mucho de mi inter¨¦s de siempre por lo que sucede en Estados Unidos. Leo los peri¨®dicos con menos detenimiento.
No es culpa de nadie sino de cada cual, por supuesto; la misma culpa que ha llevado a mi pa¨ªs a este desastre hace un a?o: la tranquilizante desatenci¨®n surgida de la cl¨¢sica garant¨ªa liberal de que la raz¨®n est¨¢ de nuestro lado, de que los payasos no pueden ser presidentes. Pues claro que pueden serlo. Ya hemos puesto a uno en ese puesto ¡ªuno que anda brincando y haciendo payasadas y fechor¨ªas¡ª.
Los norteamericanos siempre han mostrado una actitud desinformada y poco atenta respecto del Gobierno ¡ªen especial del federal¡ª. Hasta el m¨¢s progresista quiere que el Gobierno sea poco menos que invisible y no se interponga en su camino ¡ªaunque tal deseo no se haga extensivo necesariamente a los dem¨¢s, ya que los dem¨¢s est¨¢n siempre equivocados en todo y necesitan ser objeto de estrecha vigilancia¡ª. La vida, la libertad, la b¨²squeda irreflexiva de la felicidad¡, todo ello nos lo brinda ya nuestra Declaraci¨®n de Independencia, ?no? As¨ª que h¨¢gase usted a un lado, por favor, para que yo pueda reivindicar la m¨ªa. Resulta que los progresistas no difieren tanto de los derechistas en lo que se refiere al Gobierno de la naci¨®n. No hacemos ning¨²n caso a las realidades diferentes.
El presidente Trump ha hecho que nuestra despreocupaci¨®n cong¨¦nita respecto del Gobierno se vuelva m¨¢s peligrosa que nunca al pintarlo todo con las m¨¢s chillonas de las mentiras: gan¨® el voto popular (bueno, no¡, en realidad, no); va a proporcionar la mejor asistencia sanitaria de nuestra historia (no exactamente); el fraude electoral campa por sus respetos en nuestro pa¨ªs (al parecer no es cierto); Donad Trump es ¡°realmente inteligente¡± (s¨®lo que no act¨²a como si lo fuera: act¨²a como una especie de orate). Ah, oh, por cierto, el cambio clim¨¢tico es un camelo, a la clase media le ir¨¢ de perlas con la nueva ley tributaria, los musulmanes odian a los norteamericanos y Obama naci¨® en Kenia. Tales mentiras, en el tipo de persona a quien van dirigidas, anulan la curiosidad en lugar de estimularla. Y al parecer nosotros somos ese tipo de persona.
Pronto tendremos que preguntarnos si alguna de estas locuras tiene siquiera importancia. Parece que los norteamericanos pasamos por una dura fase ¡°cuesta arriba¡± en nuestro gr¨¢fico democr¨¢tico, y en este trance esperamos aprender si tal cosa importa y de qu¨¦ manera. Como si alguien fuera a dec¨ªrnoslo. Y alguien lo har¨¢, por supuesto. Todo esto parec¨ªa importar cuando Obama era presidente: la probidad, la dignidad, el reconocimiento de la falibilidad humana, la b¨²squeda de la verdad, no ¡°agarrar las partes ¨ªntimas¡± de las mujeres. Pero si todo ello contaba tanto, ?c¨®mo diablos es posible que un par de segundos despu¨¦s sucediera lo que ha sucedido? Quiz¨¢ no importe realmente que el presidente sea alguien que diga mentiras pueriles, un tipo delirante, inepto, mezquino, cruel e incluso accidentalmente traidor. Quiz¨¢ tras la m¨¢scara de la presidencia no hay nada en absoluto. En cuyo caso, ?a qui¨¦n le importa qui¨¦n la lleve? Que hagan pasar a los payasos.
Tal vez no se haga siempre patente tras la fachada del ultranacionalismo, pero Estados Unidos es una naci¨®n preocupada por la redefinici¨®n de s¨ª misma. Esto podr¨ªa interpretarse como la manifestaci¨®n de un optimismo regenerador y proteico ¡ªuna fuerza que no ceja¡ª. Pero tambi¨¦n podr¨ªa delatar una inseguridad respecto de qui¨¦nes somos y cu¨¢nto nos gustamos a nosotros y los unos a los otros (no demasiado, al parecer). Nuestra vasta y diversa geograf¨ªa nos llevar¨ªa a pensar en lo poco probable que es que exista una identidad nacional coherente. Todos esos Estados activamente conflictivos, todo ese flujo continuo de emigrantes que entran en el pa¨ªs de forma casi inadvertida. M¨¢s: nuestra historia inc¨®moda y deseosa de no hacerse notar en aras de cualesquiera novedades y relumbres. Cuanto m¨¢s compleja se hace la vida en Estados Unidos, m¨¢s nos tienta nuestra naturaleza descuidada a ¡°extraviarnos blandamente en un pensamiento¡±, y mayor es la amenaza de que las declaraciones f¨¢ciles, falsas y medrosamente idealizadas de un demagogo lleguen a integrarse en nuestra languidez nacional. De forma que un d¨ªa, al igual que esos chiquillos ignorantes cuyos padres les permiten andar con malas compa?¨ªas, empezaremos a no reconocer la verdad aun cuando la tengamos delante de los ojos, y nos extraviaremos totalmente.
Traducci¨®n de Jes¨²s Zulaika.
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