Schubert contra Schubert
Bastaron los compases iniciales para constatar que ¨ªbamos a ser testigos de uno de esos conciertos llamados a perdurar en la memoria para siempre
De entrada, parec¨ªa un dilema irresoluble. El azar hab¨ªa querido que el martes se celebraran en Madrid, pr¨¢cticamente a la misma hora, dos de esos conciertos que ning¨²n buen aficionado querr¨ªa perderse. Ambos ¨²nicamente con m¨²sica de Franz Schubert y nacida en gran parte el ¨²ltimo a?o de su vida, 1828. En uno de ellos debi¨® de bordearse la cancelaci¨®n, porque el pianista que iba a acompa?ar en el Teatro de la Zarzuela al bar¨ªtono Matthias Goerne en la interpretaci¨®n de la colecci¨®n p¨®stuma de canciones Schwanengesang, Markus Hinterh?user, hubo de ser sustituido in extremis por el magn¨ªfico Alexander Schmalcz. Adem¨¢s, Goerne conclu¨ªa con este recital su residencia en el Centro Nacional de Difusi¨®n Musical durante esta temporada. ?Y existe mejor final para casi cualquier cosa que sumergirse en los abismos de Der Doppelg?nger?
En el Auditorio Nacional tocaba Radu Lupu, hospitalizado hasta hace un par de semanas, con la salud quebrada y muy envejecido a sus 72 a?os. Lleg¨® hasta el piano arrastrando los pies m¨¢s que andando y se sent¨® en su eterna silla con visibles s¨ªntomas de rigidez (luego supimos que tambi¨¦n de dolor), apoyando su maltrecha espalda en el respaldo. Y empez¨® a tocar los seis Momentos musicales del compositor austr¨ªaco. Bastaron los ocho compases iniciales del primero ?m¨²sica sencilla, al alcance de un estudiante primerizo de piano? para que el dilema quedara atr¨¢s, para borrar cualquier asomo de duda sobre la decisi¨®n tomada y para constatar que ¨ªbamos a ser testigos de uno de esos conciertos llamados a perdurar en la memoria para siempre. Luego vuelve a mirarse la partitura, escrutando con atenci¨®n esos ocho compases, el n¨²mero prescrito por la ortodoxia cl¨¢sica, para intentar comprender qu¨¦ hizo Lupu para convertirlos en un milagro. Un un¨ªsono inicial, un comp¨¢s en solitario de la mano derecha, una sucesi¨®n de acordes sobre un dise?o ascendente en la mano izquierda, una indicaci¨®n pianissimo, una modulaci¨®n, un crescendo, un acento fugaz en una disonancia, la resoluci¨®n final y vuelta a empezar. Lo que en otras manos suena corriente, ordinario, Lupu lo convirti¨® en trascendente, en extraordinario, en preludio de una interpretaci¨®n como jam¨¢s hab¨ªamos o¨ªdo ni, previsiblemente, volveremos a o¨ªr. Quiz¨¢ ni siquiera ¨¦l mismo vuelva a tocarlo nunca as¨ª.
M¨¢s all¨¢ de detalles t¨¦cnicos (las infinitas gradaciones din¨¢micas, virtualmente inagotables, las modulaciones con una vida propia, la comprensi¨®n de las enarmon¨ªas, la presencia constante y certera de la mano izquierda, el empleo juicioso del pedal), la explicaci¨®n radica m¨¢s all¨¢ de las notas, en la idea que debe sustentar toda interpretaci¨®n para lograr que la m¨²sica cobre vida sonora como un todo coherente y unitario, como un continuum significante y sin cesuras (Lupu enlaz¨® incluso con frecuencia el ¨²ltimo acorde de una pieza con el primer comp¨¢s de la siguiente). Y cuando esa idea se impone, dedos, teclas, cuerdas, macillos, pedales, ac¨²stica, da igual cu¨¢nto alarguemos la lista: todo es accesorio y, de hecho, parece no existir. Aun el tercer Momento musical, machaconamente banalizado por tantos pianistas, son¨® transfigurado en la honda y melanc¨®lica recreaci¨®n de Lupu.
Obras de Franz Schubert. Radu Lupu (piano). Auditorio Nacional, 8 de mayo.
En la Sonata D. 784 solo falt¨® la repetici¨®n de la exposici¨®n del primer movimiento para que todo volviera a ser perfecto, pero es disculpable, porque el rumano nos visitaba con las fuerzas justas y no pod¨ªa permitirse dispendios (ya hab¨ªa omitido tambi¨¦n la repetici¨®n en el quinto Momento musical). Da igual que fallara notas, especialmente en los vertiginosos arpegios ascendentes del Allegro vivace final, y de manera clamorosa en los ¨²ltimos compases, en los que ¨¦l mismo se vio al borde del precipicio. Nada pudo empa?ar de nuevo la magnificencia del sustancial edificio que, piedra a piedra, hab¨ªa ido levantando ante nosotros, sin un solo aspaviento. Y el prodigio volvi¨® a repetirse en la Sonata D. 959, hermana en el tiempo del Schwanengesang que estaba sonando en ese momento en otra parte de Madrid. La coda del primer movimiento (de nuevo sin repetici¨®n de la exposici¨®n), la brutal contraposici¨®n de las tres secciones del Andantino, la v¨ªvida articulaci¨®n del Scherzo y la f¨¦rrea y precisa coherencia a lo largo de los 382 compases del exigent¨ªsimo rond¨® final volvieron a dejar al p¨²blico conmocionado. Tampoco hubo rutina en sus aplausos y sus v¨ªtores, como delataban las caras de emoci¨®n de muchos. Y, ante un auditorio rendido ante su arte, Lupu no cay¨® en la trampa del absurdo carrusel de propinas. Toc¨® ¨²nicamente, de nuevo como un dios, el Impromptu en La bemol mayor de la segunda colecci¨®n. De Schubert, por supuesto.
Ruman¨ªa ha visto nacer a algunos de los m¨²sicos m¨¢s geniales del siglo XX: George Enescu (el m¨¢s grande de todos, al decir de Yehudi Menuhin), Dinu Lipatti, Sergiu Celibidache y, por supuesto, Radu Lupu. Este bebi¨® en su educaci¨®n de las fuentes que nutrieron al propio Lipatti (Florica Musicescu) y a Sviatoslav Richter y Emil Gilels (Heinrich Neuhaus). Muchos recordaremos siempre este 8 de mayo, en el que Lupu pareci¨® superior a todos, habitante de un olimpo inalcanzable para cualquier otro: logr¨® elevarse tan alto que pareci¨® ¡°trascender lo material y penetrar en el pensamiento puro¡±, como escribi¨® Hindemith de Bach. Dejando atr¨¢s cualesquiera limitaciones f¨ªsicas, su esp¨ªritu pudo m¨¢s que su cuerpo. Lupu contra Lupu.
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