Fortuny contra Fortuny
Justo aquello que m¨¢s celebran en la obra de un artista sus contempor¨¢neos suele ser lo que lo desacredita ante los que vienen despu¨¦s
Cioran habla en sus cuadernos de la ¡°melancol¨ªa de ser comprendido¡±. Alan Bennett, en el ¨²ltimo volumen de sus diarios, anota con resignaci¨®n que cualquier cosa que escriba va a ser aceptada respetuosamente por sus lectores, que nadie est¨¢ dispuesto a enfadarse con ¨¦l por una afirmaci¨®n suya, por muy radical que a ¨¦l le parezca. Hay una pesadumbre y hasta una amargura del artista que no es reconocido, que se sabe o se siente rechazado, y que a veces convierte en orgullo su propia marginalidad, porque le permite incluirse en el cat¨¢logo de los que sufrieron en vida un rechazo que solo se convirti¨® en admiraci¨®n despu¨¦s de su muerte. Y sin embargo el exceso de admiraci¨®n tambi¨¦n alarma a algunos esp¨ªritus angustiados. A lo largo de las p¨¢ginas de sus Cahiers Cioran anota, con grados diversos de estoicismo, el poco caso que le hacen en el mundo literario de Par¨ªs, y se queja de la superficialidad de los lectores. Pero de pronto recibe unos cuantos elogios, o es agasajado, y le da miedo que esa aceptaci¨®n sea un indicio de falta de talento.
El escritor se queja de no ser comprendido, pero se queja tambi¨¦n de que lo comprendan. Alan Bennett disfruta, con todo merecimiento, del favor de los espectadores y de los lectores, y cada nuevo volumen de sus diarios que se publica es recibido con aprecio y hasta entusiasmo por los cr¨ªticos en el mundo literario anglosaj¨®n. Se siente halagado, pero tambi¨¦n, en el fondo, inquieto. ?Y si lo aprecian simplemente porque no molesta, porque hace algo que se corresponde con el tono medio, con la mediocridad de lo ya muy manido? Tambi¨¦n hay precedentes hist¨®ricos, en todas las artes: justo aquello que m¨¢s celebran en un artista sus contempor¨¢neos suele ser lo que lo desacredita ante los que vienen despu¨¦s. La posteridad, si se fija en algo, se fija en cosas inesperadas, en m¨¦ritos que casi nadie vio a tiempo, ni siquiera su autor.
La exposici¨®n de Mariano Fortuny en el Prado es un buen sitio para divagar sobre estos caprichos de la sensibilidad y la fama. Tambi¨¦n sobre los peligros del talento. Fortuny es uno de esos artistas de facultades naturales prodigiosas que tienen la suerte de encontrar el mejor ambiente posible para educarlas. Con 20 a?os estaba aprendiendo en Roma toda la disciplina del dibujo y la pintura acad¨¦mica, con un virtuosismo infalible, arraigado en la contemplaci¨®n y el estudio de los mejores maestros del pasado. Fortuny aprendi¨® en Roma toda la artesan¨ªa formidable de la representaci¨®n visual, y cuando vino al Prado a?os despu¨¦s absorbi¨® a Vel¨¢zquez, a Goya y a Ribera con una especie de apasionada codicia, una voluntad de percibir y hacer suyo cada uno de los rasgos de las maestr¨ªas que admiraba. Vel¨¢zquez, Goya y Ribera corrigen en el aprendizaje de Fortuny el peligro de asepsia del academicismo italiano. Cuanto m¨¢s limitados los medios que usa, m¨¢s parece que acierta: en la rapidez forzosa de la acuarela, en la casi taquigraf¨ªa del dibujo que aprende de Goya.
Fortuny es uno de esos artistas de facultades naturales prodigiosas que tienen la suerte de encontrar el mejor ambiente posible para educarlas
Un talento as¨ª tiene sus recompensas inmediatas, pero tambi¨¦n sus peligros. Hay obras que se malogran porque no se hacen bien del todo, y otras porque se han hecho demasiado bien. M¨¢s all¨¢ de un cierto punto el virtuosismo puede derivar en sobre?abundancia, en exhibici¨®n amanerada. Nada despierta m¨¢s entusiasmo que la maestr¨ªa evidente: halagado por ¨¦l, un artista se complace en sus m¨¦ritos m¨¢s visibles, que son tambi¨¦n los que le cuestan menos trabajo. Es el momento en que la destreza se convierte en malabarismo y pirotecnia y el p¨²blico rompe a aplaudir puesto en pie y el pianista regresa al piano y ofrece un bis todav¨ªa m¨¢s arrebatador.
En las fotos, Mariano Fortuny tiene una apostura como de concertista arrebatado de la escuela de Liszt o de Paganini, una melena rizada que favorecer¨ªa mayores elocuencias esc¨¦nicas. Su extrema fluidez t¨¦cnica, su propensi¨®n a la sobreabundancia se correspond¨ªan, peligrosamente para ¨¦l, con el gusto oficial y popular de la ¨¦poca, que propend¨ªa a la acumulaci¨®n y a la opulencia. Los interiores de algunos cuadros de Fortuny est¨¢n tan llenos de cosas como esos salones burgueses del siglo XIX que aterraban a Walter Benjamin, que ve¨ªa en ellos escenarios para cometer cr¨ªmenes. El atractivo de lo ex¨®tico en las artes de ese tiempo es un efecto secundario del gran saqueo colonial. Los artistas viajan a lo que llaman o imaginan el Oriente llevando sus cuadernos, sus c¨¢maras fotogr¨¢ficas y sus cajas de pinturas en la comitiva de los ej¨¦rcitos europeos invasores. Los ej¨¦rcitos y los comerciantes vuelven cargados de bot¨ªn y los artistas vuelven con sus cuadernos llenos de apuntes del natural que les servir¨¢n m¨¢s tarde para sus cuadros de batallas. La pobreza cobra un colorido de exotismo. Los nativos ataviados con sus ropajes o sus harapos pintorescos atraen la curiosidad y avivan la imaginaci¨®n al mismo tiempo que justifican con su primitivismo y su penuria la ocupaci¨®n colonial en nombre del progreso.
Fortuny es coet¨¢neo de Manet, pero no lo parece. Su cuadro m¨¢s c¨¦lebre, La vicar¨ªa, es siete a?os posterior a Olympia. A Manet Olympia le cost¨® disgustos tremendos. La vicar¨ªa confirm¨® el ¨¦xito social de Fortuny. Las mismas razones que en 1870 explicaban la aceptaci¨®n de ese cuadro ¡ªel detallismo, el decorado dieciochesco, la variedad de an¨¦cdotas amables¡ª a nosotros nos lo vuelven de un kitsch irremediable, por muy alta que sea su factura t¨¦cnica.
Las comparaciones son injustas, desde luego: nuestro juicio de ahora tiene un valor tan relativo como el que tendr¨ªa el de un espectador de 1870. Y adem¨¢s Fortuny muri¨® tan joven que pudo no haber dado la mejor medida de su talento. Cuando m¨¢s nos gusta, cuando es, o nos parece, m¨¢s original, es cuando se contiene, o cuando no se esfuerza demasiado. Qu¨¦ superstici¨®n creer que cuanto mayor sea la complicaci¨®n, el formato, el empe?o, mejor ser¨¢ la obra. Con mucha frecuencia ocurre lo contrario. Una acuarela de una duna en la que se ve una franja de mar, un boceto a l¨¢piz de un zagu¨¢n en T¨¢nger, el empedrado de un callej¨®n en Granada, el verde umbr¨ªo de un jard¨ªn, son obras memorables precisamente porque Fortuny no pondr¨ªa demasiado esfuerzo en ellas. La ¨²ltima pieza de la exposici¨®n es una vista de una playa, una vela recortada contra el mar. Quiz¨¢s muri¨® cuando empezaba a descubrir una forma de pintar que llevaba a?os insinu¨¢ndose sin que ¨¦l se diera mucha cuenta, con la originalidad secreta que puede estar alentando justo a un paso del esfuerzo consciente, de la rutinaria maestr¨ªa.
¡®Fortuny (1838-1874)¡¯. Museo del Prado. Madrid. Hasta el 18 de marzo.
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