Brujas del siglo XXI

La aparici¨®n en el a?o 2006 del noruego Joachim Trier fue una bendici¨®n para el cine europeo, principalmente para los que amamos no ya las historias, que tambi¨¦n, sino sobre todo el cine puro, la conjunci¨®n de ideas visuales y sonoras, la experimentaci¨®n con los formatos y las texturas, con el tempo, con las estructuras generales y secuenciales, la provocaci¨®n de emociones a partir de una brillante utilizaci¨®n del lenguaje cinematogr¨¢fico, hasta llevarlo a una nueva dimensi¨®n.

Doce a?os despu¨¦s, y con tres pel¨ªculas formidables detr¨¢s, Reprise (2006), Oslo, 31 de agosto (2011) y El amor es m¨¢s fuerte que las bombas (2015), Trier sigue fiel a su b¨²squeda constante con la notabil¨ªsima Thelma, su primer acercamiento a lo sobrenatural, aunque siendo fiel al tema que domina toda su carrera: la desesperaci¨®n juvenil, el desencanto vital, la explosividad de la turbaci¨®n y la sublime visualizaci¨®n de esos momentos que hielan la sangre, por lo bendito o por lo terrible, a lo largo de una vida a¨²n en sus primeros tiempos.

El concepto al que se ha agarrado Trier esta vez, para llevarlo a su propio terreno, es el de los ataques psicog¨¦nicos: unas convulsiones en principio similares a las de la epilepsia, provocadas por alg¨²n tipo de trauma o experiencia emocional del pasado, y por tanto m¨¢s relacionadas con lo psicol¨®gico que con lo f¨ªsico. A partir de ah¨ª, y adentr¨¢ndose en el territorio de un terror de autor que nunca deja de lado lo social y lo afectivo, el director noruego relata tanto una gran historia de amor como un doloroso relato de locura. All¨ª donde la indefensi¨®n adolescente ante lo incierto de la vida moderna se hace carne, principalmente cuando no se han ofrecido herramientas educativas que ejerzan de freno a los miedos y a los choques.

Con ciertos paralelismos con Carrie (Brian de Palma, 1976), pero tambi¨¦n con Camino (Javier Fesser, 2008), y su protagonista adolescente derrotada por la imponente presencia de un fervor religioso llevado al extremismo, Thelma se hace grande en ese soberbio sentido del espacio de Trier, y en su maestr¨ªa para jugar con los sonidos, la luz y el color, y solo plantea dudas en un desenlace en el que el autor debe elegir entre el componente cient¨ªfico o el sobrenatural, o jugar ambiguamente a ambos, y su elecci¨®n final no parece la m¨¢s convincente.

Eso s¨ª, como ya ocurr¨ªa en sus anteriores pel¨ªculas, Trier lega un pu?ado de im¨¢genes imborrables, de esas de erizar la piel, al tiempo que reflexiona sobre la perdurabilidad de lo ultrarreligioso en sociedades supuestamente avanzadas, capaces de convertir en brujas del siglo XXI a chicas no tan distintas de aquellas a las que quemaban en la hoguera.