Pessoa y el iberismo como destino
¡°Solo hay dos naciones en Iberia: Espa?a y Portugal¡±, dijo el escritor. ¡°La regi¨®n que no forma parte de una, forma parte de la otra. El resto es filolog¨ªa¡±
Entre el imperialismo y el cosmopolitismo, Fernando Pessoa llev¨® una vida entre las fronteras de su barrio, su oficina, sus habitaciones alquiladas y las barras de sus bares. Pac¨ªfica existencia con enso?aciones belicosas. Iberismo del esp¨ªritu, deseante de un ¡°Estado ib¨¦rico fuerte y dominador espiritual de las Am¨¦ricas del centro y del sur. Conquista definitiva de los territorios del norte de ?frica, donde viven hombres parientes nuestros, las razas ¨¢rabes, bereberes; la destrucci¨®n militar de Francia y de Italia¡ Venguemos la derrota que los del norte infligieron a los ¨¢rabes, nuestros mayores. Expiemos el crimen que cometimos al expulsar de la Pen¨ªnsula a los ¨¢rabes que la civilizaron¡±. As¨ª se expresaba pol¨ªticamente en 1918, convulsos a?os pol¨ªticos en Portugal, el german¨®filo e imprevisible Pessoa, que propone valorizar intelectualmente Iberia en el extranjero. Terminar con las influencias franco-germ¨¢nicas nocivas para nuestra personalidad ib¨¦rica. Y aliarnos con Inglaterra, ¡°el ¨²nico pa¨ªs realmente civilizado de Europa¡±. Eso s¨ª, se da cuenta que Gibraltar es un estorbo para considerar terminada la remodelaci¨®n del Estado espa?ol. Como lo son para la integraci¨®n del Estado portugu¨¦s Olivenza y Alburquerque, que deben volver a Portugal. Como Galicia.
En esos inciertos a?os de posguerra Pessoa reflexiona sobre Catalu?a. Considera el separatismo catal¨¢n como uno de los graves problemas pol¨ªticos de esos tiempos: ¡°Como en todos los dramas, no hay soluci¨®n satisfactoria para el problema, porque el ¨²nico arbitraje seguro, y por eso injusto, es el del destino. Y como en todos los dramas, ambas partes tienen raz¨®n por igual¡±. Dice que el problema est¨¢ entre el concepto nacional del pa¨ªs y el concepto civilizaci¨®n del pa¨ªs. Uno es geogr¨¢fico, ¨¦tnico y ling¨¹¨ªstico. El otro es hist¨®rico, imperialista y cultural. No tiene dudas de que Catalu?a es una naci¨®n. ¡°Es para Espa?a exactamente lo que Provenza para Francia. En ambos casos la naci¨®n cultural se sobrepuso a las naciones culturales¡±. Un poco despu¨¦s, siempre en el a?o 1918, reflexiona sobre la salida que tiene el separatismo catal¨¢n: ¡°Tiene que escoger entre las desventajas menos importantes de su integraci¨®n, como hasta ahora en Espa?a, aunque, afortunadamente, con otros beneficios, y las desventajas m¨¢s importantes de su independencia absoluta¡±. Tambi¨¦n se refiere a un grupo de catalanistas que mantienen ¡°la innoble hip¨®tesis de unirse a Francia¡±. Algo que, seg¨²n Pessoa, nunca lo permitir¨ªa Iberia. Y afirma rotundamente: ¡°Solo hay dos naciones en Iberia: Espa?a y Portugal. La regi¨®n que no forma parte de una, forma parte de la otra. El resto es filolog¨ªa¡±.
Pessoa consideraba el separatismo catal¨¢n como uno de los graves problemas pol¨ªticos de esos tiempos
Pessoa siempre se mostr¨® partidario de una soluci¨®n confederal para Iberia. Es cierto que en aquel tiempo Europa era una realidad difusa, compleja y ajena. Apenas se podr¨ªa haber imaginado una Europa unida en el mercado, en la moneda y sin fronteras ni aduanas. Eso que hoy es una realidad ¡ªaunque incierta, insegura y en construcci¨®n¡ª no se pod¨ªa ni so?ar hace un siglo. Se conformaba con una confederaci¨®n ib¨¦rica que supiera hacer frente a las poderosas Francia y Alemania. ?C¨®mo deber¨ªa ser esa confederaci¨®n? Aqu¨ª se expresa con menos confusi¨®n y contradicci¨®n: ¡°?En qu¨¦ punto debe haber entre nosotros separaci¨®n y en qu¨¦ punto uni¨®n de esfuerzos? La cuesti¨®n es exageradamente sencilla. Debemos estar separados en todo aquello que sean problemas nacionales y juntos en todo aquello que sean problemas civilizacionales¡±. Nos quer¨ªa independientes pero unidos, separados pero confederados. No era un sue?o de prosperidad econ¨®mica, de fuerza pol¨ªtica; era algo m¨¢s m¨ªtico, m¨¢s cercano a la renovaci¨®n de sue?os imperiales y la recuperaci¨®n de pasados gloriosos. No pretend¨ªa perpetuar, o recuperar, un imperialismo colonialista ni dominador, el suyo era un imperialismo de la tradici¨®n. Un Imperio Espiritual. S¨ª, Pessoa ten¨ªa esos sue?os que tiempos despu¨¦s a nosotros nos suenan a discurso falangista, a ret¨®rica imperial del franquismo. Es imposible pensar en Pessoa como un fascista estilo Marinetti, ni mucho menos como un po¨¦tico falangista hispano, pero algo hay en su sensacionismo, en esa s¨ªntesis ib¨¦rica espiritual de dos pueblos excesivos. El espa?ol de excesos exteriores, el portugu¨¦s de interiores. El saudosismo que permanece dentro con sus penas, el quijotismo que salta la tapia. Dos complementarios que ¡°s¨®lo separados estamos unidos¡±.
Ese deseo de ser unificadamente diversos, esa manera de separarnos de lo latino para profundizar en lo ib¨¦rico, es algo que sigue perteneciendo al debate sobre que somos, qu¨¦ queremos ser y qu¨¦ desear¨ªamos llegar a ser. Lo repite, casi se enoja por tener que repetirlo ante tanto ignorante o distra¨ªdo, el problema ib¨¦rico no se trata de uni¨®n ni de federaci¨®n, sino solamente de confederaci¨®n: ¡°Un organismo es tanto m¨¢s superior cuanto m¨¢s heterog¨¦neas son las partes que lo componen, cuanto m¨¢s heterog¨¦nea e interdependiente es su unidad¡±.
No estoy seguro de que sus reflexiones ahora pudieran servir de gu¨ªa, ni siquiera para tantos extraviados, perdidos y confundidos habitantes ib¨¦ricos que seguimos asistiendo con estupor a ese enigma que seguimos llamando Espa?a.
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