Que siga siendo s¨®lo un cuento de criadas
El libro de Atwood es inquietante porque evidencia la facilidad con la que una democracia liberal puede dejar paso a una dictadura teocr¨¢tica
No es f¨¢cil desplazarse por Gilead: el tr¨¢fico est¨¢ reglamentado y en las ciudades hay barricadas custodiadas por ?ngeles que impiden el acceso de una zona a otra a las personas sin autorizaci¨®n. Gilead (Galaad en espa?ol) est¨¢ en Nueva Inglaterra, la regi¨®n estadounidense que alguna vez alberg¨® los Estados de Connecticut, Rhode Island, Massachusetts, Nuevo Hampshire, Vermont y Maine, pero en la actualidad es dif¨ªcil saber cu¨¢les son sus l¨ªmites. Por otra parte, no parece haber mucho para hacer all¨ª, excepto presenciar ajusticiamientos y partidos de f¨²tbol, que constituyen el ¨²nico resabio de la vida p¨²blica que existi¨® antes de Gilead: ya no hay peri¨®dicos, la lectura est¨¢ prohibida a las mujeres y los hombres s¨®lo pueden leer la Biblia, todas las universidades han sido cerradas y la divulgaci¨®n del conocimiento cient¨ªfico es penalizada con la muerte, la producci¨®n art¨ªstica se circunscribe a la de las manualidades con las que las mujeres en sus hogares dan una segunda vida a los objetos que ya no sirven, no hay dinero y el mercado negro es remoto y peligroso; de hecho, apenas hay algo para comer, el alcohol est¨¢ prohibido y el caf¨¦ s¨®lo puede ser disfrutado por la ¨¦lite.
Un pu?ado de personas considerar¨¢ todo esto suficientemente disuasorio. Para las dem¨¢s, una mala noticia: Gilead no existe, fue creado por Margaret Atwood para una novela escrita en 1984 y adaptada en una popular serie de televisi¨®n hace unos meses. El cuento de la criada es el relato de Defred (es decir, ¡°de Fred¡±: en Gilead las mujeres son propiedad de los hombres), una joven que alguna vez tuvo una familia y un trabajo, pero los perdi¨® tras el asesinato del presidente y la toma del poder por parte de fundamentalistas religiosos, quienes recortaron las libertades civiles en nombre de la seguridad. Defred intent¨® escapar a Canad¨¢ con su marido y con su hija, pero fue capturada en la frontera y enviada a reeducaci¨®n; y ahora es Criada, parte de una r¨ªgida sociedad de clases que las Criadas deben perpetuar: los accidentes nucleares y la contaminaci¨®n (as¨ª como la represi¨®n de la sexualidad) han reducido la capacidad reproductiva de la poblaci¨®n a m¨ªnimos (aunque esto es ¡°culpa de las mujeres¡±: legalmente, en Gilead no hay hombres est¨¦riles), y la ¨¦lite recurre a mujeres ¡°reeducadas¡± como Defred para aparearse. Una vez al mes, las Criadas yacen con los Comandantes bajo la mirada de sus Esposas; el resto del tiempo, esperan: en alg¨²n sentido, como criadas, son un recipiente vac¨ªo, pero las otras opciones que se les presentan son incluso peores.
La adaptaci¨®n a una sociedad de vigilancia y represi¨®n extremas es m¨¢s habitual que la resistencia a ella
Defred pertenece a una generaci¨®n de mujeres que todav¨ªa es capaz de recordar c¨®mo se viv¨ªa antes de Gilead, de all¨ª su ambig¨¹edad ante los acontecimientos. Por una parte, le ¡°parece mentira que antes las mujeres perdieran tanto tiempo y energ¨ªas (¡) pensando en ellas, preocup¨¢ndose por ellas, escribiendo sobre ellas¡±. Por otra, se niega a aceptar que el mundo que conoci¨® ya no existe, y se aferra a todo aquello que se lo recuerde: roba mantequilla para hidratarse el rostro (los cosm¨¦ticos est¨¢n prohibidos), piensa en los hombres, recuerda, se niega a creerse ¡°un desperdicio¡±. Cuando en el centro de reeducaci¨®n se le dice que ¡°ser¨¢ m¨¢s sencillo para las que vengan despu¨¦s de vosotras¡±, que ¡°aceptar¨¢n sus obligaciones de buena gana¡±, Defred piensa: ¡°Porque no habr¨¢n conocido otra cosa¡±, pero, por supuesto, no pone en riesgo su vida dici¨¦ndolo en voz alta.
Una de las razones por las que El cuento de la criada resulta un libro tan inquietante es que pone ejemplarmente de manifiesto la facilidad con la que una democracia liberal puede dejar paso a una dictadura teocr¨¢tica si existe un enemigo lo suficientemente importante (Atwood, visionaria, escogi¨® el terrorismo isl¨¢mico) y se consigue que la poblaci¨®n ¡°mantenga la calma¡±; otra, que la adaptaci¨®n a una sociedad de vigilancia y represi¨®n extremas es m¨¢s habitual que la resistencia a ella.
El cuento de la criada es la historia de la p¨¦rdida de unas libertades que creemos inalienables. Aunque fue publicado hace algo m¨¢s de 30 a?os y el r¨¦gimen que lo inspir¨® (la as¨ª llamada Rep¨²blica Democr¨¢tica de Alemania) ya no existe, el libro es le¨ªdo en nuestros d¨ªas como una obra completamente actual en no menor medida debido a que los acontecimientos recientes parecen poner de manifiesto que Gilead ya no es s¨®lo una distop¨ªa literaria (o ¡°una advertencia¡±, seg¨²n su autora), sino una posibilidad: 22 millones de personas perder¨¢n toda prestaci¨®n m¨¦dica en los pr¨®ximos 10 a?os si el Senado estadounidense aprueba la nueva ley de salud; China y otros pa¨ªses contin¨²an asesinando a sus disidentes pol¨ªticos; la libertad de prensa est¨¢ en riesgo en la mayor parte del planeta y Turqu¨ªa anuncia que el a?o pr¨®ximo dejar¨¢ de ense?ar la teor¨ªa de la evoluci¨®n en las escuelas. No son las ¨²nicas se?ales de que no importa que no sea posible ir a Gilead, ya que Gilead viene a nosotros: el Gobierno estadounidense acaba de anunciar que en breve controlar¨¢ en los aeropuertos los libros que lleven los pasajeros. ¡°Me gustar¨ªa creer que esto no es m¨¢s que un cuento que estoy contando¡±, afirma Defred: ojal¨¢ lo siga siendo un tiempo m¨¢s.
¡®El cuento de la criada¡¯. Margaret Atwood. Traducci¨®n de Elsa Mateo Blanco. Salamandra, 2017. 416 p¨¢ginas. 19 euros.
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