Milos Forman y el malentendido de "Amadeus"
La gran pel¨ªcula del difunto cineasta consolida y estiliza el mito de una rivalidad demoniaca
La muerte de Milos Forman ha reanimado la rivalidad entre Mozart y Salieri?que estiliz¨® el propio cineasta checo en Amadeus, una pel¨ª?cula asumida en el "mainstream" como dogma hist¨®rico. Y que corrigi¨® en 2016 el hallazgo de una cantata escrita por ambos a la gloria de la soprano inglesa Nancy Storace. Que reaparec¨ª?a entre los mortales despu¨¦s de cuatro meses de indisposici¨®n.
El documento hallado en Praga era una prueba objetiva, concreta, que contradec¨ªa en otras razones, el artificio de la rivalidad perfecta. Contribuy¨® a fomentarla la demencia del propio Salieri atribuy¨¦ndose en la vejez el delito de haber envenenado a Mozart, pero este embri¨®n necesario en la armadura de la leyenda negra no progres¨® en la historia ni a la musicolog¨ª?a, sino en la literatura.
Pushkin escribi¨® en 1830 Mozart y Salieri recre¨¢ndose en la exaltaci¨®n del antagonismo -el genio y el currante, el iluminado y el abnegado, el divino y el mundano-, del mismo modo que Rimski-Korsakov escribi¨® una ¨®pera (1897) con el mismo t¨ª?tulo y parecidas intenciones, pero fue el dramaturgo Peter Schaffer quien revisti¨® el mito de efectismo y sensacionalismo en 1979, predisponiendo, sin imaginarlo entonces, el delirio de manique¨ªsmo en que incurre Milos Forman.
Y no es cuesti¨®n de reprocharle los dislates con la historia ni las escenas demoniacas, ninguna tan pintoresca como aquella en que Salieri arroja un crucifijo al fuego, renegando de Mozart como hijo de Dios. Su responsabilidad consist¨ª?a en concebir una gran pel¨ª?cula. Tan grande que Amadeus reuni¨® ocho Oscars. Tan grande que el filme en cuesti¨®n ha engendrado dos caricaturas de arquetipo: la frivolidad de Mozart y la envidia de Salieri, como si la m¨²sica que escribieron no los definieran lo suficiente.
Cada vez que reaparece el "caso" -ahora lo ha hecho por la muerte de Forman- , me acuerdo de algunas conversaciones que mantuve con H.C.Robbins Landon, arist¨®crata music¨®logo e historiador bostoniano entre cuyos grandes m¨¦ritos destaca haber reconstruido los ¨²ltimos a?os de Mozart, elaborando un ant¨ª?doto contra las aberraciones hist¨®ricas de Amadeus. Entre ellas, los avatares de la escritura del Requiem y las razones -meteorol¨®gicas, log¨ª?sticas- por las que no pudo identificarse la tumba del compositor. Schaffer y Forman dieron un destino atroz a Mozart. Lo echaron a una fosa com¨²n, insistiendo, claro, en un malditismo impostado y hasta grotesco, de acuerdo con el cual Amadeus fue un compositor incomprendido (??) que acaso resucitar¨ªa al tercer d¨ª?a.
Hizo bien Cecilia Bartoli en organizar una campa?a de rehabilitaci¨®n de Salieri. Hizo bien en multiplicarse con su criterio y su calidad, recordando que el compositor italiano inaugur¨® la Scala -L'Europa riconsciuta-, tuvo una posici¨®n predominante en el canon del clasicismo y fue un pedagogo entre cuyos alumnos anduvieron un hijo de Mozart, Schubert y un compositor de Bonn al que a partir de ahora llamaremos Beethoven.
?Qu¨¦ razones justificaron el olvido? M¨¢s all¨¢ de las modas, del rumbo arbitrario de la musicolog¨ªa o de las leyendas negras, Cecilia Bartoli sospechaba que Salieri vivi¨® demasiados a?os. "Su modo de comprender la m¨²sica, en los t¨¦rminos del clasicismo, se encontr¨® aislada al irrumpir el romanticismo. No ten¨ªa m¨¢s que a?adir y su ejemplo fue olvid¨¢ndose paulatinamente", explicaba la catante.
El Instituto del Cine Americano otorga a Amadeus el n¨²mero 53 en la lista de las cien mejores pel¨ªculas de la historia. Se merece la posici¨®n, probablemente, pero la pel¨ªcula comporta toda suerte de tergiversaciones. Son leg¨ªtimas en cuanto un filme no tiene por qu¨¦ ajustarse a las evidencias. Y son peligrosas porque se arraigan entre los dogmas de la fragil¨ªsima cultura audiovisual. Desde la rivalidad enfermiza de Antonio Salieri hasta el mito seg¨²n el cual el compositor italiano se habr¨ªa vengado encarg¨¢ndole su propio R¨¦quiem.
No s¨¦ cu¨¢ntas veces he estado en Salzburgo, peo s¨ª? puedo contar las que estuve en Legnago. Una vez. Un viaje en honor de Salieri. Porque all¨ª naci¨®. Y porque all¨ª? los comerciantes tratan de sacarle partido a la leyenda negra de su vecino ilustre, conscientes como son de que ni las evidencias hist¨®ricas ni las apariciones de documentos tan reveladores como la cantata escrita al alim¨®n van a modificar la corpulencia de una pirueta iniciada por Pushkin y coronada en Hollywood. Me lo dec¨ªa Robbins Landon: "La vida de Mozart no alcanzar¨ª?a a conquistar ocho estatuillas". Y esa es la paradoja. La hip¨¦rbole de Milos Forman ha sido despiadada con Salieri, pero no menos despiadada con la figura de Mozart. Y con el actor que lo interpret¨®, Tom Hulce, sepultado desde entonces a diferencia, compensatoria, de Murray Abraham.
Babelia
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