El arte de los nuevos n¨®madas
Artistas como Friedrich, Renoir o Courbet hermanaron los paseos a la acci¨®n creadora en una tradici¨®n que sigue vigente. Varias exposiciones indagan en este deambular
Llegado el momento de decir en cuatro palabras la falta de sustancia del protagonista de su terrible Pastoral americana, Philip Roth se acuerda del que pudiera ser su modelo legendario, a quien los ni?os espa?oles de hace muchos a?os llegamos a conocer como Juanito Manzana. ¡°Johnny Appleseed¡±, dice Roth, ¡°no era m¨¢s que un norteamericano corpulento, rubicundo, feliz. Probablemente no ten¨ªa sesos, pero no le hac¨ªan falta, lo ¨²nico que necesitaba era ser un buen andar¨ªn. Pura alegr¨ªa f¨ªsica. Daba grandes zancadas, ten¨ªa una gran bolsa de semillas y un enorme y espont¨¢neo afecto por el paisaje¡¡±. Pero hay que ir por partes. En este mito del nuevo mundo se entrelazan muchas notas y, algunas, contradictorias. La ¡°alegr¨ªa f¨ªsica¡± lo acercar¨ªa, quiz¨¢, al adanismo de Thoreau, verdadera marca en auge de la industria editorial, interpretado pl¨¢sticamente hace unos a?os en clave ironista y ¡ª?como quieren ellos¡ª posconceptual a trav¨¦s del Proyecto Walden (Juan Cu¨¦llar, Roberto Moll¨¢, Teresa Tom¨¢s, Paco de la Torre, Jo?l Mestre¡). Sin embargo, el paisaje, al que Juanito parece dedicar una pasi¨®n, es un paradigma est¨¦tico moderno que precis¨® previamente desnudar a la naturaleza de cualquier significado y utilidad, para deambular por ella sin prisa y sin objeto. A eso se refer¨ªa el t¨ªtulo de Ortega Notas de andar y ver. Pero Juanito va llevado de un prop¨®sito: sembrar un mundo entero de manzanos, y para eso avanza con tanta prisa sin fijarse en nada. Tambi¨¦n la silvestre alegr¨ªa de Thoreau desaparece bajo una postulaci¨®n social alternativa.
En ambas figuras, pues, no hay s¨®lo un contratipo del deambulatorio andar¨ªn europeo que encarnar¨ªa Robert Walser (homenajeado, por cierto, en su d¨ªa por Markus Raetz), sino de la tradici¨®n que arranc¨® a finales del siglo XVIII, cuando poetas y artistas emprendieron sus ¡°desinteresadas¡± excursiones al Rigi o, como Goethe, al Gotthard alpino. Una exposici¨®n, Wanderlust, recuerda ahora en la Antigua Galer¨ªa Nacional de Berl¨ªn lo que dieron de s¨ª en tiempos modernos, de Friedrich a Renoir, el paseo y la caminata. No son lo mismo, desde luego. En el paseo hay una pr¨¢ctica social inseparable del ocio en las nuevas ciudades, mientras que el caminante busca su soledad murallas afuera. Pero all¨ª est¨¢n el c¨¦lebre Bonjour, Monsieur Courbet, los paisajes de Hodler y Carus, las sombrillas por los campos de amapolas impresionistas y tambi¨¦n el Caminante ante el mar de niebla, de Friedrich.
Ahora bien, conviene pararse y pensar. Al comienzo del Fedro y aunque S¨®crates accede a pasear con su amigo por las riberas del Iliso moj¨¢ndose los pies, honestamente le aclara que lo suyo es aprender y que, entre los ¨¢rboles, al contrario que entre hombres, nunca ha aprendido nada. Todos los idealismos, incluidos los ecologistas, tienen en com¨²n con Plat¨®n una finalidad, y ¨²nicamente bajo ese filtro son capaces de ver la naturaleza. Pero esto ya no es ver; esto es mirar, o sea, ver bajo un inter¨¦s. Lo contrario, pues, de lo que animaba el verdadero prop¨®sito est¨¦tico moderno, esto es, que el arte no tuviera ninguno.
Cuando pasada la mitad de los sesenta algunos artistas como Robert Smithson comenzaron a expandir sus esculturas labrando con grandes m¨¢quinas el terreno en espectaculares enclaves geogr¨¢ficos, no se puede decir que tuvieran ninguna intenci¨®n expl¨ªcita (y eso cost¨® no poco a Smithson, cuya intenci¨®n era huir de todo objeto ideal). Ven¨ªan a ser ellos como tataranietos de alg¨²n lector de Kant o del promeneur solitaire que, antes de buscar en la naturaleza, como el arte antiguo, su finalidad ¡ªo sea, el conocimiento de su verdad¡ª o, como el contempor¨¢neo, una tematizaci¨®n pol¨ªtica, se dejaban llevar por la alegr¨ªa y la gravedad sin causa con la que los ¨¢rboles producen sus frutos. El cambio cultural desde entonces ha sido considerable: apenas queda, en la producci¨®n art¨ªstica, palo que no haya sido tocado por alguna recarga de significado de las que anta?o se llamaban contenidismos. En los tiempos contenidistas actuales, no hay monte sino espacio natural, ni caminata sino senderismo, ni arte sin discurso (o serm¨®n).
Lo que sin embargo hermana a la acci¨®n art¨ªstica y a la de caminar es, justamente, su condici¨®n injustificada, que liberada de argumento, abre rutas a la sensibilidad. S¨®lo quien se ha desprendido del absoluto de una teleolog¨ªa ¡ªven¨ªa a decir Santayana¡ª puede tener ojos para la infinita variedad de las cosas. S¨®lo quien deambula sin destino puede atender, como hicieron los surrealistas y ?ngel Ferrant, a cuanto object trouv¨¦ le salga por el camino. En esa especie de tradici¨®n naturista hay artistas de los ochenta como Adolfo Schlosser, antecesores como Mois¨¨s Vill¨¨lia y continuadores como Laura L¨ªo. Algunos de ellos, junto a quienes representan lo contrario (la mirada dirigida), fueron reunidos por Juli¨¢n Rodr¨ªguez en la Fundaci¨®n Helga de Alvear en Todas las palabras para decir roca. Naturaleza y conflicto.
Pero, en realidad, a pocos artistas actuales podr¨ªamos llamar andarines, por la misma raz¨®n que a pocos les podr¨ªamos llamar ¡°modernos¡±. Aunque s¨ª a Hamish Fulton, cuyas fotos y dibujos, nacidos de sus caminatas por las sierras de Alicante, se exponen ahora en Bombas Gens. Pero debe ser mucha la predisposici¨®n que entiende ¨²nicamente lo contempor¨¢neo como conceptual (o sea, obediente a un argumento), porque el propio argumento de la exposici¨®n se esfuerza como puede en reconducir al artista con su fortuita experiencia sensible a la condici¨®n de documento de una idea. Y al contrario que las limpias huellas del caminante, estas estrategias son como si fueran dejando el campo sembrado de prospectos, programas¡
Wanderlust. From Friedrich to Renoir. Alte Nationalgalerie. Berl¨ªn. Hasta el 16 de septiembre.
Hamish Fulton. Caminando en la Pen¨ªnsula ib¨¦rica. Bombas Gens. Valencia. Hasta el 4 de noviembre.
Paso a paso
Aunque a lo largo de la historia las artes visuales han alzado siempre la importancia de la mirada, el cuerpo entero se ha visto implicado, desde lo ancestral hasta nuestros d¨ªas, en la percepci¨®n y la producci¨®n del arte. Desde los a?os sesenta, cuando el andar vivi¨® su gran momento gracias al situacionismo, echar a andar es entrar en acci¨®n, un movimiento que roza lo revolucionario tal y como lo entendi¨® Joseph Beuys en La Rivoluzione Siamo Noi (1972), un hito de la iconograf¨ªa del artista contempor¨¢neo. En 1967, Richard Long tambi¨¦n plant¨® una de las obras clave en la pr¨¢ctica del paseo. Ten¨ªa 22 a?os cuando comenz¨® a caminar hacia la nada, de ida y de vuelta, en l¨ªnea recta. No se detuvo hasta que sus pasos se convirtieron en una huella visible sobre la hierba aplastada. As¨ª creo su primera obra caminando: A Line Made by Walking. S¨®lo dos a?os despu¨¦s, en 1969, Vito Acconci empez¨® a seguir a desconocidos en Nueva York y en su Following Piece, una acci¨®n que retom¨® 10 a?os despu¨¦s Sophie Calle en su Par¨ªs natal: segu¨ªa a personas que encontraba por la calle, dejando que fueran quienes decidieran por ella su camino. En los ochenta, Valie Export ya hab¨ªa rodeado con su cuerpo los bordillos y las esquinas de las calles con Body Configuration y Mona Hatoum arrastraba descalza sus Doc Marten's atadas a los tobillos en Road Works. Aunque si alguien ha hecho del paseo un arma arrojadiza es Francis Al?s. Su l¨ªnea verde, su perro de juguete o sus zapatos imantados recogen todo lo simb¨®lico que tienen los lugares, todo lo oculto a simple vista. Lugares, los del viaje, cada vez m¨¢s abstractos, la ventana del tren, el collage, la velocidad de la pantalla¡ Tambi¨¦n ah¨ª los artistas proponen hoy narrativas caminantes. V¨¦anse los proyectos de escoitar.org o la app y los tours en barco guiados por invidentes que Antoni Abad propuso en la ¨²ltima Bienal de Venecia.
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