Una desaparici¨®n

Liberado de su funcionalidad primigenia para ubicar la situaci¨®n de una escena, un plano general puede reciclarse para usos sumamente inquietantes. As¨ª lo entendi¨® el Michael Haneke de Cach¨¦ (2005), cuyo ¨²ltimo plano era toda una incitaci¨®n a que el espectador se dejase llevar por su mirada paranoica, detectando signos donde quiz¨¢ no los hab¨ªa. En Pororoca del rumano Constantin Popescu ¨Cuno de los participantes en la colectiva Historia de la edad de oro (2009)-, un plano general muta para convertirse en un plano secuencia de quince minutos, progresivamente angustioso, finalmente irrespirable, que culmina en el rostro de un padre llamando a la polic¨ªa para avisar de la desaparici¨®n de su hija. La gradaci¨®n ha sido, realmente, portentosa: durante buena parte del tiempo, la c¨¢mara se ha mantenido fija, con la ni?a entrando y saliendo del plano y el padre, sentado en un banco, hablando por tel¨¦fono, mientras, al fondo, un tipo discute con un par de ancianas que le recriminan que est¨¦ paseando a su perro por la zona infantil.

Las se?as de identidad de la nueva ola rumana se ponen aqu¨ª al servicio de una pesadilla de desintegraci¨®n familiar, activada por esa azarosa desaparici¨®n que convierte al padre en una suerte de investigador privado cegado por la obsesi¨®n. Pororoca levanta acta de la fr¨¢gil naturaleza de una subjetividad cuando una ausencia empieza a infectarlo todo. El protagonista Bogdan Dumitrache, que ya estuvo admirable en Madre e hijo (2013), afronta su papel como un Orfeo sin billete de vuelta.