El polvor¨ªn del L¨ªbano

A?o 1970. Despu¨¦s del llamado Septiembre Negro, la Organizaci¨®n para la Liberaci¨®n de Palestina (OLP) es expulsada de Jordania y acaba instal¨¢ndose en Beirut, en L¨ªbano.

A?o 1982. Israel invade el sur de L¨ªbano con la intenci¨®n de expulsar a las guerrillas de la OLP, capitaneadas por Yasir Arafat.

Es una d¨¦cada en la que Beirut se convierte en un polvor¨ªn, y en la que se sit¨²a la interesante pel¨ªcula de espionaje El reh¨¦n, protagonizada por un diplom¨¢tico de Estados Unidos que, tras una tragedia personal y familiar a principios de los 70, debe volver a la acci¨®n en la pol¨¦mica regi¨®n, ya en los inicios de los 80, tras abandonarse a s¨ª mismo durante a?os en su pa¨ªs, entre el alcohol y la desolaci¨®n. Es un tiempo en el que cualquier acci¨®n, decisi¨®n, palabra o intenci¨®n labrada en Beirut terminaba afectando no solo a L¨ªbano. Tambi¨¦n a Israel, a Jordania, a EE UU, a Libia, a Siria, a la URSS. Un caos pol¨ªtico y religioso. Materia de pol¨ªtica, materia de espionaje, materia de conflicto, materia de muerte.

Y, por tanto, asunto tambi¨¦n cinematogr¨¢fico. Algo que Brad Anderson desde la direcci¨®n y Tony Gilroy desde el guion saben llevar a cabo con una pel¨ªcula casi impecable hasta su parte final, cuando la aparici¨®n propiamente dicha de la OLP lleva a una serie de acciones menos compactas, m¨¢s caprichosas.

El universo de contactos a varias bandas de Munich, formidable pel¨ªcula de Steven Spielberg, inspirada en las consecuencias del atentado de los Juegos Ol¨ªmpicos de 1972 perpetrado por la organizaci¨®n Septiembre Negro, vuelve en El reh¨¦n a trav¨¦s de un libreto de Gilroy, director de la excelente Michael Clayton, y guionista en una l¨ªnea m¨¢s comercial de cuatro de las pel¨ªculas de la saga de Jason Bourne, esta vez con evidentes ecos de John Le Carr¨¦. La g¨¦lida Guerra Fr¨ªa del t¨®tem del espionaje literario se traslada as¨ª a la polvorienta y sudorosa Beirut, pero tanto sus acontecimientos, con un intercambio de rehenes como cl¨ªmax narrativo, como sus personajes derruidos, solitarios y en continua lucha con sus propias dudas, no hacen sino llevarnos hasta el universo Le Carr¨¦.

Un espacio en el que encaja a la perfecci¨®n la imponente presencia de Rosamund Pike, y el rostro atemporal y carisma esquivo de Jon Hamm, con la cruz a cuestas, como en su personaje de Mad Men, que por fin ha encontrado un personaje a su medida tras el fin de la hist¨®rica serie.