El deseo y la culpa
La reivindicaci¨®n de Scorsese como el mejor director de cine de nuestro tiempo no puede ser m¨¢s oportuna
Conozco a Scorsese como cineasta desde que ten¨ªa 11 a?os, cuando vi la magistral Taxi Driver. Un nuevo mundo se abr¨ªa ante m¨ª, lleno de im¨¢genes de una potencia inaudita, personajes prodigiosos, convulsos, inestables, mundos cinematogr¨¢ficamente desconocidos, cargados de una violencia y una verdad sin referentes. Recuper¨¦ Malas calles confirmando un estilo ¨²nico, visceral, sin l¨ªmites, donde la religi¨®n y la moral combaten contra el sinsentido de una realidad enga?osa, impuesta por una sociedad incapaz de reconocer la existencia de lo otro, del monstruo que llevamos dentro.
La reivindicaci¨®n de Scorsese como el mejor director de cine de nuestro tiempo no puede ser m¨¢s oportuna, en estos a?os donde la correcci¨®n pol¨ªtica y la domesticaci¨®n del arte est¨¢ convirti¨¦ndose en un peligro que amenaza las bases sobre las que se sustenta la creatividad, la libertad de expresi¨®n y la cultura. Las pel¨ªculas de Scorsese son tratados de ¨¦tica. Es un director que nos coloca en lugares moralmente inc¨®modos, porque nos ense?a sin tapujos el tremendo disfrute que el mal proporciona a los que lo ejercen. Nos explica que las cosas no son como nos las cuentan, que la violencia, el dolor y el exceso forman parte indisoluble de los m¨¢s profundos instintos del ser humano y que negarlo solo nos empuja precisamente a la sinraz¨®n que la racionalidad se empe?a en rechazar. Scorsese es un moralista, un hombre profundamente religioso que viaja en cada pel¨ªcula a su propio infierno para buscar inspiraci¨®n (y redenci¨®n).
All¨ª juega con el deseo, con el pecado, con lo que m¨¢s queremos y tememos: descubrirnos a nosotros mismos como culpables. Somos culpables porque nos gustan sus pel¨ªculas y amamos a sus personajes. Culpables porque entendemos las motivaciones de los protagonistas, les apoyamos y disfrutamos con sus deleznables cr¨ªmenes. Y entonces viene la culpa, el horror del final del segundo acto, cuando empezamos a sufrir las consecuencias de ese tremendo viaje. El peso de la ley cae sobre nosotros, empuj¨¢ndonos al arrepentimiento. Nos obliga a traicionar a nuestros amigos, a ese pasado fren¨¦ticamente divertido del que nos sent¨ªamos tan orgullosos, y que sin embargo, acaba destruy¨¦ndonos.
El tercer acto se presenta como una pretendida liberaci¨®n. Pagamos por lo que hemos hecho, y parece que la conclusi¨®n conduce a un final feliz. Las cosas vuelven a su cauce, y la sociedad puede dormir tranquila. Pero ah¨ª Scorsese toma un rumbo nuevo, que pocos se han atrevido a elegir. Nos dice que esa felicidad es amarga. Nos ense?a que la traici¨®n no merece la pena. En el fondo de nuestro coraz¨®n sabemos que esa estabilidad prometida es el verdadero infierno, la muerte en vida. Las Vegas invadida por la tercera edad, la mirada de Ray Liotta desde su tr¨¢gico apartamento para testigos protegidos, o Di Caprio impartiendo clases a lamentables aprendices de br¨®ker. La vida solo merece la pena ser vivida sin l¨ªmites, aunque eso te condene a la destrucci¨®n. Es un mensaje sobrecogedoramente amoral, pero aleccionador para todos los que no hemos tenido el valor de afrontarlo. Para eso sirve el cine, para vivir vidas que no son la nuestra. Dios bendiga la sinceridad de este hombre, y su inabarcable valent¨ªa.
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