El que susurra en la oscuridad
Los dosieres, archivos y grabaciones del comisario Villarejo superaran la imaginaci¨®n conspirativa de los m¨¢s conspicuos pr¨ªncipes y princesas de la novela negra
1. Pestilencias
Perm¨ªtanme que me excuse ante los admiradores de la obra de H. P. Lovecraft (1890-1937) por apropiarme del t¨ªtulo de una de sus mejores novelas cortas (incluida en El horror de Dunwich, Alianza) para el de este Sill¨®n de Orejas. La idea me vino leyendo las informaciones acerca del nuevo chantaje que, desde las inmundas cloacas del Estado ¡ªuna, digamos, ¡°instituci¨®n¡± con autonom¨ªa variable que sobrevive a los sucesivos Gobiernos¡ª, insisten en zapar las instituciones democr¨¢ticas. El que susurra podr¨ªa ser quiz¨¢s el comisario Villarejo, un personaje tenebroso cuyos dosieres, archivos y grabaciones (uno no se lo imagina en la Tienda del Esp¨ªa adquiriendo los pinganillos que se coloca en el ojal de la solapa para grabar a sus v¨ªctimas) superar¨ªan la imaginaci¨®n conspirativa de los m¨¢s conspicuos pr¨ªncipes y princesas de la novela negra: secretos, papelorios y confidencias indiscretas que parece dispuesto a hacer p¨²blicos poco a poco y a su conveniencia. Ya sabemos, por el salmo 91, que ¡°la pestilencia se mueve en la oscuridad¡± (negotium perambulans in tenebris), es decir, en las cloacas, metaf¨®ricas o no. Por eso el maestro Lovecraft imaginaba sus p¨²tridos submundos en las leprosas galer¨ªas por las que se mov¨ªan entidades ominosas, entre el f¨¦tido olor de la corrupci¨®n, y la compa?¨ªa de las ratas. Las cloacas de hoy funcionan de otra manera: son m¨¢s luminosas y disponen probablemente de aire acondicionado, ambientadores con aroma a madreselva y abundante tecnolog¨ªa. Estas ¨²ltimas semanas hemos comprobado que ahora los disparos se dirigen, por Rey em¨¦rito interpuesto, a socavar las instituciones del Estado. A m¨ª me resultan frusler¨ªas y morondangas los m¨¢s o menos difundidos conc¨²bitos del monarca anterior con sus sucesivas ¡°amigas entra?ables¡±, pero no as¨ª sus corruptelas, si es que las hubo. En todo caso, por enterarme de que el Rey se lo montaba extramatrimonialmente no me voy a hacer m¨¢s republicano. Y soy consciente de que el asunto tiene todos los ingredientes para que los tod¨®logos de cualquier g¨¦nero paporreen sin cesar en las tertulias, chapoteando en las aguas fecales del esc¨¢ndalo para ampliar la audiencia, pero lo ¨²nico que me importa es la fortaleza del Estado de derecho para resistirse al chantaje y poner a cada uno en su lugar, incluyendo a susurrantes, testaferros, esp¨ªas y, en su caso, antiguas testas coronadas. En cuanto a la ¡°amiga entra?able¡± Corinna Larsen (antes zu Sayn-Wittgenstein), a la que la Wikipedia llama ¡°fil¨¢ntropa alemana¡± (a veces es preciso besar a muchas ranas para que una se convierta en princesa/pr¨ªncipe), solo se me ocurre recordarle un aforismo del inagotable pensador con quien comparti¨® apellido: ¡°Dormirse en los laureles es tan peligroso como descansar en una excursi¨®n por la nieve. Cabeceas y te mueres en el sue?o¡±. Algo as¨ª es lo que le acab¨® sucediendo al protagonista del estupendo relato Encender una hoguera, de Jack London (nueva edici¨®n en Reino de Cordelia), que he rele¨ªdo estos d¨ªas por su cuerpo de letra grande y por aliviarme del calor con un relato de nieve en el Yuk¨®n.
2. Barreras
En La ilusi¨®n del fascismo, un ensayo de Alastair Hamilton que public¨® (1973) Luis de Caralt y hoy es inencontrable, se afirma que en los a?os veinte, y tras la gran carnicer¨ªa que sumi¨® a las democracias liberales europeas en la mayor crisis de su historia, las barreras pol¨ªticas, psicol¨®gicas y morales que separaban a los intelectuales radicales de uno u otro signo eran tan fr¨¢giles que a menudo se confund¨ªan e invitaban al cambio de militancia. Ultraconservadores y ultraizquierdistas ten¨ªan en com¨²n un profundo desprecio hacia las ¨¦lites burguesas, la insatisfacci¨®n por lo que juzgaban agotamiento del parlamentarismo y la aceptaci¨®n de la violencia como herramienta para la conquista del Estado. Hubo l¨ªderes que titubearon hasta encontrar su camino: Mussolini, que milit¨® en el ala m¨¢s radical del socialismo italiano y lleg¨® a dirigir Avanti!, es un ejemplo. Y, mutatis mutandis, una evoluci¨®n semejante experiment¨® el futuro F¨¹hrer cuando lleg¨® como soldado desmovilizado y artista fracasado al M¨²nich revolucionario de posguerra. En De Adolf a Hitler (Taurus), Tomas Weber se concentra en la biograf¨ªa pol¨ªtica y personal de Hitler entre 1918 y 1926, desde su inicial apoyo oportunista a la izquierda radical hasta su transformaci¨®n ideol¨®gica y psicol¨®gica, su participaci¨®n en el putsch de M¨²nich y la plasmaci¨®n de su ideario en Mein Kampf. Un libro importante que explica el relativo enigma de la radicalizaci¨®n de Hitler.
3. Olvido
A¨²n no hab¨ªa podido felicitar ¡ªy compadecer cari?osamente¡ª a mi admirada Olvido Garc¨ªa Vald¨¦s por su nombramiento como directora general del Libro y Fomento de la Lectura del tercer pa¨ªs de la UE que menos gasta en dicha actividad (libros, peri¨®dicos y revistas incluidos). Como ya dije con motivo de la toma de posesi¨®n de su jefe, lo que m¨¢s necesita el sector que le ha tocado pastorear es que lo escuchen: no s¨®lo a los que controlan sus instituciones, sino a todos, peque?os y grandes, independientes o no. Somos, como ya ha tenido tiempo de enterarse la poeta ahora administradora (conf¨ªo en que la presi¨®n no le haga olvidar su primer oficio), un pa¨ªs en el que se devuelve el 40% de lo que se publica, en el que los creadores, que son el alma del negocio, se llevan la peor parte, en el que las bibliotecas precisan m¨¢s apoyo, en el que los libreros lo pasan mal y la pirater¨ªa hace mucha pupa. Escuchar y tomar notas. Le servir¨¢n para su trabajo prosaico y, quiz¨¢s, para el po¨¦tico. Al fin y al cabo, la Casa de las Siete Chimeneas est¨¢ cargada de leyendas. Por eso me gusta imaginar a Olvido ¡°entrar en las nubes desde el cielo?/ y correr despu¨¦s sobre la tierra¡±.
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