?Se puede entrevistar a los miembros de La Manada?
Las entrevistas inc¨®modas pueden hacerse en su relevancia informativa siempre y cuando se preserven los principios deontol¨®gicos
Confiesa uno haber entrevistado a Mehmet Ali Agca en una c¨¢rcel de Ancona, incluso haber puesto la grabadora delante de Issey Sagawa, a quien llamaban el ogro en Francia porque asesin¨® y devor¨® a una estudiante holandesa. Confiesa uno haber entrevistado a Abdal¨¢ Ocalan, confinado como ¨²nico preso en la isla de Imrali porque Turqu¨ªa lo considera el mayor terrorista de su historia contempor¨¢nea.
Y confiesa uno haber intentado entrevistar a Carlos, el Chacal. Y que me hubiera gustado hacerle preguntas a Bin Laden y a Pol Pot, igual que s¨ª pude hac¨¦rselas a Milosevic, cuyo infarto coronario malogr¨® que lo condenaran oficialmente por el genocidio bosnio.
Vienen a cuento unos y otros extremos para aludir al debate y a la indignaci¨®n que ha suscitado en las redes sociales la posibilidad de que los miembros de La Manada circulen en la noria de los plat¨®s televisivos. La psicosis de la sociedad abjura de reconocerlos delante de una c¨¢mara y convoca al boicot de los anunciantes, pero urge aclarar que el inter¨¦s period¨ªstico de un santo o de un monstruo no identifica al eventual redactor ni con sus milagros ni con sus aberraciones. Y que las entrevistas inc¨®modas pueden hacerse y hasta deben hacerse en su relevancia informativa -si la hay- siempre y cuando se preserven los principios deontol¨®gicos. El peligro ser¨ªa ofrecerse a su propaganda. O remunerarlos como cach¨¦ y garant¨ªa del espect¨¢culo. O cultivar el amarillismo para garantizar la audiencia.
Los lobos de La Manada revisten mayor inter¨¦s desde el punto de vista informativo que el antrop¨®fago Sagawa, cuya voluntad de redimirse atribu¨ªa a la pena de muerte el lugar de un castigo demasiado liviano respecto al escarmiento de la atrocidad que hab¨ªa cometido. Dec¨ªa que se arrastraba, que se atormentaba y que su vida equival¨ªa a la de un fantasma insomne, pero el ogro antrop¨®fago nip¨®n prodigaba al mismo tiempo best sellers propicios a la amalgama gore de la perversidad y la escabrosidad.
Sagawa era un monstruo, podemos estar de acuerdo, siempre y cuando convengamos que su p¨²blico, sus espectadores y sus lectores no son una creaci¨®n del can¨ªbal, sino una realidad sociol¨®gica que se manifiesta cuando la retratamos con un espejo.
Se entiende que las eventuales entrevistas a los miembros de La Manada pueda cuestionarse desde la sensibilidad y desde la indignaci¨®n ciudadana. Discrepo que pretenda neutralizarse desde la hipocres¨ªa moralista, desde la tentaci¨®n tutelar hacia al ciudadano ¡°menor de edad¡±, o desde el escr¨²pulo period¨ªstico. Y preocupa que la aparici¨®n cat¨®dica dependa en ¨²ltimo t¨¦rmino de la represalia que puedan adoptarse hacia los anunciantes o la que puedan ejercer estos ¨²ltimos, apelando al paternalismo y a la responsabilidad civil de una sociedad inmadura y de una prensa demag¨®gica que teme convertir a los lobos en la entrevista m¨¢s vista del a?o.
Puede que los miembros de La Manada hayan explorado la peor versi¨®n de la condici¨®n humana, pero no ser¨ªa un consuelo que la sociedad reaccionara exponiendo lo peor de s¨ª misma en los extremos del linchamiento y del histerismo medi¨¢tico.
Entrevistar a los miembros de La Manada obliga a un ejercicio de responsabilidad. No hacerlo suscita la tentaci¨®n del apag¨®n informativo o de la anestesia, m¨¢s todav¨ªa en un caso nuclear de violencia de g¨¦nero cuya repercusi¨®n se ha convertido en un debate nacional de extraordinarias ramificaciones, incluidas la reforma del C¨®digo Penal, el crep¨²sculo del macho impune y la eclosi¨®n del movimiento feminista.
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