Inquisici¨®n 2.0
La ordal¨ªa de la Europa medieval, que part¨ªa de la presunci¨®n de culpa, no ha desaparecido en las sociedades occidentales
"Tener un proceso significa haberlo perdido ya", dijo Josef K., el protagonista de la novela que m¨¢s justifica el abuso del adjetivo kafkiano, El proceso (de Franz Kafka, obvio). Se suele citar ese libro como ilustraci¨®n del absurdo burocr¨¢tico, de c¨®mo un ciudadano puede quedar atrapado entre legajos, copias compulsadas y funcionarios con cara de vinagre. Pero no se trata tanto del retrato de un Estado rob¨®tico y hostil como de la narraci¨®n de un juicio injusto: "Alguien deb¨ªa de haber calumniado a Josef K., porque, sin haber hecho nada malo, fue detenido una ma?ana" es la primera y m¨¢s aterradora frase de la obra. Kafka, que estudi¨® Derecho y dedic¨® una parte de su literatura a temas judiciales (en cuentos como 'Ante la ley' o 'En la colonia penitenciaria'), deja claro desde las primer¨ªsimas palabras que est¨¢ narrando una ordal¨ªa moderna.
La ordal¨ªa o juicio de Dios era un m¨¦todo de administrar justicia (es un decir) propio de la Europa medieval, seg¨²n el cual era el acusado quien ten¨ªa que demostrar su inocencia ante una acusaci¨®n. Brujas, herejes, negros, jud¨ªos y dem¨¢s perseguidos, oprimidos y esclavizados padecieron esta forma de humillaci¨®n y castigo hasta tiempos muy recientes. La mec¨¢nica era muy sencilla y el acusado no ten¨ªa que demostrar su inocencia mediante pruebas, coartadas, testimonios ni documentos: le bastaba con sobrevivir al tormento. Si despu¨¦s de unas sesiones de tortura, segu¨ªa entero, Dios hab¨ªa dictaminado que no era culpable. El tal Dios, por desgracia, no se prodigaba en absoluciones: el acusado era condenado en el momento mismo de la acusaci¨®n, y los latigazos, el potro o la hoguera eran en realidad su pena.
La condena parece redactada antes del juicio, y aunque el acusado pueda volver libre a su casa, ha quedado destruido
Aunque ning¨²n sistema judicial democr¨¢tico incluye la ordal¨ªa en sus leyes de procesamiento criminal, la instituci¨®n y el m¨¦todo no han desaparecido del todo de las sociedades occidentales. Al menos eso cree el escritor Eugenio Fuentes, que acaba de publicar La hoguera de los inocentes. Linchamientos, cazas de brujas y ordal¨ªas (Tusquets), un rico, inquietante y ameno ensayo que dispara al coraz¨®n del mundo actual, al que a veces parecen faltarle las hoces y las antorchas para devenir una de esas turbas medievales. Sobre todo, para quienes frecuentan las redes sociales. Aunque no solo. En la memoria espa?ola a¨²n pesa el nombre de Dolores V¨¢zquez, condenada en 2001 (en un juicio con jurado popular) por el asesinato de Roc¨ªo Wanninkhof y absuelta en 2003 tras encontrarse al verdadero asesino. No hab¨ªa redes sociales entonces, pero s¨ª medios de comunicaci¨®n que se?alaron d¨ªa y noche a V¨¢zquez como la asesina. Una ordal¨ªa en el alba del siglo XXI.
"Es indudable que la investigaci¨®n, cuando va acompa?ada de publicidad, se burla de la presunci¨®n de inocencia", escribe el fil¨®sofo franc¨¦s Pascal Bruckner, citado por Fuentes. La condena parece redactada antes del juicio, y aunque la justicia acabe funcionando y el acusado pueda volver libre a su casa, ha quedado destruido. Ya nunca recuperar¨¢ su reputaci¨®n, su honor ni su autoestima. Y, para mucha gente, seguir¨¢ siendo culpable o, al menos, sospechoso.
La reflexi¨®n es urgente y necesaria. Eugenio Fuentes la plantea en un ensayo analizando las cazas de brujas descritas en obras literarias
En un momento en que se ha abierto en Espa?a el debate sobre el endurecimiento de las penas y la instauraci¨®n de la cadena perpetua (pues no otra cosa es el eufemismo de prisi¨®n permanente revisable), y cuando el esc¨¢ndalo se azuza desde mil foros en los que el p¨²blico parece sediento de vengar cualquier afrenta, ?real o imaginada, hay un peligro cierto de involuci¨®n. La reflexi¨®n es urgente y necesaria. Eugenio Fuentes la plantea desde la literatura, analizando casos de ordal¨ªas y cazas de brujas en una serie de novelas, no porque no disponga de miles de historias reales, sino porque "los personajes de ficci¨®n nos ilustran sobre la ordal¨ªa con m¨¢s claridad y precisi¨®n que los personajes reales, pues un expediente judicial se limita a las pruebas y dictamina c¨®mo sucedieron los hechos, pero la literatura, adem¨¢s, analiza el contexto y las creencias e indaga en la laceraci¨®n y el sufrimiento de las v¨ªctimas con mayor profundidad y detalle". Es el viejo mantra de c¨®mo la literatura miente para contar mejor la verdad. Faulkner, Delibes, Harper Lee, Ian McEwan, Kadar¨¦ o la ineludible Margaret Atwood y su obra El cuento de la criada son algunos de los mejores narradores de persecuciones fan¨¢ticas ficticias. Tal vez s¨®lo en apariencia.
Todo empieza con una de las ordal¨ªas m¨¢s ignominiosas de la historia intelectual europea: la ejecuci¨®n de Miguel Servet a manos de Calvino en Ginebra. Calvino fue un fan¨¢tico religioso no muy distinto de los de hoy, que instaur¨® un r¨¦gimen de terror en la ciudad suiza, un tiempo y un espacio narrados magistralmente por Stefan Zweig en Castellio contra Calvino. La obra se public¨® en 1936, cuando los nazis ya hab¨ªan prohibido los libros de Zweig en Alemania y ¨¦ste iba a emprender el exilio. Es por esto que el texto se ha le¨ªdo m¨¢s como alegor¨ªa del presente que le toc¨® vivir que como reconstrucci¨®n hist¨®rica de un pasado de intransigencia religiosa. Del mismo modo, Eugenio Fuentes lee la historia de Calvino y no puede evitar la analog¨ªa con la actualidad, y no precisamente recurriendo al Estado Isl¨¢mico: "Al tiempo que condena sin juicio al adversario", escribe, refiri¨¦ndose a los torquemadas y calvinos que predican en las redes sociales, "se arroga en propiedad todas las virtudes en abstracto, de modo que ya no puede usarlas el ordalizado, las usurpa para s¨ª y asume el papel de tronante guardi¨¢n del g¨¦nero humano". El pasado, de nuevo, parece hablar del presente.
El esc¨¢ndalo se azuza desde mil foros en los que el p¨²blico parece sediento de vengar cualquier afrenta, ?real o imaginada
Nos hemos acostumbrado a la distop¨ªa y al apocalipsis en la literatura y en el cine, pero ahora las profec¨ªas llegan en forma de no ficci¨®n. El ensayo de Eugenio Fuentes no es el ¨²nico texto que, en los ¨²ltimos tiempos, se preocupa por la fragilidad de la libertad y de las instituciones que la garantizan frente a la presi¨®n social de los nuevos predicadores de la virtud. La fil¨®sofa Marina Garc¨¦s, con su breve Nueva ilustraci¨®n radical, o el periodista Juan Soto Ivars, con Arden las redes, son dos buenos ejemplos espa?oles recientes de una inquietud que crece entre los intelectuales.
Hasta ahora, sin embargo, parecen advertencias a contracorriente, que no hacen mella en los promotores de ninguna campa?a ni en una industria cultural que prefiere quitarse de encima (y aceptar la condena) a los ordalizados antes que defender su presunci¨®n de inocencia.
Sergio del Molino es periodista y escritor, autor, entre otras obras, de La Espa?a vac¨ªa y La mirada de los peces.
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