¡®Oro¡¯, la conquista de lo ignoto
Agust¨ªn D¨ªaz Yanes adapta un relato in¨¦dito de P¨¦rez-Reverte sobre la b¨²squeda de El Dorado y logra una aventura de excelente pulso
Aquel pulm¨®n h¨²medo, verdoso y cuajado de barro que para los ind¨ªgenas era la madre selva, los conquistadores lo llamaban de otra manera: maldita selva. Resultaba dif¨ªcil hallar un hueco entre la maleza que sirviera de colch¨®n sin quedar a salvo de las serpientes o hab¨ªa que llevar cuidado al cruzar un r¨ªo para que no te engullera un caim¨¢n. Pero el oro, todo lo val¨ªa. La vida, incluso. Y si al final del camino, te hab¨ªa decepcionado el destello de su espejismo, siempre pod¨ªas consolarte con la conquista de un oc¨¦ano.
Esa peripecia, nada absurda, aunque no lo parezca, llena de sentido, es lo que cuenta Oro, la nueva pel¨ªcula de Agust¨ªn D¨ªaz Yanes, basada en un relato in¨¦dito de Arturo P¨¦rez-Reverte. Han retrocedido un siglo ¨Cdel XVII al XVI- desde que Alatriste les conjur¨® a emprender la ¨²nica adaptaci¨®n al cine que se ha rodado sobre las entregas del autor. Y han saltado tambi¨¦n de Flandes y el Madrid de los Austrias hacia Am¨¦rica. ¡°Arturo es un gentleman que te hace favores in que te enteres. Y que pensara en m¨ª para adaptar esta historia, ha sido uno de tantos que le debo ya¡±, comenta el director.
Las p¨¢ginas que ley¨® nada m¨¢s caer en sus manos la historia estaban pobladas por un universo asfixiante y violento, trufado de sue?os y delirios al tiempo. Pululaban por ¨¦l un pu?ado de expedicionarios capitaneados por un oficial mayor m¨¢s pendiente de su mujer que de la tropa; un cura m¨¢s dado a sembrar conflicto que a imponer la paz al que todo el mundo deseaba que la ira divina se tragara; un escriba dispuesto a llevar testimonio al emperador, gu¨ªas ind¨ªgenas con el mapa en la cabeza y los pies o soldados curtidos, que prefer¨ªan ahogarse en un r¨ªo lejano que cocerse en tierras de Andaluc¨ªa, Castilla y Extremadura o padecer reuma en Navarra y Vizcaya¡
A ellos dan vida, entre otros, Ra¨²l Ar¨¦valo, Jos¨¦ Coronado, ?scar Jaenada, B¨¢rbara Lennie, Juan Diego, Antonio Dechent¡ Oro lleva marcas y herraduras de leyenda. Pero nada negra: plagada de dorados, azules y claroscuros. Tatuada de barro y oxigenada por el verdor atosigante de una selva rodada principalmente en Canarias. ¡°La leyenda negra existe y salta a la primera de cambio, como un resorte, por medio de los anglosajones, que la tienen muy integrada, para nuestra desgracia¡±, asegura el director.
Bien es cierto que a muchos conquistadores les movi¨® la codicia, pero, a otros, la satisfacci¨®n de acometer algo grande o el mero placer de nombrar r¨ªos y monta?as¡±, asegura el director
Oro puede ser un intento de contrarrestar ese sambenito secular y nada equilibrado, a base de una exuberante aventura dirigida al gran p¨²blico. ¡°Tenemos una mala relaci¨®n con nuestra Historia, no s¨¦ las razones. Nunca las he entendido del todo¡±, comenta D¨ªaz Yanes. ¡°Y eso que fue lo que estudi¨¦ en la universidad. Nosotros hemos tenido parte de culpa, por dejaci¨®n de responsabilidad a la hora de ofrecer un relato propio sin que tuvi¨¦ramos que avergonzarnos. La etapa de Franco tampoco ayud¨® a dignificar nuestra memoria, pero a pesar de esa nube negra, hemos sido perezosos¡±, comenta.
Una manera de contrarrestar t¨®picos es calibrar las dimensiones de la haza?a. ¡°Lo que algunas expediciones de 30 o 40 consiguieron en M¨¦xico, en Per¨², atravesando el coraz¨®n de la selva, con vistas a hallar lugares y tesoros sin garant¨ªas de que existieran, s¨®lo puede calificarse como una epopeya¡±, dice el cineasta. Desclasados, bastardos, tanciegos como para matarse entre ellos a falta de enemigo que se les cruzara en medio, hidalgos de segunda que ve¨ªan all¨ª, como defin¨ªa Cervantes, ¡°el refugio y amparo de los desesperados¡±.
Entre la avaricia y el deseo de no morir sin haber sentido el hechizo de algo grande, fueron plantando semilla de mestizaje y, al tiempo, arrasando culturas milenarias. ¡°Las motivaciones fueron diversas. Bien es cierto que a muchos les movi¨® la codicia, pero, a otros, la satisfacci¨®n de acometer algo grande o el mero placer de nombrar r¨ªos y monta?as¡±.
A D¨ªaz Yanes le fueron muy ¨²tiles las cr¨®nicas de indias: ¡°El testimonio de ese germen de periodistas que ven y describen cosas que muchas veces no entienden, con un lenguaje delicioso¡±, asegura. Una fuente que le ha ayudado a vislumbrar lo que el director, de vuelta, pretende hacer comprender a los espectadores: ¡°?Qui¨¦nes ¨¦ramos entonces? ?Qu¨¦ hac¨ªamos all¨ª?¡±. Dos preguntas aparentemente sencillas que en muchos casos no tienen respuesta.
Babelia
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