La bendici¨®n de La Chana
Me encuentro con la bailaora no para hacerle una entrevista, sino para verla en tres dimensiones y para escuchar la cadencia b¨ªblica de su voz
Aqu¨ª estoy, en el recibidor de un hotel pr¨®ximo a Atocha, esperando a La Chana, la bailaora, la proclamada por el mundo flamenco como la Reina. No vengo a hacerle una entrevista, solo quiero verla en tres dimensiones, escuchar la cadencia b¨ªblica de una voz que tan agudamente explica su arte en el magn¨ªfico documental que la croata Lucija Stojevic rod¨® hace dos a?os sobre ella. Podr¨ªa decir, perdiendo el miedo a ser trascendente o infantil, que he venido a que La Chana me d¨¦ la bendici¨®n. ?Qu¨¦ otra cosa espero si no de una persona que me sobrecogi¨® en viejas grabaciones televisivas y a la que he acabado de conocer en la biograf¨ªa, La Chana. Bailaora (Capit¨¢n Swing), que firman ella misma, Antonia Santiago Amador, y la especialista en flamenco Beatriz del Pozo?
Espero su llegada y la imagen que tengo en mente es la de una foto de estudio que le hicieron cuando ten¨ªa solo 10 a?os, en 1956. A esa gitanita rubia de?l'Hospitalet de Llobregat le queda solo un a?o para comenzar a trabajar en una f¨¢brica, vive en una casa sin agua ni luz y desde muy chica ha visto bailar rumbas alrededor de la hoguera donde se cocina el puchero. Intuye que la rumba responde a un comp¨¢s demasiado simple para lo que a ella le gustar¨ªa bailar. Un d¨ªa, escucha en la radio al cantaor Pepe Pinto interpretando una seguiriya y cuando se va a la cama, de lo nerviosa que est¨¢, no puede conciliar el sue?o. Se tapa la cara para concentrarse en lo que anda buscando: el comp¨¢s del palo m¨¢s complicado del flamenco. Y as¨ª, moviendo los pies entre las s¨¢banas, lo encuentra. Al d¨ªa siguiente, se cuela en una obra, afana dos ladrillos y se hace su primer tablao: en ese espacio diminuto, sobre el que ha de guardar el equilibrio, y con alpargatas porque no hay zapatos. Su t¨ªo, el Chano, observa lo que la cr¨ªa ha descubierto, ella solica, sin poder guiarse nada m¨¢s que por un o¨ªdo privilegiado que absorbe el ritmo, lo hace suyo y lo traduce en un taconeo fulgurante y salvaje. Esa es la criatura de aquella foto, que parece mayor de lo que es, porque le han dibujado rabillos en los ojos y pintado esos labios carnosos que parec¨ªan destinados a responder al mundo con una sonrisa. Pero la sonrisa le fue negada durante muchos a?os. Al t¨ªo Chano le result¨® muy dif¨ªcil convencer a los padres de que dejaran a la ni?a bailar en p¨²blico; a fin de que cedieran, prometi¨® someterla a una estrecha vigilancia para preservar su honra. Era muy habitual entonces que una vez que la Anto?eta, ya convertida en Chana, hubiera bailado su t¨ªo la encerrara bajo llave para evitar que anduviera con unos o con otros. Cuando bailaba era libre; el resto del tiempo, una ni?a prisionera. A los 17 a?os empez¨® a rondarla un guitarrista, al que ella se refiere en el libro como X, y la rob¨®: robarla significaba en la ley gitana llev¨¢rsela una noche para hacerla suya para siempre.
La Chana entra en trance cuando baila. Ella lo explica de una manera exacta: actuar es como entrar en un laberinto donde se hacen realidad todos sus deseos ¨ªntimos; por una puerta accedes a un espacio de brillantes; por la otra, de zafiros; all¨ª hay perlas y esmeraldas, y ella sumergi¨¦ndose en esa irrealidad, sabi¨¦ndose en un lugar entre el cielo y la tierra. Cada espacio imaginado se corresponde con una secuencia de taconeo. Ese bailar siguiendo una historia interior sensual y envolvente es una definici¨®n pura del ¨¦xtasis, un estado mental que se desvanec¨ªa en aquellos a?os crueles en cuanto sonaban los aplausos.
Al bajar del escenario ven¨ªan las palizas brutales, las humillaciones y la entrega total del dinero ganado. Cuando estaba en lo m¨¢s alto, el hombre que se convirti¨® en su amo no pudo soportar los celos y la retir¨® del baile. Como dice Antonio Canales, ella tuvo la gloria y el dinero a los que una gitana de su clase no pod¨ªa aspirar, pero la alianza de un hombre malo y una moralidad asfixiante le arrebataron todo menos el talento y la fe en Cristo. Cuando se libr¨® del tipo, que trabajo cost¨®, volvi¨® a bailar. No ha habido desde Carmen Amaya una mujer que haya irrumpido en la escena del baile como ella. Su percusi¨®n es tan vertiginosa que a veces rinde a los palmeros y a los guitarristas. Ya no puede bailar de pie. Baila sentada. Y c¨®mo. Sus piernas est¨¢n destrozadas de haber roto tantos zapatos pero el comp¨¢s no la abandona. Ahora est¨¢ recibiendo su recompensa. Hoy le imponen la medalla del Instituto de Cultura Gitana y esta semana act¨²a en Nueva York.
Viene a mi encuentro. La encuentro m¨¢s joven que en el cine. Le hablo de su retrato de ni?a. Tiene la misma cara p¨ªcara. Me dice, siempre he sido muy coqueta. Y, oye, no se me pasa. Le digo, yo no he venido por nada, solo por gusto. Y entonces, de pronto, taconea. Y como ve que tiemblo, que me emociono, me toma la mano y me bendice. Como yo esperaba.
Babelia
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