Lee Miller en la cocina
La modelo, fot¨®grafa y musa de artistas pose¨ªa una espl¨¦ndida belleza que no ces¨® de ser devorada por algunos lobos privilegiados de su tiempo
En la exposici¨®n de fotograf¨ªas de la Fundaci¨®n del Canal est¨¢n todos los iconos del glamur de gran parte del siglo XX, pol¨ªticos, reyes destronados, arist¨®cratas, actores, actrices, escritores, modistos, m¨²sicos, pintores, todos seducidos por la c¨¢mara de Cecil Beaton. Aqu¨ª est¨¢n Gary Cooper, Robert Kennedy, Churchill, Francis Bacon, David Hockney, Andy Warhol, Marilyn Monroe, Tom Wolfe, T. S. Eliot, Orson Welles, Marlene Dietrich, John Huston, Marlon Brando, Katherine Hepburn, Ingrid Bergman, Anna Magnani, Grace Kelly, Audrey Hepburn y Frank Sinatra con su pandilla.
Beaton coloca a cada personaje en un entorno peculiar. Se puede ver a Picasso muy trajeado con corbata sentado en el borde la ba?era, a Jean Cocteau posando una mano sobre su amante Jean Marais y a Lee Miller con su marido Roland Penrose en la cocina preparando una tarta. Es, a mi juicio, la m¨¢s sugestiva.
Lee Miller fue modelo, fot¨®grafa y musa de artistas, cuya espl¨¦ndida belleza no ces¨® de ser devorada por algunos lobos privilegiados de su tiempo. Como reportera de guerra cubri¨® el desembarco de Normand¨ªa con un arrojo casi suicida, que se deb¨ªa, tal vez, a que su cuerpo hab¨ªa sido de ni?a su primer campo de batalla. Fue violada varias veces y su padre, tambi¨¦n fot¨®grafo, lleg¨® con ella al borde del incesto en la ba?era.
Lee Miller naci¨® en Poughkeepsie (Nueva York) en 1907, y con todo el esplendor juvenil de sus 18 a?os realiz¨® una primera descubierta a Par¨ªs, donde cay¨® como un artefacto explosivo en medio de la dorada bohemia de Montparnasse. El fot¨®grafo Man Ray captur¨® a esta salvaje y la hizo suya a cambio de ense?arle todos los ¨²ltimos secretos de la fotograf¨ªa. El cuerpo de Lee Miller se convirti¨® en un objeto de creaci¨®n para la c¨¢mara de Man Ray. El artista lo desmembr¨® en diversas partes y cada una de ellas se convirti¨® en un icono. Los labios de Lee Miller, sus piernas, su espalda, sus gl¨²teos, su cuello, su torso, su rostro, captados por separado, al sacarlos de contexto, seg¨²n la teor¨ªa est¨¦tica de Duchamp, se convirtieron en objetos encontrados, en ready-mades, un concepto que cambi¨® la forma del arte de todo el siglo XX hasta nuestros d¨ªas. Jean Cocteau, que la adoraba y no la deseaba, la convirti¨® en estatua.
En las fiestas de entreguerras en Antibes, Lee Miller era la reina de la tropa que formaban Picabia, el coleccionista y cr¨ªtico de arte Roland Penrose y el propio Picasso, que la hab¨ªa inmortalizado en sus cuadros. Linos y franelas blancas bajo los pinos, sillones donde se extasiaban juntos los cuerpos desnudos de bailarinas, escritores, pintores, entre el alcohol y las drogas m¨®rficas. Por all¨ª merodeaba tambi¨¦n Beaton, que nunca pudo quitarse de encina el complejo de intruso en aquel mundo fascinante. Beaton ven¨ªa de una extracci¨®n social de baja clase media con una educaci¨®n popular, pero al final con la seducci¨®n de su c¨¢mara a medias con su lengua destructiva se abri¨® paso entre las celebridades, hasta el punto de que nadie era nadie si ¨¦l no lo hab¨ªa fotografiado.
En uno de sus encuentros en la Costa Azul, el esteta ingl¨¦s Roland Penrose y Lee Miller se hicieron amantes y se establecieron en Inglaterra, donde vivieron una larga pasi¨®n secreta, ya que ella se hab¨ªa casado con el pr¨ªncipe egipcio Aziz Eloui Bey, a quien pronto dej¨® de lado. Y en medio de una vida enloquecida lleg¨® la guerra. Lee Miller comenz¨® a fotografiar los bombardeos de Londres y aunque segu¨ªa siendo amante de Penrose, muy pronto comparti¨® el lecho con el periodista David Scherman, de la revista Life, con el que se embarc¨® en una aventura detr¨¢s de los carros de combate de los Aliados que la llevar¨ªan de nuevo a Par¨ªs. Mientras sus amigos escurrieron el bulto en medio del terror nazi, ella, con unos pantalones recios, una chupa de cuero duro y una c¨¢mara al hombro, en compa?¨ªa del reportero David Scherman, olvidando los d¨ªas de rosas en que su cuerpo era adorado, amag¨® su rubia cabellera bajo un casco de acero y fue la primera en pisar los cad¨¢veres de la playa de Omaha, en llegar al Par¨ªs liberado donde la recibi¨® Picasso sin reconocerla al primer momento cubierta de barro, en fotografiar el campo de concentraci¨®n de Dachau, el Berl¨ªn en llamas, las guaridas de la Gestapo, los hospitales de sangre, los cad¨¢veres amontonados.
En esta exposici¨®n de Beaton aparece haciendo una tarta en su granja de Sussex, donde acab¨® como apacible ama de casa y maestra de cocina. Lee inventaba platos. Lavaba las espinacas en la lavadora; cocinaba un pescado azul en honor a Mir¨® con una tapa de retrete en la cabeza para protegerse de la grasa. Eran vestigios del surrealismo que su marido Roland hab¨ªa importado a Inglaterra. Para algunos esa tarta puede significar una ca¨ªda, pero otros pensar¨¢n que guisar para los amigos entre cuadros de Picasso es un final feliz despu¨¦s de una vida excitante, seductora y aperreada.
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