El ocaso de la guitarra el¨¦ctrica
Descienden las ventas del instrumento m¨¢s identificado con el rock.

Se trata de una informaci¨®n tan explosiva que ni siquiera te permiten ver los n¨²meros, ¡°vivimos de esto y estamos preocupados¡±. Te ofrecen un resumen verbal que viene a decir: el declive de las guitarras el¨¦ctricas parece imparable. Nadie habla de su propia cuenta de resultados pero s¨ª sobre las desdichas de la competencia. Sumando confidencias, descubres que los fabricantes punteros, tipo Gibson o Fender, est¨¢n liquidando propiedades, en n¨²meros rojos o con beneficios min¨²sculos. La mayor cadena mundial de tiendas, Guitar Center, chapotea en el pantano de los bonos basura.
En Estados Unidos, al menos localizas algunas cifras. En la pasada d¨¦cada, vend¨ªan mill¨®n y medio de guitarras el¨¦ctricas al a?o; en 2016, apenas se super¨® el mill¨®n de instrumentos despachados. El descalabro se disimul¨® con un repunte en el consumo de guitarras ac¨²sticas; lo llaman el Efecto Taylor Swift ya que son chicas j¨®venes las principales compradoras.
Puede que todo se pueda explicar en t¨¦rminos demogr¨¢ficos. En los a?os de vacas gordas, la producci¨®n estuvo orientada hacia los baby boomers, especialmente aquellos que se pod¨ªan permitir caprichos. Recordar¨¢n aquel cap¨ªtulo de Breaking bad donde Elliott, el amigo rico de Walter White, recibe entre sus regalos de cumplea?os una Fender Stratocaster firmada por Eric Clapton. Por no hablar de la Gibson SG customizada por la joyer¨ªa Coronet con oro y diamantes hasta justificar una tasaci¨®n de, ejem, dos millones de d¨®lares.
Extravagancias, desde luego, pero sintom¨¢ticas de un marketing desquiciado: tras su adquisici¨®n por el inversor Henry Juszkiewicz, Gibson dispar¨® sus precios rumbo a la estratosfera, con prestaciones no solicitadas como G Force, un afinador autom¨¢tico.
Ten¨ªa su l¨®gica, sin embargo. Buena parte de las guitarras de gama alta son adquiridas por novatos que, con un confortable estatus econ¨®mico y tiempo libre, quieren imitar a sus ¨ªdolos. Pero, ay, cuando se ha hecho un seguimiento, han descubierto que estos fans se rinden a los pocos meses y no se convierten en los clientes deseados, esos que compran diversos modelos a lo largo de su existencia. Al menos, Fender hace esfuerzos para avivar la llama de la ilusi¨®n, con el programa Play: lecciones online que prometen ¡°tocar una canci¨®n tras unos minutos de aprendizaje¡±.
Puede que esos planes de expansi¨®n en el mercado del amateur estuvieran condenados por los efectos de la crisis de 2008, que obligaron a apretar muchos cinturones, incluyendo los de profesionales de las seis cuerdas. Conviene recordar que estamos viendo los resultados de un mercado saturado, donde la oferta supera a la demanda: el desplazamiento de las f¨¢bricas a Asia est¨¢ facilitando la aparici¨®n de guitarras decentes a precios muy reducidos (junto a mucha chatarra, obviamente).
Y de fondo, la implantaci¨®n del nuevo paradigma en la elaboraci¨®n de m¨²sica: con los estudios caseros y las maravillas del software, resulta m¨¢s inmediatamente gratificante crear sonidos digitales que embarcarse en el duro amaestramiento de un instrumento.
Ah¨ª nos duele. Para muchos integrantes de la generaci¨®n milenial, puede que no haya incentivo en el aprendizaje de un instrumento convencional; los llamados dioses de la guitarra pertenecen al pante¨®n de sus mayores. Hace poco, durante una clase universitaria, record¨¦ la teor¨ªa de las 10.000 horas ¨Csupuestamente, el tiempo de pr¨¢ctica necesario para alcanzar la maestr¨ªa en cualquier disciplina- y fue recibida con incredulidad. ¡°Tiene que haber una app que acorte eso¡±, coincidieron.
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