La escritora y cr¨ªtica Fran Lebowitz evoca el Nueva York de los setenta y ochenta
La humorista y comentarista cultural dialaga con la marchante de arte neoyorquina Gracie Mansion en la 'LOEWE Conversations'
Dispuesto como un elegante sal¨®n, con dos c¨®modas butacas y una alfombra, el escenario del auditorio del Palacio de Linares en Madrid recibi¨® el mi¨¦rcoles por la tarde un interesante pedazo de Nueva York. De esa ciudad suele decirse que nunca duerme, y cabr¨ªa a?adir que nunca calla, a juzgar por la animada charla que, trasplantadas desde el otro lado del Atl¨¢ntico, mantuvieron la escritora Fran Lebowitz, y la galerista Gracie Mansion. El director creativo de Loewe, J W Anderson, las present¨® aludiendo al documental que Martin Scorcese dedic¨® a Lebowitz Public Speaking. Aquel filme, asegur¨® el dise?ador, le demostr¨® que todo puede ser discutido y rebatido, una lecci¨®n cortes¨ªa del verbo de Lebowitz que anoche volvi¨® a desatarse.
El encuentro, una cita ineludible para los fashionistas in the know que atestaban la sala en la que se encontraban desde la galerista Soledad Lorenzo, hasta Boris Izaguirre o Luis Venegas, ven¨ªa a cuento de la exposici¨®n Peter Hujar & David Wojnarowitz, que en el marco de Photoespa?a acoge la Fundaci¨®n Loewe. Tanto Lebowitz como Gracie conocieron a estos artistas en los setenta y ochenta en Nueva York, as¨ª que la conversaci¨®n arranc¨® con sus primeros encuentros.
Vestida con una impecable chaqueta de lino verde p¨¢lido, vaqueros y botas, Lebowitz record¨® la afici¨®n de Hujar a la numerolog¨ªa y c¨®mo achacaba a las causas m¨¢s peregrinas su falta ¨¦xito y reconocimiento: ¡°?l no pensaba que fuese porque lanzaba banquetas y golpeaba a los galeristas, sino porque toda la gente famosa ten¨ªa nombres y apellidos que empezaban con la misma letra, como por ejemplo Marilyn Monroe. Y me preguntaba si deb¨ªa cambiar su nombre. Yo le dec¨ªa que no, que simplemente dejase de atacar a los marchantes. Peter era muy inteligente pero en determinados d¨ªas costaba creerlo¡±. Gracie, explic¨® que ella si se cambi¨® el nombre, y que quiz¨¢ algo tuvo aquello que ver con su buena sinton¨ªa con el fot¨®grafo. Abri¨® su primera galer¨ªa en el diminuto ba?o de su primer apartamento en Nueva York y m¨¢s adelante mostr¨® el trabajo de Hujar en varias exposiciones colectivas antes de que Wojnarowitz le pidiera que le dedicara una muestra en solitario cuando el fot¨®grafo ya estaba enfermo de SIDA. Ambos artistas murieron a causa de esta enfermedad, y en la charla te?ida de un particular humor negro se habl¨® de ata¨²des, funerarias y de la petici¨®n de Hujar de ser enterrado en un exclusivo cementerio cat¨®lico, el mismo donde se encontraba Judy Garland y un buen n¨²mero de g¨¢ngsters italoamericanos. ¡°Espero que esto os haya animado¡±, apunt¨® Lebowitz.
Hubo lugar tambi¨¦n al viperino cotilleo con menci¨®n a otros artistas del momento, como Nan Goldin, la ¨²nica a quien Hujar admiraba, y a Robert Mappelthorpe, a qui¨¦n detestaba. Lebowitz en una mudanza decidi¨® deshacerse de las fotos que Mapplethorpe le hab¨ªa dado para que mostrase a Peter Hujar: ¡°Cuando veo ahora los precios que alcanzan en las subastas vuelvo a verme literalmente saltando en el cubo de basura para lograr que cupieran dentro¡±. Tajante, mordaz y brillante la escritora que no usa m¨®vil, ni ordenador ni microondas, acab¨® con una nota pol¨ªtica: ¡°Los inmigrantes hacen la cultura. Los turistas la destruyen¡±, dijo al tratar de explicar por qu¨¦ siente que hoy debe defender Nueva York de los millones de visitantes que recibe al a?o. ¡°?D¨®nde est¨¢n hoy los nativos de Times Square? ?D¨®nde se fueron las prostitutas?¡± La pregunta qued¨® en el aire y el p¨²blico sali¨® al jard¨ªn donde aguardaba el champ¨¢n.
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