El descanso eterno del fil¨®sofo insomne
El fil¨®sofo franc¨¦s muri¨® el mi¨¦rcoles en Par¨ªs a los 78 a?os. Mel¨®mano e insomne, neg¨® la existencia del yo y el individuo
Cl¨¦ment Rosset padeci¨® la enfermedad del sue?o. Seis a?os y 2.000 noches de insomnio que percutieron en su salud hasta torturarlo. Y en su moral, como ¨¦l mismo dec¨ªa en alusi¨®n a los comportamientos an¨®malos que se derivaron de un duermevela insoportable. O soportable, puesto que Rosset consigui¨® sobreponerse a esta maldici¨®n gracias a un novelista ruso.
Y no sabe por qu¨¦. Ignoraba las razones de la enfermedad como ignoraba los motivos de la curaci¨®n. Pero se conmov¨ªa cuando me explicaba, en su modesto domicilio de Par¨ªs, los detalles de la angustia nocturna. Un estado de asfixia. Un cuerpo agarrotado. Una anorexia existencial. Una relaci¨®n atroz, temblorosa con la oscuridad a la que se expon¨ªa desarmado y demacrado.
Trataba de verbalizar el problema, como dicen los terapeutas cursis. Pero Rosset no era ni cursi ni terapeuta. Era un hombre culto, ilustrado. Un lector de Emil Cioran y de Jos¨¦ Bergam¨ªn. Un devoto de Johann Sebastian Bach. Un ap¨®stol de la Olivetti y del vinilo, aunque todos estos recursos no lo preservaron de las pesadillas.
Acert¨® a transcribirlas, entre temblores, en las p¨¢ginas de Traves¨ªa nocturna. Nada que ver con el vuelo de Saint-Exup¨¦ry, sino con un viaje al misterio de la mente, una tierra de nadie y de nada que desdibujaba la conciencia hasta hacerla irreconocible.
"Espero pacientemente a que me sirvan en un restaurante inquero en Palma [de Mallorca] en el que todos los clientes est¨¢n muertos y permanecen inm¨®viles en sus puestos. Algunos de ellos, tambi¨¦n inm¨®viles, en realidad est¨¢n a punto de morir (...) Tras este sue?o aterrador y tan claro, dos horas de agitaci¨®n hasofinesca. Ritmo m¨¢s bien sosegado, pero con una intensa tonalidad de grisalla y desolaci¨®n", escrib¨ªa Rosset.
Era un descanso agotador. Un semi-insomnio depresivo que conduc¨ªa a una especie de astenia diurna. Creo que Cl¨¦ment? Rosset recurr¨ªa al lenguaje t¨¦cnico y cient¨ªfico porque necesitaba distanciarse de su propio conflicto. Que era suyo como anta?o lo fue de Francis Scott-Fitzgerald y de William Styron. Ambos hab¨ªan experimentado la mal¨¦fica agitaci¨®n. Y hab¨ªan intentado exorcizarla ¡ªel verbo me parece adecuado¡ª con sus propios escritos.
Supusieron para Cl¨¦ment un cierto conforto. Pensaba que El crack-up, de Fitzgerald, y Esa visible oscuridad ,de Styron, tanto retrataban su propia experiencia como aportaban a la enfermedad una reputaci¨®n intelectual. Un espacio semion¨ªrico. Una experiencia alucinatoria y descarnada, como si Rosset vagara en un tr¨ªptico de El Bosco, atormentado por las monstruosas criaturas que describi¨® Rafael Alberti en aquel poema lis¨¦rgico: barrigas, narices, lagartos, lombrices, delfines volantes, orejas rodantes, ojos boquiabiertos, escobas perdidas, barcas aturdidas, v¨®mitos, heridas, muertos.
Y entonces decidi¨® Clement confiarse a su propia experiencia. Conocerla mejor que a s¨ª mismo. Analizarla. Trasladarla a un memorial, describir como un notario el c¨ªrculo vicioso del insomnio. Sue?os aterradores. Agitaci¨®n. Desolaci¨®n. Un hundimiento energ¨¦tico. Una contradicci¨®n: Cl¨¦ment sufr¨ªa de nada. Y sufr¨ªa mucho, desahuciado como estaba por los doctores.
El paciente no encontraba reposo en la m¨²sica. Fi¨®dor Dostoievski, en cambio, le propuso sumergirse en un espacio imaginario que fue suplantando la realidad de las pesadillas. El tiempo no cura las cosas, dec¨ªa Cl¨¦ment. Las cosas se mitigan con nuevos est¨ªmulos. Algunos son tan eficaces como enamorarse (Michel de Montaigne). Otros pueden encontrarse viajando entre las p¨¢ginas de El jugador y asistiendo a la revelaci¨®n de Crimen y castigo.
Un novelista ruso cur¨® a Cl¨¦ment. Pero nunca le hab¨ªa perdido el miedo a esa experiencia tan cotidiana y prosaica de meterse en la cama. Prefer¨ªa un sudario a las trampas esponjosas de unas s¨¢banas traicioneras. Rosset nunca volver¨¢ a despertarse. Se merec¨ªa el sue?o eterno.
Cl¨¦ment Rosset fue uno de los fil¨®sofos m¨¢s preclaros y coherentes de nuestro tiempo. Quiz¨¢ porque hab¨ªa perseverado durante medio siglo en teorizar la yuxtaposici¨®n de lo real y su doble, entendiendo el primer concepto como aquello que se nos presenta desprovisto de fines o de contenidos.
No conduce a ninguna parte duplicar esa realidad, mucho menos cuando lo hacemos para escapar de la finitud, para conjurar el dolor, para regatear la desgracia y para escapar del cementerio. "Nada m¨¢s fr¨¢gil que la facultad humana de admitir la realidad, de aceptar sin reservas la imperiosa prerrogativa de lo real", me explicaba Rosset en el escritorio espartano de su despacho. Podr¨ªa deducirse de semejante principio un pesimismo enfermizo, pero Rosset se diferencia del maestro Cioran en que la aceptaci¨®n de lo real conduce a celebrar la existencia como escenario ¨²nico de la alegr¨ªa.
Alegr¨ªa, claro, en la oscuridad. De hecho, el fil¨®sofo franc¨¦s, amigo de Althusser y allegado de Lacan, reconoc¨ªa que una de las claves del camino vital puede encontrarse en el Don Giovanni?de Mozart como paradoja de un "drama jocoso". Influye que Rosset sea un mel¨®mano enciclop¨¦dico. Conoc¨ªa en profundidad la m¨²sica de Falla, amaba la jota y le entusiasmaba el folclore balear.
Su padre tuvo un v¨ªnculo con la Espa?a republicana, sus hermanas nacieron al sur de los Pirineos y ¨¦l mismo conservaba una casa en Mallorca, donde hab¨ªa encontrado su propio refugio. All¨ª termin¨® uno de sus ¨²ltimos libros, Loin de moi?(Lejos de m¨ª), convencido de destronar a Hume en su visi¨®n distorsionada de la condici¨®n humana.
"No existe ni el yo ni el individuo. Solo existe el yo social", proclamaba Rosset con la media sonrisa de quien entendi¨® la iron¨ªa como una manera de sobrevivir en la tierra.
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