Las ¨²ltimas estrellas del rock aut¨¦nticas
The Strokes no solo luc¨ªan como la perfecta banda; tambi¨¦n ol¨ªan a ello
El secreto est¨¢ en el t¨ªtulo. Cierto que Meet Me in the Bathroom ¡ªen espa?ol, Nos vemos en el ba?o (Neo Person)¡ª est¨¢ justificado. Hist¨®ricamente, es el t¨ªtulo de un tema del segundo ¨¢lbum de los Strokes. Y sociol¨®gicamente, aseguran que all¨ª hubo muchas drogas y bastante sexo tipo aqu¨ª-te-pillo-aqu¨ª-te-mato.
Uno sospecha que se impuso la voluntad de la editorial o los peores instintos de la autora, Lizzy Goodman. Inicialmente, su tomo se iba a llamar The Last Real Rock Stars y eso s¨ª que promet¨ªa: indagar sobre la carest¨ªa de grupos de impacto generacional, funcionando sobre las ruinas de una industria musical tan malvada como necesaria, con un p¨²blico atomizado y perdido en el laberinto de espejos de Internet.
Esencialmente, Nos vemos en el ba?o cubre el movimiento musical que emergi¨® en Nueva York durante la primera d¨¦cada del presente milenio. Tal vez recuerden algunos nombres punteros: los Strokes, LCD Soundsystem, los Yeah Yeah Yeahs, Interpol. Muchos de ellos, grupos (mal)criados en Manhattan, gracias a padres millonarios, generosos y tolerantes. Y la respuesta de colegas obligados a vivir en Brooklyn, amurallados en el ascetismo y la seriedad: The National, TV on the Radio, Dirty Projectors, Vampire Weekend...
El resultado es un libro enorme (700 p¨¢ginas) y jugoso, abundante en an¨¦cdotas, maldades, arreglos de cuentas, actos de contrici¨®n, cotilleos de cama. No faltan los ¡°malos¡±: Ryan Adams, James Murphy est¨¢n esbozados con tintas siniestras. T¨¦cnicamente, Nos vemos en el ba?o recurre a la estructura coral desarrollada por Jean Stein y George Plimpton para narrar el rel¨¢mpago que fue Edie Sedgwick. La Sedgwick hizo poco m¨¢s que brillar y eclipsarse pero Edie (Circe Ediciones) describ¨ªa implacable la corte de Warhol, otra legendaria escena neoyorquina.
Algo similar ocurre con Nos vemos en el ba?o. El protagonismo principal corresponde a The Strokes, quinteto de look impecable que deslumbr¨® a sus coet¨¢neos, antes de perderse en un remolino de drogas, crisis de identidad, frustraci¨®n creativa. Su gancho, ay, disminu¨ªa seg¨²n se alejaban de los grandes reductos hipster (estoy recordando su desoladora presentaci¨®n en la Riviera madrile?a, all¨¢ por 2002).
No eran, como algunos cre¨ªan, la nueva Velvet Underground. Recordaban m¨¢s, que nadie se ofenda, a los Monkees: tipos perfectamente vestidos y peinados, de acuerdo con el zeitgeist de la ¨¦poca. Ya, los Monkees no tocaban ni compon¨ªan en sus primeros discos pero, haciendo balance, ten¨ªan mejores canciones. Por su parte, los Strokes se mov¨ªan inseguros, conscientes de haber ganado la loter¨ªa: se beneficiaban de aquellos hypes que articulaba el New Musical Express y otros medios brit¨¢nicos necesitados de mitificar nombres frescos.
Habitaban los Strokes en un microclima de adoraci¨®n ciega: no solo luc¨ªan como las perfectas estrellas del rock, es que ¡ªse nos informa aqu¨ª emocionadamente¡ª incluso ¡°ol¨ªan a rock stars¡± (lamento informar que cualquier grupo en gira termina apestando a lo mismo).
Hoy hasta dudamos si su vandalismo, su hedonismo kamikaze eran decisiones personales o automatismos de obligado cumplimiento para aspirantes a leyendas del rock (en un tiempo donde, adem¨¢s, una temporada de desintoxicaci¨®n era otra aceptable opci¨®n m¨¢s). Con todo, los Strokes despiertan hoy nuestra simpat¨ªa y comprensi¨®n. Tienen menos excusas sus compa?eros m¨¢s listos, incapaces de reaccionar ante la barbarie del 11-S y la respuesta estadounidense.
?Entendieron lo que estaba pasando a su alrededor? Pod¨ªan invocar la honrosa tradici¨®n bohemia de Nueva York pero no parec¨ªan advertir que Giuliani, Bloomberg y dem¨¢s buitres municipales quer¨ªan transformar Manhattan en una reserva para millonarios y turistas, sin hueco para las artes vivas (la gentrificaci¨®n, ya saben, son los dem¨¢s).
Puede que, efectivamente, esta fuera la ¨²ltima escena rock potente, tras el grunge y el britpop. Sin embargo, hasta la Goodman advierte la exig¨¹idad de la cosecha neoyorquina. As¨ª que suma a forasteros indiscutibles, como los White Stripes, y endebles (Kings of Leon, The Killers); entran con calzador representantes de pa¨ªses lejanos (Suecia, Escocia, Australia). Si hubiera incluido a los Black Keys, oiga, hasta nos habr¨ªa salido un movimiento apa?adito.
Babelia
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