El viaje de aprendizaje de Robbie Robertson
El cabecilla de The Band publica 'Testimony', una brillante autobiograf¨ªa que deja cabos sueltos
Testimony comienza con un viaje en tren. 1960: Robbie Robertson, 16 a?os, parte desde Toronto para unirse en Arkansas a The Hawks, la banda del rockanrolero Ronnie Hawkins. La edad no es el ¨²nico problema: para pagarse el billete, ha debido vender su preciada Fender Stratocaster.
Ya tenemos el leitmotiv: la educaci¨®n integral de un m¨²sico que vivir¨¢ en la carretera, tocando con Hawkins o Bob Dylan, a lo largo de siete a?os. Hasta que Dylan se retira a ?Woodstock, un pueblo de Nueva York, y Robertson le sigue; consigue una casa y funda una familia. En Woodstock, con los antiguos compa?eros de gira, nace The Band, una especie de alambique monta?ero que destila las esencias de muchas m¨²sicas de EE?UU¡ a pesar de que cuatro de sus cinco miembros son canadienses.
La fascinaci¨®n por esos sonidos, la inmersi¨®n en la sangrienta historia de la rep¨²blica, les proporcionar¨¢ una visi¨®n ¨²nica, ajena a las tendencias. Con sonido austero e historias color sepia deslumbran a un p¨²blico que sale de la borrachera psicod¨¦lica, cambiando la inclinaci¨®n est¨¦tica de divinidades tipo Eric Clapton o George Harrison.
Los primeros a?os de Robbie en EE?UU son pura picaresca. Hawkins le avisa de que no se har¨¢ rico, pero que ¡ªusemos un eufemismo¡ª conseguir¨¢ m¨¢s sexo que Frank Sinatra. Se acerca al abismo: se plantea robar una partida de p¨®quer; la parte jud¨ªa de su familia le implica en negocios del hampa. Incluso cae bajo la jurisdicci¨®n de la Polic¨ªa Montada de Canad¨¢.
Mientras tanto, Robbie se ha labrado buena reputaci¨®n como instrumentista: la l¨®gica, la brillantez de sus solos hace que le denominen ¡°el guitarrista matem¨¢tico¡±. Pero no es eso, ni siquiera los s¨®lidos discos que graba como parte de Levon & The Hawks, la principal raz¨®n de que Dylan se fije en ellos. Todo eso cuenta, pero lo que este necesita es m¨²sicos con caparaz¨®n, capaces de superar la hostilidad del p¨²blico.
Dylan ha registrado dos discos s¨ªsmicos, Highway 61 Revisited y Blonde on Blonde, con m¨²sicos de estudio y figuras (Bloomfield, Kooper) que no quieren ir con Bob al matadero del directo. Juzgado y condenado por traici¨®n al folk, corre la consigna de acudir a sus conciertos para abuchearle. No es una experiencia grata: Levon Helm, l¨ªder y baterista, se siente tan asqueado que abandona la m¨²sica una temporada.
Para consternaci¨®n de sus excompa?eros, Robertson se ha llevado todo el prestigio (y buena parte del dinero) de The Band
Robertson, discreto y seductor, aprende a moverse entre las superestrellas que acuden a rendir tributo a Dylan. En 1966, tras un show en Londres, intenta reanimar a su jefe, que se ha quedado traspuesto por tantas anfetaminas o vaya usted a saber. Le mete en la ba?era y Bob se hunde bajo el agua; mientras, los Beatles esperan pacientemente.
A partir de cierto momento, se intuye la secreta transformaci¨®n de Robertson. Se lanza a hacer la guerra por su cuenta. Paulatinamente, asume la representaci¨®n de The Band cara a la industria y los medios. Canta poco, pero firma la mayor¨ªa del repertorio. Organiza lo que pretende ser la apoteosis final, un concierto en San Francisco denominado The Last Waltz, en 1976, cuya cr¨®nica cierra Testimony triunfalmente.
No lo reconoce, pero en ese plan late una agenda oculta. Robbie, que ha intimado con el cineasta Martin Scorsese, quiere hacer carrera en Hollywood como actor. En realidad, solo llega a protagonizar una pel¨ªcula, Carny (1980). Pero consigue un trabajo extremadamente gratificante y muy bien pagado: se ocupar¨¢ de la m¨²sica en casi todos los proyectos cinematogr¨¢ficos de Scorsese. En comparaci¨®n, sus discos en solitario pasan desapercibidos.
Para consternaci¨®n de sus excompa?eros, Robertson se ha llevado todo el prestigio (y buena parte del dinero) de The Band. Sin su ayuda, reaniman el grupo en 1983. Lo hacen en la segunda divisi¨®n discogr¨¢fica, sin apoyo medi¨¢tico, zarandeados por sucesivas tragedias (suicidio de Richard Manuel, muerte brusca de Rick Danko¡).
Nada de eso se menciona en Testimony, pero s¨ª deja caer pinceladas que sugieren la atracci¨®n de Manuel, Danko y Helm por las drogas duras o su peligrosa tendencia a destrozar coches en medio de pasotes. Localicemos la fuente de la discordia: al principio, cuando todos aportan canciones al repertorio, acuerdan distribuir equitativamente los ingresos por derechos de autor (en atenci¨®n tambi¨¦n a Garth Hudson, extraordinario teclista que apenas compone). Seg¨²n avanzan los discos, Robertson se afianza como autor principal. Ha detectado que esa es la pasta m¨¢s c¨®moda y cabe imaginar que se rebela contra el reparto.
Llegamos al dilema del plato de lentejas. Seg¨²n Testimony, Richard Manuel est¨¢ avergonzado por no cumplir a la hora de traer canciones y propone (?uh?) que Robertson le compre sus derechos editoriales. Dice que lo hace con reticencia, pero le pilla gusto: adquiere luego los de Danko y Hudson; solo Levon Helm se resiste.
Disculpen que entremos en estas miserias, pero urge completar la dimensi¨®n moral de Testimony. Con el tiempo, los colegas de Robertson se sentir¨¢n estafados; alegan que lo del reparto reflejaba el modo colectivo de elaborar las canciones. Helm se muestra particularmente vitri¨®lico: arruinado por el tratamiento de un c¨¢ncer, se descubre casi indigente durante la era digital, cuando adelgazan los cheques que recibe. Y carga contra Robertson. Puede que fueran las eternas protestas del perdedor, pero el acusado se hace un flaco favor al aplicar un estricto criterio cronol¨®gico a Testimony, obviando asuntos tan amargos.
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